Historia de la sidra: de Asturias al mundo

Símbolo de las fiestas, esta bebida a base de manzanas era conocida originalmente como “sikera”. Su registro más antiguo se remonta al 60 a. C.

Como reclama la historia, la sidra es asturiana. No es posible disociar el fermentado de la manzana de los relatos del Principado de Asturias, sus ­temporadas de fiestas o penurias, su elaboración ancestral de la bebida y el escanciado para potenciar sus propiedades. Sin em­bargo, hay algunos registros que ubican su remoto origen en algunos puntos de Egipto y Grecia.

Todo parece indicar que el uso del mosto de manzana se remonta a la antigüedad prehistórica. En un tramo del Antiguo Testamento, por su parte, ya se hace referencia a una bebida alcohólica que los hebreos producían a base de cereales o frutas. La palabra “sidra”, de hecho, proviene del hebreo “šekar” y devino en la acepción latina de “sicera”. Es decir, bebida embriagadora.

El antecedente de la sidra contemporánea, anotan los historiadores, se ubica durante el primer siglo antes de Cristo. En sus escritos, Plinio el Viejo ya habla de una bebida embriagadora hecha de peras y manzanas que era frecuentada por hebreos, egipcios y griegos. Estrabón, por su parte, ya ubica la sidra (usa la palabra “zytho”) entre los asturianos “que poco vino tienen”.

“Ya antes de los romanos la sidra constituía bebida común entre los habitantes de Asturias”, dice Carmen Fernández Ochoa, catedrática de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid. “No poseemos datos seguros al respecto, pero la escasez de vino, empleado únicamente en festines familiares al decir de Estrabón, y la escasez de la cebada, así como la referencia de Plinio de manzanas, serían argumentos a favor de la elaboración ancestral de esta bebida típica de la región que llega hasta nuestros días”.

Donaciones en abundancia

Las primeras referencias específicas a la bebida tal como acaso la conocemos hoy están en los documentos de la Edad Media. La Catedral de Oviedo, por ejemplo, conserva un testamento del año 793 en el que se entregaban villas, bosques, viñas y manzanos para elaborar mostos y sidra. Ya en la Alta Edad Media, en los siglos VIII y IX, se cuentan muchos documentos que nombran la sidra y las pomaradas. En los testamentos asturianos de Fakilo, alrededor del año 793, se hace referencia a las pomaradas que dona. Incluso, una hija bastarda de Alfonso VII manda a que se proporcione a los canónigos de Oviedo “sidra en abundancia” por motivo de un aniversario.

El término “sidra”, manifestado en su antigua acepción de “sizra”, aparece por primera vez en la literatura castellana en Vida de Santo Domingo de Silos, una obra de Gonzalo de Berceo del siglo XIII. Poco después, el desem­barco en las costas de América introdujo la manzana y, con la fruta, su ácido, dulce y oxigenado fermento. De allí a la mesa de las fiestas de nuestro continente, un solo paso de cinco siglos.

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