cultura

Horacio Guarany, el cantor que no calló nunca

Fue una de las figuras más carismáticas de la historia del folclore argentino. Hasta el último día de sus 91 años fue acompañado por el cariño de su pueblo.

Eraclio Catalín Rodriguez Cereijo —quien decidió llamarse Horacio Guarany—, nació el 15 de mayo de 1925, en Las Garzas, un pequeño pueblo ubicado en la zona del chaco santafesino, en el corazón del monte. El padre, indio, fue un hachero correntino que trabajó en La Forestal, una empresa inglesa dedicada a la explotación del quebracho. Fue el antepenúltimo de los catorce hijos que la española Feliciana Cereijo trajo al mundo. A los seis años, sus padres no podían alimentar a aquellos catorce hijos, por lo que Horacio fue enviado a vivir y a trabajar con unos familiares que tenían un boliche: “Salía a varear a los caballos, tenía que aguantar a los mamados, pero aprendí mucho. Ese sacrificio que fue criarme sin mi madre fue una universidad porque me prendía de todos los que hablaban, de los payadores, de los cantores, de las mujeres de la noche... A veces las camas no alcanzaban y me sacaban de mi cama, pero esas muchachas de la noche me acariciaban y para mí eran como mi madre. Cuando me ponían la mano en la cabeza yo les decía mamá y era una muchacha de la noche, prostituta que le llaman”.

Hacia 1942, se largó a Buenos Aires. Vivió en una piecita de la calle California, cantó por la comida. Actuaba en los bares de la Boca, cantaba tangos y boleros. Después se embarcó en el Paraná, de marinero. Tuvo que improvisarse como cocinero. Aprendió la receta del “guiso quieto” con trozos de pescado en sucesivas capas de tomate, papa y cebolla. Pero su pasión era el canto. Debutó en Radio Nacional en 1957 interpretando el tema El Mensu, de Ramón Ayala. ¿De dónde viene? le preguntaron: “De donde el tiempo se hace macho. De donde las manos se quedan ciegas de tanto hachar en vano en monte ajeno. Desde donde siempre se está solo, de donde no queda ni un solo juez o comisario amigo. Desde donde la tierra mal parida solo da algodón que nunca abriga. Donde los niños quedan ciegos para no ver el llanto de la madre. Donde las hembras mal paren bajo un techo y se sacuden la sangre y nuevamente al yugo. De donde La Forestal arranca con sus garfios de hambre en hambre el intestino, donde la boca reseca de tabaco amargo vomita el odio en un cuajarones de sangre. Desde allí desde el remoto trajinar del monte, me viene arando este campo hecho alarido”.

Horacio Guarany pisó el escenario del Festival de Cosquín el mismo año de su inauguración, 1961. Desde entonces y con las más diversas performances, su presencia en la plaza Próspero Molina se convirtió en uno de los números más populares. Sus canciones —que decía escribirlas de un tirón—, eran conocidas de memoria por miles de personas. Se sentía un portavoz de ese pueblo que compraba sus discos, agotaba las localidades y lo aplaudía a rabiar: “Si el pueblo te apoya y cree en vos, cómo no vas a decir las cosas que crees que son injustas para el pueblo, si no la decís vos que tienes micrófono y hasta cierta inmunidad por tu nombre, qué quieres que diga el obrero, el luchador, el sindicalista…yo tengo que hablar, yo tengo que decirlo. Y como tanto me acosaban que no hable más, fue cuando compuse Si se calla el cantor, calla la vida”.

La combatividad de sus canciones le aparejaron prohibiciones y persecuciones. La triple A lo amenazó de muerte, por lo cual debió exiliarse. La dictadura se aseguró de que no volviera: “A los militares que me persiguieron, que me rompieron tres veces la casa, nunca los odie, digo ¡pobres tipos que tienen que llegar a esa bajeza porque por discrepar ideológicamente con un compatriota lo echan del país, que pobre tipo, que infeliz! Es un desgraciado ese tipo. No les tengo bronca, me dan lástima, porque es tan linda la vida”.

Gran bebedor, llegó a convertir a su casa de Luján —Plumas Verdes— en el templo del vino: llegó a vaciar el tanque de agua para llenarlo de vino, para que sus amigos pudieran servirse ellos mismos de la canilla: “Yo amo el vino pero no para la borrachera. Tengo muchos respeto por el vino. Amo el vino porque es la única alegría que tiene el pobre, el trabajador, el obrero, que viene cansado, no tiene Mar del Plata, Punta del Este, no tiene riqueza pero se toma un vinito. Ese vino amo, amo el vino que tomaba mi padre, hachero del monte, cuando después de tanto trabajar toda la semana con el hacha, el domingo se tomaba un vino y cantaba. Que cosa mas maravillosa, el vino le devolvía el canto”. Decía que el vino espiritualiza a las personas, les recuerda lo que es de veras importante: “La gente cree que teniendo plata ya es feliz, ya es rico, ya es sano y el dinero es la negación de la vida. El peor peligro del hombre es el dinero. El dinero corrompe, destruye al hombre porque destruye los verdaderos valores. Le hace creer que es poderoso porque tiene plata. El mundo (...) está mal en todas partes porque esta edificado sobre bases falsas. Hay que cambiarlo todo. Los comunistas lo quisieron hacer y les fue para la mierda, pero quisieron hacerlo, quisieron cambiar el mundo”.

Murió en el 13 de enero del 2017. Dejó decenas de discos, centenares de canciones, un par de libros y hasta algunas películas en las que se atrevió a actuar. Alguna vez escribió “Nada muere en este mundo, todo es andar y andar. Sólo mueren los mezquinos, solitos se van matando. ¿Por qué será que el cantor nunca se va ni muere? El cuerpo queda entre sombras y el alma entre las mujeres?”.

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