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Jane Fonda, gloria de Hollywood y militante política

Si bien los años atenuaron un poco su filo político, la actriz norteamericana ganadora de dos Óscar sigue orgullosa de sus convicciones progresistas.

No siempre se opuso a la Guerra de Vietnam. Decía ser políticamente cándida, “como la mayoría de los norteamericanos”. Fue en París, ciudad en la que se radicó para estudiar música y pintura, donde dio un vuelco ideológico: “Cuando vi por televisión los aviones norteamericanos bombardeando poblados, incendiando aldeas. Fue un choque terrible”. A partir de allí empezó a leer los informes del Tribunal ­Russell y los textos publicados en Les Temps Modernes, el periódico dirigido por Jean-Paul Sartre. El cuento de hadas sobre el papel de los Estados Unidos en el mundo se deshacía como un helado bajo el sol del verano. Comenzó a comprender que el enemigo verdadero estaba en casa.

Jane Fonda nació en Nueva York el 21 de diciembre de 1937, hija del actor Henry Fonda. Comenzó como modelo, se hizo actriz de comedias en Broadway, y decidió fortalecerse como actriz haciéndose alumna del legendario director Lee Strasberg en el Actors Studio. Su primera película, Tall story, la filmó a los 22 años, pero sería ocho años después que el francés Roger Vadim, quien era por entonces su marido, la catapultaría a la fama con Barbarella, un filme de ciencia ficción. Fue después de su separación con este director de cine que se hizo patente la vocación de Jane Fonda de mostrar sus por entonces recientemente adquiridas convicciones políticas.

El 9 de marzo de 1970, fue detenida junto a cien pieles rojas por ocupar una base militar norteamericana, con el fin de divulgar los reclamos de los habitantes originarios de los Estados Unidos. Pocos días después, la prensa mundial daba cuenta de cuando Jane Fonda fue expulsada de la guarnición militar de Fort Lewis, en el estado de Washington, cuando fue a pronunciarse contra la Guerra de Vietnam. Eso sería solo el comienzo. Le sucederían huelgas de hambre, manifestaciones callejeras, militancia en el Sindicato de Actores Cinematográficos para oponerse a destinar fondos a actividades vinculadas con la guerra, y apoyo decidido a los Panteras Negras, organización política que mixturaba el marxismo con el antirracismo.

No se llevó bien con el hippismo, les criticaba su descompromiso con la realidad en la que, quisieran o no, estaban metidos hasta el cuello: “Su marginación ante los problemas de Estados Unidos me asqueó”. Si no se quería ser cómplice de la injusticia, había que luchar contra ella. Por eso estuvo junto a los indios norteamericanos que, entre 1969 y 1971, tomaron una pequeña isla ubicada en el centro de la bahía de San Francisco de California, bajo esta consigna: “Nosotros, estadounidenses indígenas, reclamamos la tierra llamada isla de Alcatraz, en nombre de todos los nativos estadounidenses, por derecho de descubrimiento”. En ese entonces, los aborígenes de ese país habían quedado reducidos al 0,5% de la población. Jane Fonda argumentaba: “No tienen ningún poder electoral ni económico. Sus relaciones con el gobierno son como las de los prisioneros de guerra”. Ella puso dinero para costear los gastos de la defensa legal de los nativos, ya que la jurídica era la única lucha que aún podían emprender.

Tenía una plena identificación con los Panteras Negras, una organización fundada en 1966 por estudiantes universitarios negros, capaces de hacer frente a la brutalidad policial de cuño racista, abogando por un cambio de la realidad social desde sus mismas raíces. Decía Jane Fonda: “Los Panteras Negras forman el único grupo minoritario norteamericano no racista. Es un núcleo vanguardista verdaderamente revolucionario que quiere cambiar las cosas por la base, haciendo un llamamiento a todos”.

Fue también una de las más decididas batalladoras del movimiento Women’s Liberation: “Un día, en Texas, ante los soldados, divisé a una socialista que venía de Houston para hablar de la liberación de las mujeres. Por primera vez comencé a entrever el aspecto revolucionario del movimiento. Si algún día hay revolución en América, la harán las mujeres”.

No se trataba de furores juveniles, de sarampiones revolucionarios. A los 81 años, Jane Fonda fue arrestada en Washington por protestar contra el cambio climático en las escalinatas del Capitolio. Le colocaron un precinto en sus muñecas y la acusaron de desobediencia civil. El mismo cargo que, orgullosamente, le hicieron toda la vida.

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