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Juan José Manauta, el escritor entrerriano que nunca olvidó La Plata

En 1938 vino a estudiar Letras a nuestra ciudad y aquí se descubrió para siempre escritor.

En 1937 se recibió de maestro normal. Tenía 18 años, vivía en Gualeguay, Entre Ríos. Al año siguiente, decidió venir a La Plata a estudiar la carrera de Letras. Sus padres querían que fuera abogado, creían que Humanidades era un nombre elegante de la holgazanería. “¿Cómo se va a ganar la vida este chico?”, se preguntaban los padres. Juan L. Ortiz, amigo de su padre, agitando con la mano el programa de estudios de la facultad y leyendo en voz alta el listado de profesores, dijo: “Esta es la mejor facultad del mundo, déjenlo a Chacho que vaya, tiene que ir”. Por esa razón, Juan José Manau­ta llegó a nuestra ciudad.

El plantel de profesores de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación era un seleccionado de la intelectualidad de ese entonces: Pedro Henríquez Ureña, Amado Alonso, Arturo Capdevila, Rafael Alberto Arrieta y Ricardo Levene. Se hizo amigo del secretario de la facultad, que seis años después sería presidente de Guatemala, Juan José Arévalo. Solían pasear por el Bosque, o tomar un café en los bares del centro, donde le leía a su tocayo poemas de lo que sería su primer libro, La mujer en silencio.

La nostalgia de su tierra, en lugar de aplastarlo, lo incentivaba a escribir: “El extrañamiento favorece la expresividad y esa verdad relativa que nos trae la memoria”. Más adelante, cuando ya fuera consagrado co­mo escritor, diría: “El 90% de lo que he escrito se refiere a Entre Ríos. Y de ese 90%, todo se refiere a Gualeguay. Nunca me fui. Esa es la verdad”.

En los años 40 llegó el poeta español Rafael Alberti. Anduvo por todo el país dando conferencias y cerró su gira en La Plata, con una charla en la Facultad de Humanidades. Y entonces Alberti dijo: “He recorrido la Argentina, y estuve en Entre Ríos, y allí he conocido al poeta que me parece el más grande de la lengua española de este siglo”. Hizo una pausa y agregó: “En Gualeguay lo conocí”. Manauta dijo que él era de Gualeguay y, aunque sabía la respuesta, preguntó a quién se refería. “Pues a Juan L. Ortiz”, contestó Alberti. En las vacaciones siempre volvía a visitar a Juanele, quien, desde un primer momento, supo ver en su coterráneo su “dolor callado y su gracia lastimada”, y diría: “La inspiración de Manauta va más allá de los límites de su provincia y de su patria, proyectándose hacia el dolor y la esperanza del mundo”.

En La Plata leyó la novela La madre, de Máximo Gorki. Al otro día, decidió afiliarse a la Federación Juvenil Comunista. Comenzó a militar en instituciones barriales. En los años 60 se iría alejando del PC, al que acusó de sectario y falsificador del marxismo. De lo que no abdicó nunca fue de su pasión pincharrata. Jugó en las divisiones inferiores de Estudiantes de La Plata, y fue un consecuente hincha de tablón. Zozaya, uno de los integrantes del mítico equipo de “Los Profesores”, era también de Gualeguay.

En 1942 obtuvo el título de profesor en Letras. Fue solo un logro académico para enmarcar, y un puñado de recuerdos. Nunca ejerció la docencia. Fue peón de aserradero, empleado del Registro Civil, obrero tipógrafo, redactor publicitario. Se mudó a Buenos Aires, donde trabajaría como vendedor de libros para una editorial, y en 1944 comenzaría a publicar sus libros y a ganar premios: Faja de Honor de la SADE, Primer Premio Municipal, el Fray Mocho.
Cuando Hugo del Carril llevó al cine Las tierras blancas, el 1° de junio de 1959, Juan José Manauta volvió a la ciudad para ver el estreno de la película con sus amigos platenses.

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