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Julio Cortázar y una película en el Machu Picchu

En 1965, el director argentino Manuel Antín rodó un filme en el Cuzco basándose en cuentos de Cortázar y en estrecha colaboración con el escritor.

Hacía dos años había detonado popularmente el fenómeno Cortázar con la publicación de Rayuela. Todas las chicas querían parecerse a la Maga, numerosos negocios de ropa infantil se llamaron Rocamadour, en los bares pululaban personajes que se creían salidos de esa novela que había batido récords de ventas en nuestro país y que había alcanzado reconocimiento mundial. Fue entonces que el realizador argentino Manuel Antín decidió que su cuarta película estuviera basada en un par de cuentos de Julio Cortázar enhebrados en una misma historia.

El escenario elegido fue Machu Picchu, esa ciudadela inca ubicada en las alturas de los Andes peruanos. Actores y técnicos se instalaron en un pequeño hotel ubicado en la ladera este del cerro. La llamada “ciudad perdida de los incas”, tallada en granito sobre la cima de la montaña, con muros de tres metros de altura que forman el perímetro de la ciudad que se alza a 2.100 metros sobre el nivel del mar, en pleno corazón semiselvático, era un lugar –sospechaba Antín– que iba a producir un efecto hipnótico en el espectador. Y no estaba equivocado. La película, coproducida por Argentina y Perú, representó oficialmente a Perú en el Festival de Cannes, en 1965.

El elenco fue encabezado por Dora Baret y el español Francisco Rabal, quienes caminaban arrobados por esos senderos que descendían hacia el centro de la ciudad sagrada, luego de trasponer las cinco puertas de piedra, custodiadas por serpientes; o cuando entraban al Templo del Sol, andando por caminos de piedra que los conducía hacia el torreón militar contiguo al cementerio de la ciudad.

A las diez de la noche la usina eléctrica del valle interrumpía su suministro, por lo cual todo el equipo se quedaba conversando en el bar del hotel, a la luz de las velas, con la desconcertante impresión de estar habitando otro planeta.

Continuidad de los parques y El ídolo de las Cícladas son dos cuentos de Cortázar, de su libro Final del juego, que Antín fundió en su guion, para contar la historia de un hombre que descubre la estatuilla de un antiguo ídolo entre las ruinas de Machu Picchu. El ídolo representa a una mujer sin ojos ni boca, ligada a los mitos incaicos de la piedra, la sangre y el amor. Ese arqueólogo forma parte de un triángulo completado por un millonario y su esposa. Esos hombres que han llevado vidas muy disímiles están unidos por la presencia de esa mujer, quien está casada con uno y fue amante del otro. Una relación que, como el mismo Machu Picchu, terminará también en ruinas.

Luego de muchas charlas, Manuel Antín y Julio Cortázar llegaron a la conclusión de que la magia de los mitos griegos solo podrían hallar un equivalente americano en ese sitio único del Perú. Todo en ese lugar conspiraba para convertirlo en el escenario ideal: la ­soledad erizada en tres grandes picos azules, los templos erguidos en todo su misterio, el rumoroso río Urubamba discurriendo en el fondo del cañón.

La escenógrafa de la película, Ponchi Morpurgo, esposa del director, confesó que nada tuvo que agregar a ese escenario de roca viva, abismos verdosos y palacios, planeados sabiamente por una civilización perdida.

La película fue filmada en octubre, porque es el mes previo a la temporada de lluvias, cuando las nubes descienden sobre las ruinas y envuelven en brumas al cementerio, creando una exasperante atmósfera de zozobra. Lamentablemente la película no pudo captar el ­inagotable colorido local porque el director insistió en el blanco y negro como “color único, exigido por las mismas piedras”; y argumentó que “Cortázar escribe admirablemente bien en blanco y negro”.

Sus allegados le decían a Manuel Antín que no había público para una película de esas características, a lo cual él replicaba que “la misión de un creador es hacer su propio público” y que “el cine de calidad no tiene por qué tender hacia malos resultados económicos”.

Pese a las buenas actuaciones del elenco, el actor principal de la película fue sin duda ese lugar cósmico y ritual, con sus 17 fuentes sagradas que emergen suspendidas en la niebla.

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