El recuerdo de uno de sus descendientes

La herencia de Manuel Belgrano

A 197 años del fallecimiento del creador de la Bandera, uno de sus descendientes lo recordó en diálogo con este medio. Destacó la importancia de su legado y reclamó la “unión” del país que soñó el prócer

Su memoria no puede precisar la fecha ni la edad en la que por primera vez escuchó ese nombre en una clase escolar. En cambio, el marco y la escena permanecen inalterables: un colegio de la zona norte de Buenos Aires, en el que 45 compañeros giraron sus cabezas hacia él cuando la maestra dijo Manuel Belgrano.

Con 66 años de edad y cinco como presidente del Instituto Nacional Belgraniano, al chozno del prócer (ver aparte La trama de la sucesión) ya no le pesa la mirada ajena al presentarse y siente una “honorable responsabilidad” por ser el homónimo de quien considera “el hombre del hacer, el patriota que ansiaba ver la libertad de su pueblo y la felicidad de sus paisanos”, como afirmó en diálogo con diario Hoy.

La defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, su protagonismo en la Revolución de Mayo y la Guerra de la Independencia o la creación de la Bandera son hitos de la vida de Belgrano por los que su descendiente todavía se emociona. Pero hay uno, anterior a la Revolución, que destaca con especial valor: su desempeño en el Consulado, una especie de Secretaría de Comercio que debía controlar la inflación en los precios y que comandó con apenas 23 años, desde 1793 hasta que las invasiones inglesas sellaron su destino en el Ejército. “Generalmente se piensa en sus logros militares, pero él es reconocido como el primer economista por este cargo en el Consulado, donde promovió desde la creación de escuelas para mujeres, de artes y oficios, hasta la enseñanza primaria, gratuita y obligatoria”, recordó su heredero.

La “admiración” por el intelectual, periodista, abogado, político y militar fallecido hace 197 años lo motiva, cada semana, a viajar desde Olavarría, donde vive y trabaja como licenciado en Administración Agraria, hasta el Instituto porteño desde el que difunde la obra de Belgrano. Del prócer, dice, no heredó más que el nombre y la sangre, “que no es poco”. Sin embargo, quizá algo de su rutina itinerante se deba a los genes de aquel hombre “inquieto”, que “como secretario del Consulado buscó la prosperidad del país, pero cuando le tocó tomar las armas o crear una bandera lo hizo. Siempre estuvo a la altura de las circunstancias”, enfatizó el licenciado.

Un célebre 27 de febrero

La conmemoración de la muerte de Belgrano, cada 20 de junio, honra el capítulo más célebre de su vida, ocurrido el 27 de febrero de 1812, en Rosario, a orillas del río Paraná, donde ante las baterías de artillería apostadas para defender el avance de los realistas enarboló por primera vez la bandera celeste y blanca (ver aparte Lealtad y controversia).

“Había que decir y hacer eso en ese momento crítico, en plena ofensiva enemiga y con las Provincias Unidas del Río de la Plata todavía dependientes del Reino de España”, reconoció el chozno sobre la decisión del General de crear una insignia propia, desautorizada incluso por el gobierno porteño, que hizo llegar hasta Rosario una tela realista.

Para entonces, Belgrano ya cabalgaba hacia Jujuy, donde el 25 de mayo de ese año hizo bendecir la Bandera Nacional y meses después se puso al frente del Ejército del Norte para comandar el sacrificado Éxodo Jujeño, la histórica destrucción de casas y cultivos para desorientar al enemigo. El repliegue llegó hasta Tucumán, donde 1.800 patriotas vencieron a 3.000 realistas. Un año después, repitió la victoria en Salta. Fue su último gran triunfo, reconocido con un premio de 40.000 pesos en terrenos fiscales que él pidió invertir en escuelas de Jujuy, Santiago del Estero, Tucumán y Tarija (hoy Bolivia). Luego, el ocaso militar, la pobreza y las enfermedades lo castigarían hasta su muerte el 20 de junio de 1820.

Para el presidente del Instituto Belgraniano, ese final, pobre y enfermo, habla del “desprendimiento” y “la entrega” del prócer por lograr “la patria unida que soñó pero no llegó a ver”. Por eso, concluyó, “el mejor ho­menaje que le podemos hacer es saldar esa deuda, construir una nación sin diferencias, agresiones ni grietas”.

La trama de la sucesión

El licenciado Manuel Belgrano integra la quinta generación familiar del prócer, una compleja trama de descendencia que inicia en la hija que el creador de la Bandera tuvo con María Dolores Helguero, Manuela Mónica, y que se ramifica hasta el tataranieto de aquel, Manuel, padre del presidente del Instituto Belgraniano. A través de este, la herencia del General continuará por al menos dos generaciones: en su hijo varón y en uno de sus cinco nietos, cuyos nombres pueden adivinarse.

Lealtad y controversia

Los colores de la bandera que Belgrano izó en Rosario son todavía motivo de una vieja controversia. La discusión se reavivó meses atrás, cuando investigadores del Conicet concluyeron que la tela era azul ultramar. Para el presidente del Instituto Nacional Belgraniano, el prócer fue “clarísimo” en la nota que en 1812 envió al Triunvirato. “Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional”, citó el licenciado, y cerró: “Es ante esos colores que juramos cada año”. Precisamente ayer, alumnos de Berisso y Ensenada prometieron lealtad a la enseña patria en actos que mañana tendrán su réplica en la Plaza Belgrano.

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