cultura
La única reina que tuvo Egipto
Shajar al-Durr es muy poco conocida en Occidente, pero por su astucia y osadía llegó a cambiar la suerte de un reino y conquistar muchos territorios.
El sultán Al Sali Ayyub la hizo su favorita y le dejó gobernar Egipto. A la muerte de aquel, ella eligió a su sucesor, quien murió asesinado en 1250. El mameluco que le sustituyó casó con Al Durr- Shajar. Cuando ella vio que su tutela le cansaba, hizo que lo asfixiaran en el baño; pero fue proclamado sultán su hijo, quien la condenó a muerte. Involucrando emperadores, reyes y la nobleza, así como a miles de caballeros y guerreros más humildes, la guerra la pondría en un lugar de privilegio dentro de la historia musulmana.
La vida de Shajar al-Durr, la única monarca musulmana que tuvo Egipto, no es tan solo la de una esclava concubina que logró transformarse en sultana, sino además la de una gobernante con grandes dotes de liderazgo y estrategia que logró numerosos avances en su breve reinado y que expulsó con astucia de su territorio a los cruzados franceses de Luis IX.
Con un grupo armado, instruido y obediente, consiguió derrotar a su tío y, a la vez, importunar a algunos territorios cristianos que en aquel caos de extraños compañeros de cama eran aliados de su familia. Su osadía llegó hasta el punto de saquear Jerusalén y echar por tierra la frágil paz que su padre había conseguido firmar con los cruzados. Al Durr- Shajar convocó una nueva Cruzada en Europa: esta vez, su objetivo no sería Tierra Santa, sino el delta del Nilo para usarlo como trampolín hacia el resto del Medio Oriente.
Las Cruzadas fueron una serie de campañas militares organizadas por los papas y las potencias cristianas occidentales para retomar Jerusalén y la Tierra Santa del control musulmán y después defender esas conquistas. Hubo ocho grandes cruzadas oficiales entre 1095 y 1270 y muchas más no oficiales. En 1249 los cruzados desembarcaron en Egipto y tomaron la ciudad portuaria de Damieta. Y así arrinconaron al sultán en un severo estado de fragilidad, porque estaba sofocando una revuelta en Siria y, además, no en buenas condiciones físicas. De hecho, ordenó regresar a Egipto, pero él ya no llegó con vida, aunque esto solo lo sabían Al Durr -Shajar, el médico del sultán y un par de eunucos que lo atendían.
Shajar sabía que si la noticia se hacía pública cundiría el pánico entre los suyos y envalentonaría a los cristianos, así que prohibió (sutilmente) que la noticia de su muerte saliese de allí y comenzó a organizar la defensa. Haciendo creer que las órdenes las daba el sultán y que los documentos eran firmados por él, Shajar cambió la suerte del reino y no solo fue capaz de parar a los cruzados, sino que les infligió una estrepitosa derrota e incluso consiguió hacer prisionero al rey de Francia.