cultura

Las guerras modernas

La barbarie de unos países invadidos por otros sigue sacudiendo al mundo desde el fondo de los tiempos y nada parece impedirlo.

Interés General

04/09/2025 - 00:00hs

En Europa, donde la guerra entre naciones parecía un recuerdo de un pasado que nunca volvería, retumbaron una mañana los cañones. Un líder ruso autoritario – pero elegido por los votos del 76 por ciento de sus ciudadanos- decidió invadir un país fronterizo, Ucrania, que había pertenecido a la antigua Unión Soviética y lanzó miles de tropas a ocuparla. La barbarie de la invasión dio aún más argumentos a los que sostenían que la perdición del socialismo había sido haber triunfado en Rusia, ese país que degradaba casi todo, excepto los magníficos relatos de su degradación. Y el mundo occidental se sacudió: volvió, tras tanto tiempo, el peor de los fantasmas.

La guerra, como suele pasar en estos casos, fue un tornado en sus primeros días: emociones, declaraciones, realineamientos, reacciones, pero poco a poco fue quedando en segundo plano, y si se la recordaba de tanto en tanto era sobre todo por sus consecuencias económicas: el aumento de ciertas materias primas -gas, petróleo, cereales- produjo una inflación tan desacostumbrada como los bombardeos de los aviones. La invasión rusa no prosperó porque Estados Unidos y Europa enviaron armas que le permitieron contratacar a las fuerzas ucranianas.

En Medio Oriente, Israel utiliza su sofisticado arsenal armamentístico para perpetrar el exterminio del pueblo palestino, con el mismo espíritu de “solución racial” que el nazismo aplicó contra el pueblo judío.

Quizás nunca en la historia del mundo haya habido unas décadas con tan poca violencia como el final del siglo XX y el principio del XXI. Entre 1905 y 1975 las guerras habían matado a unas 150 millones de personas. En todo el año 2020 solo dos zonas de combate habían producido más de 10 mil muertes: Afganistán, donde fuerzas fundamentalistas peleaban contra el ejército pagado y conducido por los Estados Unidos, y Yemen, donde sectores religiosos, saudíes y demás se enfrentaban en un laberinto inextricable

Ya han pasado más de 80 años desde que el lanzamiento de aquella primera máquina, la bomba atómica, en tierras japonesas cambiara la idea de la guerra. Su aparición fue la cumbre del triunfo de la técnica humana sobre la fuerza humana: cinco personas en un avión podían matar, de un solo gesto, a cien mil millones.

La guerra moderna está repleta de tecnología de vanguardia –desde inteligencia artificial hasta drones y misiles hipersónicos–, pero una tecnología que tiene más de un siglo todavía está demostrando su valor: el código morse. Las corrientes de tonos entrecortados, que un ferroviario de hace más de 150 años reconocería al instante, son utilizadas todavía por el ejército ruso en la guerra de Ucrania.

Incluso hoy muchas personas podrían identificar el sonido característico del código morse, especialmente el conocido patrón tres cortos, tres largos, tres cortos (… - - - …), que forma la señal de emergencia SOS. Hoy en día se envían mensajes en código morse desde bombarderos rusos a sus centros de control, o desde barcos de la Flota del Báltico a sus cuarteles generales en tierra. Las bandas de onda corta utilizadas por radioaficionados están igualmente llenas de pitidos que los entusiastas conocen como “dits” (.) y “dahs” (-), o como puntos y rayas por el público en general. Incluso los espías todavía sintonizan las bandas de onda corta para escuchar estaciones clandestinas que transmiten en código morse.

La gran capacidad de destrucción de los ejércitos modernos, arsenales nucleares mediante, desaconseja a las potencias grandes o medias enfrentarse directamente, así que se afilan los conflictos indirectos. Por otra parte, surgen las llamadas guerras asimétricas, en las que el manual de estrategia de las anteriores no sirve para nada, en las que un combatiente en desventaja técnica debe aplicar tácticas de guerrilla u otro tipo. Son guerras como las Vietnam, la antigua Yugoslavia o Siria, donde los bandos se multiplican y el concepto de tradicional de «frente» se diluye, aunque las víctimas civiles también aumentan.

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