Cultura

Lo que se desconoce de las fiestas de fin de año

Navidad y Año Nuevo son festividades que celebramos ignorando buena parte de las historias que les dan sentido.

¿Por qué brindamos en las fiestas? A estas alturas ni siquiera nos lo preguntamos. En esta sociedad, donde las cosas importan cada vez más y las personas cada vez menos, las historias emergen sin nombre ni rostro. Simplemente están ahí, como costumbres impuestas por la tradición, ocultando lo más valioso que contienen: su verdadero sentido.

El calendario que utiliza la mayor parte del mundo es uno basado en el maya, que ­proviene de Roma e incluso fue bendecido por el Vaticano. La ­cultura maya es la única de las Américas en la que el tiempo funda al espacio. Sin embargo, los libros mayas fueron quemados por orden de la Iglesia porque esos códices celebraban el politeísmo, lo que los convertía en obra del demonio. Lo único que quedó fue la tradición oral: la palabra dicha, repetida, de generación en ­generación.

Cuenta el inolvidable escritor uruguayo Eduardo Galeano, en Los hijos de los días, que Jesús, a quien sus seguidores proclamaron hijo de Dios, no podía festejar su cumpleaños porque no tenía día de nacimiento. Aunque el discurso evangélico haya rodeado su llegada al mundo de una serie de prodigios que forman parte de la fe cristiana, entre los que se incluye la genealogía que lo hizo descender del rey David, la virginidad de María y la anunciación del acontecimiento por un ángel, lo cierto es que recién en el año 354 los cristianos de Roma decidieron que él había nacido el 25 de diciembre, dando crédito a lo escrito por Furio Dionisio Filócalo, quien escribió que una de las festividades más celebradas en su tiempo –siglo IV– era el 25 de diciembre “por ser el día del nacimiento de Cristo en Belén de Judea”.

Tradiciones antiguas

Las religiones antiguas establecían dos principios de culto, el de las divinidades masculinas asociadas con el Sol y la luz, y el de las divinidades femeninas, asociadas a la Tierra y la naturaleza.

El 25 de diciembre los paganos del norte celebraban el fin de la noche más larga del año y la llegada del dios Sol, que venía a romper las tinieblas. El dios Sol había llegado a Roma desde Persia. Se llamaba Mirra, cuyo significado proviene de la mitología grecolatina: Mirra era la madre de Adonis y fue convertida en árbol por Afrodita para salvarla de su padre Tías, rey de Siria.

Finalmente la tradición antigua fue apropiada por la cultura cristiana y Mirra pasó a llamarse Jesús.

Lo que no se sabe del Año Nuevo

Otra fecha cuyo significado se ha perdido en el tiempo es el Año Nuevo. El año no se midió siempre igual, sino que fue en tiempos del Imperio Romano que cambió. De modo que el nuevo mileno nació un primero de enero por obra y gracia de romper la tradición que mandaba celebrar el inicio de un nuevo año en el comienzo de la primavera, que en Roma empezaba en marzo.

El 31 de diciembre, desde el punto de vista astronómico, no ocurre nada especial para decir que allí termina el año. ¿Y por qué cambió, entonces? Porque las legiones romanas tuvieron que marchar a España. Fue la guerra más larga que libró Roma contra ninguno de los pueblos que combatió a lo largo de su dilatada historia; el escenario era Numancia, donde aún quedan restos de lo que fue la larguísima resistencia de los españoles contra los romanos. Como todos los que en Roma ocupaban cargos importantes se habían ido, no hubo más remedio que cambiar la fecha. Aunque llevaban años y años peleando, no había manera de apagar esa rebelión incesante.

A partir de ese momento, el año empezó a celebrarse el 31 de diciembre, día en que alzamos la copa, aunque no sepamos por qué. En realidad, brindamos en homenaje a los valientes, a los que resistieron contra lo que en aquel tiempo era el imperio más poderoso del mundo. Como alguna vez sintetizó el propio Galeano: “Brindamos para que sigan naciendo los libres y los años”.

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