La importancia del fuego en la historia humana
Fue una de las primeras herramientas con las que contaron los seres humanos para distinguirse del resto de los animales.
cienciaFueron contemporáneos, vivieron a pocos kilómetros de distancia, y construyeron una manera de escribir que hizo escuela.
19/08/2025 - 00:00hs
Borges decía que si Edgard Allan Poe hubiera sido un hombre rico, el mundo hubiera sido mucho más pobre porque no tendríamos sus cuentos. En ese sentido, hay un hecho indisimulable: Estados Unidos, en muy pocos años, produjo muchos hombres de genio. Se dirá que eso puede deberse a lo dilatado de su territorio, y las muchas poblaciones. Pero eso es falso, porque todos los hombres de genio, con una honrosa excepción, la de Walt Whitman, que nació en Long Island, pertenecieron a la región de New England: es decir, en una zona bastante pequeña, estaban la mayoría de los grandes escritores norteamericanos. Thoreau, Melville, Hawthorne, Emerson, Henry James y Poe.
Es curioso, pero esos 7 nombres, que son capitales para la literatura universal, son vecinos; sin perjuicio de mencionar a William Faulkner en el sur y Mark Twain en Missouri. No hay ninguna teoría que lo explique. Sus comienzos coincidieron con el surgimiento de la era Moderna e, incluso, ayudaron a definirla. La era de los Estados Unidos fue también la era de la novela, en una época en que la literatura de un país, sin grandes epopeyas ni tragedias memorables, logró convertirse en modelo para la mitad del mundo.
Según la escritora Susan Sontag, las actividades literarias son una vocación ideal, una prerrogativa, más que una simple carrera, una profesión, que se sujeta a las nociones comunes de “éxito” y al estímulo financiero. La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia. Desempeña una función esencial en la creación de la vida interior, y en la ampliación y ahondamiento de nuestras simpatías y nuestras sensibilidades hacia otros seres humanos y el lenguaje.
A Herman Melville le bastó una sola obra maravillosa para pasar a la inmortalidad. La obsesión del Capitán Ahab por la ballena blanca llamada Moby Dick, todavía depara mil y una adaptaciones, artículos académicos y ensayos psicológicos. Asimismo, la novela tiene posiblemente uno de los mejores comienzos de la historia de la literatura. "Llámenme Ismael", dice. Apenas dos palabras bastan para que se produzca el hechizo. "Llámenme Ismael. Hace unos años, no importa cuántos hace exactamente, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo".
Poe fue el inventor de la novela policial, pero su obra floreció más en Inglaterra que en Estados Unidos. En este último, la novela que llaman “policial” eran, en verdad, novelas sanguinarias, de violencia, de personajes tirados al suelo y que recibían puntapiés. Como señalara Borges: “Poe no buscó lo real. Él resuelve el crimen por medio de silogismos. Y esa es la gran invención de él”.
En 1843, Poe obtuvo un éxito extraordinario con un relato acerca de un fabuloso tesoro escondido llamado El escarabajo de oro, y en 1845 escribió El cuervo y otros poemas. La leyenda cuenta que en sus últimos momentos invocó obsesivamente a un tal Reynolds (el explorador que le había servido de referente para su novela de aventuras fantásticas La narración de Arthur Gordon Pym). Sus últimas palabras fueron: "¡Que Dios ayude a mi pobre alma!".
“Poe, yo creo, es un hijo de Hawthorne”, decía Borges. Hombre eminentemente mental y de experiencias vigorosamente imaginativas, Nathaniel Hawthorne nació en Salem en 1804 y murió sesenta años más tarde en New Hampshire. En 1850 publicó La letra escarlata, en la que denunció la hipocresía de una comunidad puritana que estigmatiza a una mujer por haber concebido un hijo sin haber celebrado casamiento. Llevará por ello, como signo de su maldición, la letra A –justamente, la de adulterio– en el pecho. «Ser hijo de un hombre de genio es, en el mejor de los casos, haber nacido en un legado de comparaciones odiosas», había reconocido Henry James Jr., quien puso el océano Atlántico entre él y su padre filósofo.