CULTURA

Maximiliano Costagliola, un novelista de La Plata

Nació en Berazategui, pero actualmente vive en nuestra ciudad. Conversamos con él sobre sus proyectos y de estos tiempos tan propios de una ficción.

Con la novela El arponero del aire, Maximiliano Costagliola ganó el primer premio del Fondo Nacional de las Artes en 2011. El libro permitió conocer a un escritor de prosa trabajada, espesor filosófico y gran sentido del humor.

Le preguntamos a Maximiliano Costagliola de qué manera una experiencia como la que estamos viviendo influye en la creación literaria. Quisimos saber si estos tiempos, con el sedentarismo, las preocupaciones y los fantasmas que trajeron, fueron fértiles para imaginar historias.

“Específicamente sobre la pandemia no he escrito nada. Es un suceso demasiado inmediato, a tal punto que aún hoy estamos bajo sus efectos. Además, creo que por su envergadura reclama cierta distancia para ser pensado.

Hay sin dudas una tendencia natural a reflexionar sincrónicamente sobre lo que nos ocurre, especialmente cuando sus consecuencias modifican y condicionan radicalmente nuestro día a día y amenazan nuestra existencia, pero creo que los razonamientos más lúcidos tendrán lugar pasado un tiempo. Considero que es necesario que nos replanteemos los modos de producción y de consumo”, afirma el autor.

—¿Te sorprendió en medio de algún proyecto literario?
—A principios de diciembre se me había ocurrido una idea que podía convertirse en novela. En marzo retomé y las condiciones materiales de la pandemia, el tiempo disponible, me permitieron terminarla en julio. Fue la novela que más rápido escribí. Por otra parte, quiso la casualidad que se tratase de una distopía, es decir, una temática que de algún modo se emparentaba con lo que estaba sucediendo, aunque la novela no trata de una pandemia ni de nada parecido. Hacía dos o tres años que no escribía una novela y fue muy importante para mí hacerlo otra vez.

—¿A qué libros te remiten estos tiempos tan difíciles?
—No sé si me remiten a algún libro en particular. Creo que es un tiempo que percibimos como una suerte de suspensión de la existencia, aunque no sea realmente así. Sin embargo, para los que profesamos la lectura como una forma de vida, ese estado de suspensión no es nuevo.

—¿Hubo momentos de mucho abatimiento o pudiste mantenerte en pie en todo momento?
—Sin dudas hubo momentos de abatimiento, supongo que eran inevitables. Lo que me rescató de esos momentos creo que fue precisamente la literatura, leer y escribir, porque implican lo que te decía antes.

—¿Hubo cuestiones que pudiste ver desde tu encierro que te alumbraran aspectos de la condición humana que en la normalidad pasan desapercibidos?
—En este sentido lo que operó fue precisamente el proceso inverso. Es decir, se sedimentaron aquellas percepciones e ideas que ya tenía sobre la condición humana. Tengo una concepción bastante pesimista de la misma, y la pandemia y los comportamientos que desnudó no hicieron más que profundizar esa concepción.

—La pandemia nos ha enfrentado a nuestra fragilidad, ¿cómo te llevás con la idea de la muerte?
—Bueno, mi relación con la idea de la muerte se ha ido modificando con los años. Lo que antes era un suceso “aceptable”, una de las cláusulas del pacto de la existencia, se ha vuelto en cierta medida traumático. No tanto la propia muerte sino la de aquellos a los que amo. Es decir, no hay un efecto espejo. Lo que me aterra, porque anularía mi línea de flotación, es que ya no estén mis afectos. Es un hecho que me paraliza, que clausura cualquier pensamiento.

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