Qué orejas tan grandes tienes...

Este mes se cumplieron 76 años de la muerte del Petiso Orejudo, el criminal más conocido de la historia argentina. La sociedad en la que vivió, los encargados de narrar los hechos y las ideas positivistas convirtieron al asesino en una atroz leyenda.

Cayetano Santos Godino se acercó al ataúd abierto, sacó la mano del bolsillo y la estiró hasta el rostro del cadáver; le giró el pescuezo y comprobó que ya no llevaba el clavo que le había incrustado en la sien. “¿Y el clavo?”.

Aquella tarde, había conducido al niño de 3 años, con la excusa de comprarle caramelos, hasta un enorme galpón de chapas y lo había golpeado hasta dejarlo inconsciente. Fuera del lugar se había cruzado con el padre de la criatura, que lo buscaba desesperadamente y le había ofrecido su buena voluntad para encontrarlo. Después, con un clavo de tres pulgadas remató al pequeño Gesualdo.

“¿Cómo? ¿Y el clavo?”. Aquello fue lo último que dijo antes de ser arrestado por los policías que estaban presentes en el velatorio. Fue detenido en la Ciudad de Buenos Aires en 1912, cuando tenía 16 años, y confesó haber sido el autor de once delitos. “Tres muertos y ocho lastimados”, dijo. Todos eran niños. Además, declaró haber causado siete incendios, ocho mutilaciones de animales y diversos hurtos.

Era hijo de unos campesinos pobres calabreses que habían arribado a Buenos Aires en 1884. Creció en el hacinamiento de los conventillos, padeció el maltrato de su padre alcohólico y pasó hambre, aunque esto último era algo común para los inmigrantes de fines del siglo XIX y principios del XX. Pronto se acostumbró a vagar por las calles adoquinadas de los barrios de San Cristóbal y Parque Patricios. También erró por los caminos de tierra que se volvían ríos de lodo los días de lluvia.

Los crímenes

Arturo Laurora fue el primer infante asesinado por Cayetanos Santos Godino. El cuerpo fue encontrado en una casa vacía el 25 de enero de 1912. El mismo presentaba numerosos golpes y tenía un piolín alrededor del cuello, el mismo que el Petiso Orejudo usaba para sujetarse el pantalón.

Un mes y medio después, el 7 de marzo, el asesino de 16 años arrojó un fósforo encendido sobre el vestido blanco de una niña de 5. Se llamaba Reina Bonita Vainicoff y se encontraba mirando la vidriera de una zapatería. Los desesperados esfuerzos de la gente que la rodeaba fueron en vano: moriría 16 días después debido a las múltiples quemaduras.

Su último crimen fue perpetrado en un enorme galpón de chapas, en diciembre de 1912. Durante los dos años que se extendió el proceso judicial permaneció recluido en el Hospicio Las Mercedes. El director, Domingo Cabred, era un reconocido médico especialista en el estudio y tratamiento de la alienación mental. Según su diagnóstico, Godino era un “imbécil” y un “loco moral”. Alvaro Abos, periodista y escritor, recoge el diálogo que sostuvo el doctor con el homicida:

DC:—¿Es usted un muchacho desgraciado o feliz?

CSG:—Feliz.

DC:—¿No siente usted remordimientos por lo que ha hecho?

CSG:—No entiendo.

DC:—¿Piensa que será castigado por sus delitos?

CSG:—He oído que me condenarán a 20 años de cárcel y que si no fuera menor me pegarían un tiro.

DC:—¿Por qué incendiaba las casas?

CSG:—Porque me gusta ver trabajar a los bomberos. Cuando ellos llegaban, yo colaboraba trayéndoles baldes de agua.

DC:—¿Y robar?

CSG:—He probado, no me gusta.

En el fin del mundo

El Petiso Orejudo fue condenado a prisión perpetua en 1914 y encerrado en la Penitenciaría Nacional. Finalmente, fue trasladado al Penal de Ushuaia en 1923, también conocido como la “cárcel del fin del mundo”. Su acta de defunción, según Álvaro Abos, precisa que murió el 15 de noviembre de 1944, producto de una hemorragia interna causada por gastritis avanzada. Cuando el lugar fue clausurado en 1947 se removieron las tierras del cementerio de la prisión, pero sus restos no fueron hallados.

Abono para las teorías lombrosianas

El paradigma positivista en auge durante el siglo XIX consagró como conocimiento verdadero a todo aquel que provenía de la experiencia. En este contexto, las teorías del italiano Cesare Lombroso, médico y antropólogo criminal, alimentaron desmedidamente el mito del Petiso Orejudo.

El estudio del universo delictivo llevó a Lombroso a afirmar que el criminal era anterior al crimen, ya que ciertos individuos poseían características biológicas y psíquicas que los predisponían a cometer ilícitos. Aseguró que era posible identificar a los sujetos inclinados hacia malas conductas porque tenían la frente hundida, ojos achinados, mandíbulas grandes, pómulos salientes y asimetrías en la cara, nariz y órbitas.

El caso del Petiso Orejudo abonó estas ideas en los albores del siglo XX. De hecho en el penal de Ushuaia fue sometido a una operación para restarle volumen a sus orejas, en un intento de corregir su comportamiento.

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