cultura

Raúl Scalabrini Ortiz, un profeta nacional

Fue un intelectual que desnudó la trama del pensamiento colonial, convirtiéndose en el gran fiscal de la entrega de las riquezas de nuestra patria.

Junto a Arturo Jauretche y Homero Manzi, entre otros amigos, creó la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (Forja), y en los sótanos de Lavalle 1725, de la ciudad de Buenos Aires, se reunían a pensar lo que vendría. Eran los años de la “década infame”. Los “nacionales” hablaban para ser escuchados por pocos. Escribían en periódicos de escasa tirada, perseguidos y proscriptos por denunciar los mecanismos del coloniaje mental.

Raúl Scalabrini Ortiz nació en Corrientes el 14 de febrero de 1898. Comenzó siendo poeta –nunca dejó de serlo–, pero se sintió urgido a buscar las causas del drama argentino, y para ello debió apelar a la rigurosidad de la estadística, al estudio en profundidad de la historia, al descubrimiento de la acción colectiva para construirle un futuro distinto al país: “Éramos brizna de multitud y el alma de todos nos redimía. La sustancia del pueblo argentino, su quintaesencia de rudimentarismo estaba allí presente”, escribe en El Laborista, refiriéndose al 17 de octubre de 1945.

En 1931 publicó El hombre que está solo y espera, que marca una fractura con el pensamiento cosmopolita: “Este libro compendia los sentimientos que he soñado y proferido durante muchos años en las redacciones, cafés y calles de Buenos Aires”. Es una obra sobre el hombre concreto, el de Corrientes y Esmeralda, postergado por una sociedad que no lo tiene en cuenta, y que necesita recuperar su relación con el “espíritu de la tierra”, como llama Scalabrini Ortiz a la conciencia de la nacionalidad. Es el hombre embrutecido por la falsa conciencia que “se busca afanosamente a sí mismo”, cercado por fuerzas materiales e invisibles que no puede controlar: “Es la suya una vida que se va cuesta abajo, resbalando despacito, leve, sin sacudones, una vida que se le escurre entre los días y los años, una vida enaceitada que se aja sin constancias, sin tragedias, entre días monótonos, grises, que se disuelven atónitos los unos a los otros”.

En el libro denuncia esa costumbre pusilánime de ciertas capas medias de nuestra sociedad que se expresa en la consigna “no te metas”: “No te metas, es un asunto que no es tuyo y es privilegio del Estado. No te metas a apagar ese principio de incendio. No te metas a delatar ese contrabando. No te metas a cuidar de la vida de los bañistas que se adentran en el río. No te metas en las cosas que el Estado debe cuidar”.

Un militante sin cargo

No le gustaban los “macaneos de capilla”, se documentaba profun­damente antes de abordar un tema. Porque en esos temas se jugaba el destino nacional. Se preguntaba: “¿Cómo es posible que haya hambre en un país productor de alimentos?”. Para responderse, hizo un inventario de nuestros bienes: ferrocarriles, frigoríficos, puertos, etc., y llegó a la conclusión de que era el imperialismo inglés el propietario de nuestras riquezas, que succionaba el esfuerzo nacional a través de seguros, fletes, dividendos y rentas que le daba el dominio de los recursos vitales de nuestra economía.

Fue quien más acuciosamente investigó la penetración británica en el Río de la Plata. Supo ver en los ferrocarriles un factor primordial para la independencia nacional, ya que el trazado de las vías “son una inmensa tela de araña metálica don­de está aprisionada la República”. Presentó el proyecto de nacionalización del ferrocarril a Juan Domin­go Perón, quien le ofreció un cargo en el gobierno, que Scalabrini Ortiz no aceptó para preservar su independencia crítica como intelectual. Sin embargo, a la hora de votar, su coherencia no mostraba fisuras: “No debemos olvidar en ningún momen­to que las opciones que nos ofrece la vida política argentina son limitadas. No se trata de optar entre el general Perón y el arcángel San Mi­guel. Se trata de optar entre el general Perón y Federico Pinedo. Todo lo que socava a Perón fortifica a Pi­nedo, en cuanto él simboliza un régimen político y económico de oprobio y un modo de pensar ajeno y opues­to al pensamiento vivo del país”.

Raúl Scalabrini Ortiz murió en Buenos Aires el 30 de mayo de 1959. Desde Ciudad Trujillo, Juan Domingo Perón le escribió a la viuda, Mercedes Comaleras: “Los que hemos luchado por los ideales que inspiraron la vida de Scalabrini Ortiz no podremos olvidarlo, como no lo olvidarán las generaciones de argentinos que escucharon sus enseñanzas y lucharán por hacerlas triunfar en el tiempo y en el espacio”.

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