cultura

Ricardo Piglia, el tango y la “traición”

El escritor argentino reflexionó sobre esa música que, al igual que el jazz, nació en los “bajos fondos” de la ciudad.

En 1903, Fray Mocho anunciaba la muerte del tango: “Los famosos cultivadores del tango y el tango mismo han desaparecido de la escena. Si ya no asistimos a su ignorada muerte, oímos el fúnebre tañido de la campana que anuncia su agonía”. En esos años, el tango apenas comenzaba a afirmarse y a adquirir las tonalidades que iban a convertirlo en la música popular por excelencia en el Río de la Plata. Por eso, teniendo en cuenta esa profecía fallida de un escritor costumbrista argentino, se puede entender que Ricardo Piglia había abordado con otra cautela el tema de la vigencia del tango.

El tango y el jazz reconocían un origen común: los prostíbulos. El autor de Respiración artificial recordaba: “El título de los primitivos tangos alude de un modo transparente a ese origen. El Queco, nombre del quilombo en el lunfardo de los cuarteles y Dame la lata, que remite a la ficha que recibían las loras por cada cliente, se disputan el privilegio de ser el primer tango conocido. Otros títulos iniciales conservan las resonancias procaces de los ambientes prostibularios. El fierrazo, Con qué tropieza que no entra, El choclo, Dos veces sin sacarla”.

A ese origen se referirá Lugones con una metáfora en El payador, anunciando también de un modo implícito la deseada declinación del tango: Las contorsiones del tango, ese reptil de lupanar, tan injustamente llamado argentino en los momentos de su boga desvergonzada”.

La sentencia de Lugones es de 1916: al año siguiente Gardel graba Mi noche triste, el primer tango cantado. En ese tango inicial están todos los tangos por venir: el hombre le habla a la mujer que ya no lo acompaña y se queja de lo que considera una traición. “Percanta que me amuraste”: la historia del tango es una variación incesante del primer verso de Mi noche triste.

El hombre “engañado”, escéptico, amargado, moralista sin fe, apostrofa al mundo. Según Ricardo Piglia, los héroes de Discépolo están en esa tradición: “traicionados”, hacen de la “traición” en todos sus sentidos una clave para descifrar la sociedad. “Traición a los valores, al pasado, traición a la pureza, al barrio, traición a los orígenes, a las jerarquías. Cambalache sintetiza bien esa visión del mundo sostenida en la pérdida y en el engaño”.

El escritor argentino también estudió en profundidad la obra de Jorge Luis Borges, hasta dio un recordado curso en un programa emitido por la televisión pública. Por eso hablaba con fundamento cuando decía que el tango Cambalache, de Discépolo, es una versión popular de El Aleph, el célebre cuento de Borges. El héroe herido en el corazón y hundido en la tristeza de la pérdida puede por fin mirar la realidad tal cual es y percibir sus secretos. En el estudio del fallecido escritor y crítico literario sobre el famoso relato se dice: “El hombre traicionado, que ha perdido a la mujer, percibe la esencia del mundo concentrada en una visión alucinada. La enumeración caótica y la percepción instantánea del significado del universo enlazan estos dos textos, emparentados además por su corrosivo cinismo”.

Pero Cambalache no fue el único tango que Piglia puso en línea con la literatura argentina. Según él, La gayola también hace de lo que se considera traición el motor de la desgracia: “El hombre honrado se desgracia por culpa de una mujer y va a la cárcel de donde sale vencido y en la miseria. La acumulación de desdichas parece despojarlo de cualquier voluntad de venganza: vuelve a visitar a la mujer que lo perdió solo para perdonarla y recordar el pasado”.

El autor subrayaba lo que consideraba el lenguaje refinado de muchos de los tangos, la tersura del lenguaje a veces enriquecido con flexiones coloquiales y lunfardas. Un nivel literario que sería llevado a la cima del género con Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo, Homero Expósito y Cátulo Castillo, entre otros.

Noticias Relacionadas