Cultura

Roberto Cossa, uno de los mayores autores argentinos

Escribió medio centenar de obras para teatro, cine y televisión, con una pasión que no ha sido para nada atenuada por las más de ocho décadas que lleva vividas.

Roberto Cossa supo que había encontrado su lugar en el mundo cuando desde la última butaca del Teatro del Pueblo vio cómo se bajaba el telón. En su juventud, no había otra posibilidad de comenzar en el teatro que hacerlo en el circuito independiente. A la salida del colegio, pasaba por una sala teatral que estaba cerca de su casa, en Villa del Parque, y fastidiaba a todo aquel que entraba o salía del lugar con todo tipo de preguntas fantasiosas.

Nacido el 30 de noviembre de 1934, Roberto “Tito” Cossa supo, como a quien se le incrusta una idea y se le expande en el cuerpo, que el teatro se convertiría en su primer y último refugio. Tempranamente descubrió allí un ámbito de militancia. Fundó el Teatro Independiente de San Isidro: “El teatro tenía elencos estables y sala propia, pero no cobraba nada. Era una militancia absoluta. Incluso, el teatro Fray Mocho tenía la costumbre de eliminar del programa de mano los nombres de los actores para no fomentar el divismo. Era otra época, y se tenía la idea de que hacer teatro comercial era un pecado imperdonable”.

Nadie sabe cómo empieza una vocación, pero todo en su vida tendía con apremio hacia el mismo interrogante: ¿hasta qué punto todo lo que nos pasa no tiene que ver con un problema cultural? La cultura entendida no solo como el arte, sino como una concepción, una mirada social que trasciende las fronteras temporales. Sus fuerzas solo pueden ser empleadas en una sola dirección: el imaginario. “Como los pueblos tienen un imaginario y de ese imaginario salen conductas y de esas conductas de pronto nacen historias y acciones, ¿cuánto hay de cultural en todo lo que ha pasado en la historia de la humanidad?”, se pregunta Tito Cossa.

Para el autor de Yepeto, el teatro es una forma de acercarse a la realidad. Y en eso, algunos autores son más sensibles que otros. En las obras de Cossa aparece la realidad tal como la percibe en relación con el autoritarismo, la censura y las demás injusticias que agravan la sombra del miedo que muerde los talones del mundo.

En 1977 escribió La nona, una de las mayores piezas teatrales del humor grotesco argentino, que narra la historia de la decadencia de una familia que, al tener que mantener a una vieja de 100 años, se hunde en la ruina, poniendo de relieve, detrás de la sátira y el diálogo ingenuo, a los desechables de la sociedad, que no tienen mayor aspiración que la de sobrevivir, aunque eso implique que se destruyan entre sí. La obra nació para televisión, luego pasó al teatro y, dos años más tarde, en 1979, fue llevada al cine por el director Héctor Olivera, y contó entre sus protagonistas a Pepe Soriano, Juan Carlos Altavista y Osvaldo Terranova.

Solo queda rezar

En los años de la última dictadura, fue uno de los gestores de ese movimiento de resistencia cultural que fue Teatro Abierto: “A raíz del aislamiento de los autores, en los teatros oficiales no se hacían nuestras obras. En los canales de televisión, que eran del Estado, estábamos prohibidos. En el Conservatorio de Arte Dramático había una interventora que eliminó la cátedra Teatro Argentino Contemporáneo, que éramos nosotros. Solíamos reunirnos en el bar de Argentores y allí llegaron un día unos chicos jóvenes pidiéndonos obras breves. En ese momento no les prestamos mucha atención, pero eso quedó. Y (Osvaldo) Dragún, que yo siempre digo que era el más delirante de todos, propuso que salgamos 21 autores, con obras de media hora cada uno, tres por día y durante una semana. Y repetir eso cada semana. Empezó a prender y, cuando llegó el momento de sumar directores, lo hicieron entusiastas. Lo mismo los actores. Había una profunda necesidad de expresarse”.

Su obra más reciente, Solo queda rezar, la escribió con su hijo Mariano, y puede verse actualmente en el Teatro del Pueblo. A los 87 años sigue muy atento a la escena teatral argentina y a la forma actual de escribir teatro: “Me parece que hay una tendencia de mucho humor, de mucho juego escénico en la palabra, típica del tiempo que vivimos. Hoy hay un mejor nivel en actuación y dirección que en dramaturgia. Pero esto no solo sucede aquí, pasa en todo el mundo. Cuando yo empecé, estaban vivos o acababan de morir Eugene O’Neill, Samuel Beckett, Arthur Miller, Tennessee Williams, había como 20 grandes autores. Eran tiempos en que los textos eran sagrados, nadie los tocaba, ni siquiera el director, tiempos en que el autor era la figura del espectáculo. Eso ha desaparecido. Ahora se apuesta más al actor y a la espectacularidad de la puesta. Antes se partía del texto, hoy del nombre y el estilo de un intérprete. Como autor, esto a veces me duele”.

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