cultura
Vida y misterio de un personaje histórico fascinante
Nefertiti fue una de las mujeres más poderosas de la Antigüedad, reina de Egipto adorada en los altares como una deidad.
El faraón representaba el grado más alto de la pirámide social: como portador de la sangre divina era el sumo sacerdote que debía construir templos y mantener el culto a los dioses, comandante de los ejércitos egipcios, juez supremo. En definitiva, garante del orden cósmico que asegura el correcto funcionamiento del universo. En ese sentido, Akenatón tenía una intención clara: hacer de él y de su esposa, Nefertiti, los dioses gobernantes de Egipto. Como los faraones reinantes de la Dinastía XVIII, mandaron traer al mejor escultor del imperio para diseñar bustos de sí mismos: aquellos que los inmortalizarían para toda la eternidad, como la pareja divina que dirigía a los egipcios.
Nacida en Tebas, los detalles de la biografía de Nefertiti son todo un enigma y un campo en el que los arqueólogos luchan por tener razón. Nefertiti se traduce del egipcio antiguo como «la bella ha llegado». Nació hacia el año 1370 a.C. y, desde muy niña, pasó sus días en el palacio de Tebas, entre las altas ramas de la realeza egipcia. Como hija del visir de la hija del visir de Amenhotep III, un general conocido como ‘Ay’, se educó entre los miembros de la élite en el poder.
A los 11 años, se comprometió con Amenhotep IV, hijo del faraón reinante. Sin saberlo, en conjunto se convertirían en una de las duplas más poderosas de la Antigüedad. Cuando ascendieron al trono, a Nefertiti le fue fácil adoptar el plan de su marido por vetar a todos los dioses que los egipcios habían adorado por milenios, estableciendo, de esa manera, la forma conocida más antigua de monoteísmo.
La revolución religiosa que encabezó Nefertiti con su esposo revistió los palacios egipcios con un nuevo estilo sagrado. Ella y el faraón se querían diferenciar de todos los demás regentes anteriores, por lo que las representaciones que se hicieran de la ‘Sagrada Familia Egipcia’ también deberían de ser diferentes. Especialmente, si ellos serían el centro de adoración en los altares.
No sólo eso: se les puede identificar bajo la influencia del dios Atón (o Aten), la deidad del disco solar. La luz del astro les acaricia el rostro. A veces, incluso, con pequeñas manos al final de cada uno de los rayos. El faraón quiso que toda su familia compartiera esa visión sobre la nueva manera de dirigir el imperio, por lo que se les representó juntos: ya fueran Nefertiti y él, o ambos con sus hijas entre manos. En su misión se ganó la enemistad de varios adversarios políticos —y de paso, de gran parte del Imperio: les parecía un sacrilegio que su nuevo dirigente deshonrara a los dioses que habían gobernado las alturas desde la eternidad. Más aún si la nueva pareja real se ponía en el centro de adoración de todo el Imperio. Se considera que la época de su reinado fue el período más rico de la historia del Antiguo Egipto.
El palacio de Nefertiti y Akenatón debía emular toda la gloria de la nueva pareja reinante. Y lo que es más: debería de hacer sentir a los visitantes como si realmente hubieran entrado a otro plano de existencia, más allá del terrenal. Como sus palacios estaban en el Norte, detalla Hawass, Akenatón y Nefertiti se paseaban en carruajes dorados de un extremo de la capital al otro. De esta manera, eran la viva imagen del Sol recorriendo el cielo de levante a poniente.
Mientras el imperio perdía estabilidad, una de las hijas de la pareja real falleció dando a luz con tan sólo 13 años. Poco tiempo después, se pierde registro alguno de Nefertiti: desapareció de las escrituras sagradas, o de cualquier representación de la época. La última vez que se le representó fue en un pasaje funerario, en el que Akenatón y ella velan el cuerpo de su hija muerta. Algunos historiadores piensan que, por el dolor profundo de la pérdida, Nefertiti se suicidó. Otros aseguran que, tal vez, perdió la fe en Atón, e inmediatamente su esposo la desterró para siempre.