La escritora platense Natalia Brandi y su nuevo libro
Murmullos en alguna ciudad es el título de la segunda de sus novelas, que refleja la vida dentro de la administración pública.
Recientemente fue publicado uno de los más célebres poemas-canciones del canadiense con ilustraciones del dibujante argentino Pablo Bernasconi.
13/12/2020 - 00:00hs
Hacia el final de su vida, cuando la columna le provocaba profundos dolores y su cuerpo iba consumiéndose por la enfermedad, Leonard Cohen le dijo a Adan –uno de sus hijos- que “la escritura era su único consuelo, su verdadero propósito”. Era, antes que nada, un poeta; consideraba su vocación como el “mandato de Dios de entrar en la oscuridad”. Escribía en todas partes, en cuadernos, servilletas, papeles sueltos, con una caligrafía cuidada y elegante. Escribir era su razón de ser. La llama que se esforzaba por avivar. Nunca se extinguió. Ni siquiera el 7 de noviembre de 2016, el día de su muerte, pues aún después siguieron apareciendo libros que recopilaron poemas hasta entonces desconocidos.
A los 22 años publicó su primer libro de poemas Mitologías comparadas, dedicado a su padre muerto, y compuesto por poemas escritos entre los quince y veinte años.
En los años 60 se fue a vivir a Hidra, una isla griega, donde siguió escribiendo poemas y novelas. Y comenzó a cantar profesionalmente. En sus canciones, las palabras son pronunciadas como un encantamiento. Escribir era para él algo que estaba más allá de su voluntad, la comprobación de que la poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Buscaba en todas las palabras su fuerza de símbolo, su posibilidad poética: “Por ejemplo la palabra mariposa. Para usar esta palabra no hace falta aligerar la voz, ni dotarla de pequeñas alas empolvadas, ni inventar un día soleado o un campo de narcisos, ni estar enamorado, ni estar enamorado de las mariposas. La palabra mariposa no es una mariposa de verdad. Está la palabra y está la mariposa”. Poeta es el que hace volar a la palabra mariposa.
Lorca, en el corazón
Amaba a Federico García Lorca, al punto que a su hija le puso por nombre el apellido del poeta granadino. El 21 de octubre de 2011, le dieron el Premio Príncipe de Asturias.
Leonard Cohen había estado durante una década recluido en un monasterio zen, su manager, en tanto, se había fugado con los ahorros del cantante. En esas circunstancias recibió la notificación del premio. Y Leonard, que detestaba las ceremonias de hojalata y frac, se presentó para decir lo siguiente: “Puedo decir que cuando era joven y adolescente y buscaba una voz en mí, estudiaba a los poetas ingleses y conocía bien su obra, y copiaba sus estilos, pero no encontraba mi voz: solamente cuando por fin leí, aunque era una traducción, las obras de Federico García Lorca, fue entonces cuando comprendí que había una voz.”
Musicalizó El pequeño vals vienés de Federico García Lorca, convirtiéndolo en una de sus canciones más emblemáticas. Con Lorca encuentra su voz. Pero aún le faltaba la guitarra para que naciera la canción. Porque empezó siendo un guitarrista indiferente que aporreaba notas al azar. Pero un día, a principio de los 60, en su Montreal natal, escuchó en un parque a un muchacho español, rodeado de chicas, tocar flamenco.
Recuerda: “Había algo en su manera de tocar que me cautivaba, yo quería tocar así, y sabía que nunca sería capaz de tocar así. Así que me senté allí con otras personas que escuchaban durante un rato y luego se hizo un silencio, un silencio muy apropiado, le pregunté que si me daría clases de guitarra”.
Este joven, con el que podía entenderse en francés, le enseñó a sacar de la guitarra sonidos que nunca había oído. Pero luego de unas clases, no volvió más. Se había suicidado: “Yo no sabía nada de este señor, no sabía de qué parte de España procedía, nada. Desconocía porqué había venido en concreto a la ciudad de Montreal, por qué estaba en ese parque, no tenía ni idea por qué se había quitado la vida”.
Últimas correspondencias
Poco antes de morir, escribió a Marianne –musa de una de sus canciones más recordadas-: “Hemos llegado a este tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía”. Vale la pena extender la mano, para tocar su poesía y agradecer por los dones recibidos.