Un roedor de 19 millones de años, un estudio y varios interrogantes

El análisis del cráneo abre inquietudes sobre la historia evolutiva del animal que habitó la Patagonia. El trabajo de investigación fue llevado a cabo por dos investigadoras del Conicet, junto a un colega de Estados Unidos.

A partir del estudio de los fósiles se pueden inferir hábitos y ambientes de donde vivían determinadas especies. En este caso, la descripción de un cráneo completo de un roedor de tamaño mediano llamado Prospaniomys priscus y que vivió en la Patagonia en el Mioceno temprano, hace aproximadamente 19 millones años, desencadenó varios interrogantes.

“Lo estudiamos porque nos dimos cuenta que el cráneo, que está muy bien preservado, cosa que es muy rara para un roedor de esa edad, presentaba caracteres raros. Los dientes nos daban una información en cuanto a los hábitos y la parte posterior del cráneo nos daba una información totalmente distinta”, le dijo a diario Hoy Michelle Arnal, investigadora del Conicet en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP.

A partir de esta inquietud, el equipo de trabajo comenzó a indagar cuál era esa contradicción. A través de microtomografías, estudiaron el cráneo desde adentro para saber el desarrollo de los órganos de los sentidos, haciendo énfasis en el oído.

Con la información que se conocía a través de estudios de los dientes, se suponía que este animal se alimentaba de frutos o de hojas carnosas, ya que presentaba dientes de corona baja, lo que es un indicador de que vivía en ambientes cerrados, o en ambientes abiertos pero con mucho pasto carnoso, lo que podría ser cerca de cuerpos de agua.

“Lo que nos indicaban esos dientes es que no podría haber habitado desiertos o ambientes donde hubiera mucho polvo en el medio y que el animal ingiriera polvo, porque eso hubiera hecho que los dientes se desgastaran mucho”, indicó la doctora en Ciencias Naturales.

Sin embargo, en relación con la porción posterior del cráneo, el roedor tenía bulas timpánicas o bulas auditivas muy grandes. “En distintos mamíferos, bulas muy grandes se encuentran en aquellos animales que viven en ambientes abiertos como desiertos o que tienen hábitos subterráneos, porque tanto debajo de la tierra como en los desiertos se transmiten mejor los sonidos de frecuencias bajas. Estudiando el cráneo vimos que este bichito tenía unas bulas muy grandes y el oído interno y medio adaptado a escuchar sonidos con frecuencias bajas”, recalcó.

Contradicción

“Teníamos para un mismo cráneo información contradictoria. Los dientes nos indicaban que ese animal vivía en ambientes cerrados y por otro lado la porción posterior del cráneo, donde está el oído, nos indicaba que estaban adaptados a escuchar frecuencias bajas. Hasta hoy en día se asumía que las frecuencias bajas y bulas grandes se daban en bichos que habitaban solo desiertos”, detalló la investigadora.

Con los resultados de los estudios, las investigadoras empezaron a explorar distintas opciones. Al inferir que este roedor no vivía en desiertos, pero que claramente estaba adaptado a escuchar frecuencias bajas, comenzaron los interrogantes.

Por otro lado, Arnal contó que hay otro tipo de información importante en cuanto a la evolución de caracteres, y que pueden ser de dos formas: una es de manera adaptada a un ambiente determinado, lo que hace que el animal tenga más probabilidades de sobrevivir, y la otra es relacionado con los genes, cuando la evolución viene de la mano de la herencia común.

“Esto a futuro abre un montón de líneas, nosotros hicimos énfasis en el oído, pero hay partes relacionadas al olfato, a la vista y eso te puede dar un montón de información. Vamos a seguir con el estudio del oído y empezar a estudiar el encéfalo”, concluyó.

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