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Una antigua leyenda sobre los presidentes de los Estados Unidos

Casualidad o superstición, lo cierto es que durante casi dos siglos si se realizaban en Norteamérica las elecciones en determinada fecha, se cernía una maldición.

Después del atentado de John W. Hinckley contra el presidente Ronald Reagan, en abril de 1981, se reavivó en Estados Unidos y en el mundo entero una antigua leyenda sobre los presidentes. El periodista Homero Alsina Thevenet la formuló en los siguientes términos: “No llegarán a terminar vivos sus gobiernos aquellos presidentes de Estados Unidos que hayan sido elegidos en años terminados en cero”. Este pronóstico rigió, matemáticamente, para intervalos históricos de veinte años, o sea cinco períodos presidenciales, regulares, a cuatro años cada uno.

Más allá de que el devenir histórico ha barrido muchos episodios notables, la leyenda negra sobre algunas figuras de la política estadounidense se resiste a desaparecer. En 1840 fue elegido para ocupar el sillón presidencial William Harrison, un militar y político de Virginia. Durante la ceremonia en la que se hizo cargo de su puesto, Harrison prescindió del abrigo para un acto a la intemperie, durante una feroz nevada. Falleció de pulmonía un mes más tarde. A pesar de haber sido un soldado, granjero, explorador y estar acostumbrado al frío invernal, Harrison tenía casi 70 años y la medicina de la época no tuvo los recursos para tratar efectivamente la infección. Hasta el día de hoy, el noveno presidente de los Estados Unidos ostenta el récord de ser el mandatario de ese país que menos tiempo ocupó la Casa Blanca: 32 días.

En 1860, Abraham Lincoln llegó a la presidencia con la promesa de abolir la esclavitud y sería reelegido cuatro años más tarde, durante la guerra civil. La contienda había terminado cuando Lincoln fue asesinado en un teatro por John Wilkes Booths, partidario del sistema esclavista. No obstante, el plan original era ir a la residencia de verano de Lincoln, a cinco kilómetros de la Casa Blanca, raptarlo y llevarlo a Richmond, la capital de los estados confederados. Una vez allí, el mandatario sería utilizado para intercambiar prisioneros de guerra retenidos en el norte.

En 1900, fue elegido William McKinley, quien ya había sido presidente en un período anterior (desde 1897) y protagonista de la guerra entre Estados Unidos y España. En septiembre de 1901, durante una exposición en Buffalo, el anarquista Leon Czolgosz disparó contra McKinley, quien falleció en el acto. En total, fueron dos disparos: el primero le alcanzó el hombro, mientras que el segundo le atravesó el estómago. Su verdugo fue juzgado y condenado a pena de muerte; sería electrocutado en la prisión de Auburn el 29 de octubre de ese mismo año.

Sin embargo, el episodio más recordado probablemente sea el asesinato de John Fitzgerald Kennedy –quien fuera electo presidente en 1960–, asesinado el 22 de noviembre de 1963, en uno de los más enigmáticos crímenes del siglo veinte. La Comisión Warren, que investigó el magnicidio por orden del sucesor presidencial, Lyndon B. Johnson y denominada de esa forma porque la presidió el juez del Tribunal Supremo James Earl Warren, dictaminó en 1964 que fueron tres disparos –dos certeros, el segundo y el tercero–, todos ellos obra de un tirador, Lee Harvey Oswald, quien “actuó solo y era un desequilibrado” y a su vez sería asesinado dos días después. La versión de los médicos era crucial, porque fueron los únicos que observaron la herida antes de la traqueotomía, y resultaría más tarde problemática para el FBI, puesto que no encajaría con un caso que prácticamente tuvieron cerrado en menos de 24 horas.

A finales del año pasado, los archivos nacionales de Estados Unidos liberaron miles de documentos clasificados sobre el asesinato de Kennedy en Dallas. El actual presidente estadounidense, Joe Biden, explicó que el aplazamiento temporal continuo de la divulgación pública de dicha información es necesario para proteger al pueblo contra un daño identificable a la defensa militar, las operaciones de inteligencia y la conducción de las relaciones exteriores.

El primer presidente que rompió la maldición de ser electo en un año terminado en 0, fue Ronald Reagan, quien, el 4 de noviembre de 1980, ganó las elecciones presidenciales venciendo al demócrata Jimmy Carter. En este caso, la maldición fue para los pueblos del mundo.

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