Víctor Grippo, un artista de La Plata que unió la ciencia con el arte

Estudió Química y Bellas Artes, de las que finalmente prevaleció la creatividad. Expuso sus obras en distintas ciudades del mundo y obtuvo importantes premios.

Víctor Grippo le fascinaba la habilidad que su padre tenía para todos los trabajos manuales. Cuando salía a caminar iba a una herrería del barrio, donde un italiano trabajaba el metal con un arte que ese niño buscaba captar en detalle. La inspiración de esos dos hombres llevaron a Víctor a hacer sus primeras esculturas. Comenzó a tomar clases de pintura y dibujo, y a los 18 años participó en una muestra artística colectiva en el museo de su ciudad, Junín, en la que nació el 10 de mayo de 1936.

En 1955 se radicó en La Plata para estudiar en la Facultad de Farmacia y Bioquímica. Parecía que iba a tener una vida entregada a la ciencia: fue ayudante en la carrera de Biología y empezó a escribir ensayos sobre su especialidad. Llegaría a realizar cálculos relacionados a los átomos y las teorías de la nebulosa absorbente, que serían utilizados en física cuántica. Pero, paralelamente, seguía produciendo obras de arte que cada vez tenían mejor acogida: en 1957, con una de sus litografías ganó el segundo premio del Salón de Arte de Tandil, y al año siguiente expuso una serie de 25 tintas litográficas presididas por un texto en el que aseguraba: “No creo que el arte sea solo expresión”.

La Escuela de Bellas Artes de nuestra ciudad tuvo una gravitación decisiva en él. Los cursos de visión, de Héctor Cartier, definieron el rumbo de sus obras. Procurando adquirir un mayor bagaje conceptual y técnico, asistió a seminarios de Diseño Industrial y Comunicación Visual. En 1961 participó en un agrupamiento de escultores jóvenes reunidos bajo el nombre de Grupo Sí, y en 1966 realizó su primera exposición individual en la galería Lirolay, en Buenos Aires, donde expuso sus óleos en los que primaba la abstracción geométrica.

Desde sus comienzos se valió de materiales no convencionales para producir sus esculturas e instalaciones, convencido de que desde lo más cotidiano y pedestre se puede alzar la belleza. Analogía I, una de cuyas versiones se conserva en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, es una obra paradigmática de ese año, centrada en la papa como producto americano: una estantería de madera dividida en pequeños cuadrados presenta un conjunto de 40 papas conectadas a un voltímetro y acompañadas de un texto. Allí se señala que, más allá del alimento y de la cantidad de energía eléctrica que este tubérculo posee, tiene también otra función: la ampliación de la conciencia. Mediante electrodos y sistemas de medición, buscaba poner de manifiesto la potencia latente en la vida vegetal. En 1980 presentó la obra Vida, muerte, resurrección, que consistía en una germinación de porotos que terminaban destruyendo los recipientes que los contenían. Grippo integró el Centro de Arte y Comunicación, donde se procura resolver antinomias como arte y ciencia, o naturaleza y cultura.

Cuando ardía el Mayo Francés, en 1968, Víctor Grippo participó en la VI Bienal de Arte Joven en París, presentando la obra Cubo; dos años más tarde obtuvo el primer premio en el rubro “experiencias visuales” del III Festival de las Artes de Tandil, con una máquina envuelta en telas sometida al paso rasante de la luz.

Grippo se consideraba habitante del territorio del arte povera –una vertiente que preconiza un arte técnicamente pobre en un mundo tecnológicamente rico–, para proponer un cambio que se traslade desde la materia y sus mutaciones a la conciencia humana. Sus obras fueron expuestas en muchas partes del mundo, entre otras en la tercera Bienal Coltejer de Medellín, en el Salón de la Independencia de Quito, en el Instituto de Arte Contemporáneo de Lima; en la galería ­Amadís de Madrid, la Wspóckzsna Gallery de Varsovia y en el Art Museum del Oberlin College, Ohio.

En 1982 fue reconocida su trayectoria con el Konex de Platino en 1992, y diez años después se le concedió el Konex de Brillante como la figura más importante de la última década en Argentina.

En 2001 hizo su última muestra individual, en la galería Ruth Benzacar de Buenos Aires. Murió el 20 de febrero de 2002, el mismo año en que había sido seleccionado para participar de la XI Documenta de ­Kassel, Alemania.

Ciencias y pandemia

Con la pandemia de Covid-19 quedó demostrado que las ciencias tienen el potencial de salvar vidas, mientras que su menoscabo puede afectar los derechos humanos, incluidos los de la vida y la salud. Sin embargo, durante estos últimos dos años la movilización de las ciencias y las políticas sanitarias han padecido de un marcado déficit en materia de pluralismo epistémico. La interdisciplinariedad y, en particular, los enfoques que exceden las respuestas científicas y estatales estrictamente biomédicas, han sido marginalizados.

Este libro colectivo, escrito desde las ciencias sociales y naturales y con un enfoque en los derechos, propone miradas que cruzan la epidemiología, la medicina, la economía, los derechos humanos, la sociología, el feminismo, el transporte y la movilidad, la ética y la filosofía del derecho, la educación, las políticas públicas, la ecología, la salud mental y la democracia.

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