Vladimir Putin y su estrategia para volver a controlar una esfera soviética

Los destellos de una Guerra Fría que sucedió no hace tanto nos recuerdan que no hay seguridad permanente entre Rusia y occidente.

Para Estados Unidos, las negociaciones que comenzaron ayer por la mañana en Ginebra tratan de desactivar las posibilidades de una gran guerra en Europa, encendida por una invasión rusa de Ucrania, y de mantener el principio de que las naciones no reescriben sus fronteras por la fuerza.

En cambio, para Vladimir Putin, la cuestión puede ser mucho mayor: si puede hacer retroceder el tiempo hasta mediados de la década de 1990, utilizando este momento particular de la historia para, en palabras del historiador conservador Niall Ferguson, “recrear la antigua esfera de influencia so­viética”.

Cumplir las demandas de Rusia al pie de la letra

Si occidente quiere poner fin a las amenazas a Ucrania, declaró el gobierno de Putin, debe retirar sus armas, sus fuerzas e incluso sus armas nucleares de los antiguos estados soviéticos y comprometerse a que Ucrania y otros estados de la región nunca se unan a la alianza de la OTAN.

Además, desde las tres décadas transcurridas desde la disolución de la Unión Soviética, la tensión entre los dos principales adversarios nucleares del mundo nunca ha sido peor, lo que hace más difícil discernir el camino hacia una desescalada pacífica.

La buena noticia, señalan los analistas, es que nadie amenaza con desplegar las armas más temibles. Hace tan solo unos días, Washington y Moscú -junto con los otros estados nucleares originales, Gran Bretaña, Francia y China- reafirmaron en una declaración de que “una guerra nuclear no puede ganarse y nunca debe librarse”.

Pero para cualquiera que imaginara a principios de la década de 1990 que Rusia en 2022 podría integrarse en Europa, lo que se está desarrollando esta semana en una serie de reuniones en Europa Occidental es un recordatorio de que no había nada permanente en la disposición de seguridad del viejo continente posterior a la Guerra Fría. Para Putin, al menos, era un acuerdo temporal, sujeto a renegociación cuando la distribución del poder en el orden global le pareciera prometedora.

Volver a 1997

La profundidad de la brecha quedó patente en los comentarios públicos de Sergei Ryabkov, el viceministro de Asuntos Exteriores ruso, con Wendy Sherman, la subsecretaria de Estado. Apenas mencionó a Ucrania. El objetivo de Rusia, dijo, era mucho más amplio, y los estadounidenses, argumentó, tenían una “falta de comprensión” de los objetivos estratégicos de Moscú.

No eligió el año 1997 por casualidad. Ese fue el año del “Acta Fundacional de la OTAN y Rusia”. Rusia no tenía derecho de veto sobre las decisiones de la alianza y que el ingreso en la OTAN “seguiría estando abierto a todas las democracias europeas emergentes”. Desde entonces, 15 naciones se han unido a la alianza de la OTAN, a pesar de las objeciones cada vez más estridentes de Rusia. Y aunque hay pocas posibilidades de que Ucrania cumpla los requisitos para ingresar en los próximos años, Putin ha dejado claro que no basta con asegurar que Ucrania, a la que considera parte del corazón del antiguo imperio soviético, nunca entrará allí.

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