EXCLUSIVO
2001 la odisea que cambió nuestra historia
Se cumplen 20 años de los días de conmoción social que derivaron en la caída del gobierno de la Alianza, el fin de la convertibilidad, el abismo político y luego, el surgimiento del kirchnerismo. Las huellas de 2001 en el presente, y la necesidad de profundizar reformas estructurales para que no se repita.
En las próximas horas se estarán cumpliendo dos décadas de los sucesos del 19 y 20 de diciembre de 2001, que precipitaron una crisis política sin precedentes en nuestro país y que desembocaron, dos años después, en el surgimiento de otro hecho inusitado: el kirchnerismo.
Conrado Yasenza es periodista y escritor. Hace justamente 20 años dirige la revista de cultura y política La Tecl@ Eñe, que ha convocado a plumas ilustres como Horacio González, Ricardo Forster, Raúl Zaffaroni, Rubén Dri, Hernán Brienza, Alejandro Kaufman y muchas más. Varias de ellas forman parte del libro 2001. La rebelión inconclusa, que recoge ensayos sobre esa coyuntura alucinada de nuestra historia. En diálogo exclusivo con diario Hoy, Yasenza brindó su análisis sobre lo que ocurrió en aquel momento y las huellas que dejó en el presente.
—Cuando uno piensa en el 2001 y lo que siguió, piensa en el “que se vayan todos”. ¿Qué quedó de esa consigna?
—El 2001 dejó algo como inquietud que sigue perturbándonos en el 2021, que es la pregunta por esa supuesta potencia de la rebelión. Hubo rebeliones que la precedieron, como el 17 de octubre de 1945 o el Cordobazo, que produjeron un cambio en la matriz social, cultural, económica. El 2001 marca el límite a esa potencia de la rebelión. El 17 de octubre o el Cordobazo sí tuvieron un clivaje en una alternativa política programática. En cambio, la rebelión de 2001 pasó por la negación de todo lo político: la consigna del “que se vayan todos”. Se negó el sistema político sin alternativa alguna. El 2001 se redujo a la noción de destrucción. Se quedó ahí, sin proyecto, sin representación, y por eso se ahogó en la consigna.
—Ahora, ¿podemos decir de alguna manera que el kirchnerismo surgió de eso? ¿Estuvo ahí su germen?
—Es que la respuesta a esa sublevación vino justamente desde las estructuras políticas que habían sido rechazadas. El primer representante fue Eduardo Duhalde, el candidato que había mordido el polvo en el 99. Después de la masacre de Avellaneda, cuando tiene que entregar el mando y llamar a elecciones, aparece Néstor Kirchner, un personaje desconocido para la gran mayoría de la ciudadanía, que produjo, como ya sabemos, un cambio de mucha potencia en la política argentina y en las estructuras y relaciones sociales, políticas, culturales, y también, de alguna manera, con sus límites, con sus moderaciones, con sus idas y vueltas, en lo económico. El propio Kirchner decía que el kirchnerismo había sido alumbrado de alguna manera por el 2001, y que no había que olvidar nunca que de allí veníamos. Que en el momento en que el movimiento se olvidara de que venía de esa crisis, su proyecto político se podía desvirtuar.
—¿Qué queda hoy del 2001? ¿Qué huellas permanecen y qué cambió?
—Es compleja la respuesta. En la actualidad hay un nuevo clima de distanciamiento entre la representación política y los sectores sociales más vulnerables y desprotegidos y parte de la juventud. Es cierto que esto se agudizó con la irrupción del acontecimiento pandémico, pero digo que nuevamente surgió un clima de fastidio, de bronca, de desencanto, y de una relativa despolitización, capitalizado por la irrupción de derechas fascistas que en la Argentina no se habían manifestado nunca con el desembozo con que se están expresando ahora, y que permearon en estos sectores. Derechas fascistas que tienen su expresión más notable en Milei o en Espert pero que incluyen al núcleo duro del macrismo, el PRO, y que vienen con un plan de destrucción que consiste en tratar de arrasar con las políticas de ampliación de derechos sociales y de derechos humanos y romper todos los lazos que unen a la práctica política con el bienestar común.
—¿Puede volver a haber un 2001 en Argentina?
—Es difícil decir que se puede volver a producir un 2001. La estructura política está más alerta, pero hay signos de alarma de una nueva crisis de representación. Hay una clase política tradicional que no está sabiendo llegar al lugar donde surgen las verdaderas conversaciones que tienen que ver con los dramas que vive la ciudadanía. Y me parece que la derecha sí está encontrando un lugar por donde llegar a esos sectores.
—¿Qué debería hacer el Gobierno para resolver esto? ¿Cómo restablecer este lazo, cómo apagar estas alarmas?
—El Gobierno tiene que profundizar con fortaleza cambios estructurales en materia económica, que tengan que ver con una verdadera redistribución de los ingresos, con la creación genuina de empleos, con tratar de generar un horizonte de esperanza. Para eso hay que enfrentarse con estructuras de poder muy fuertes. Pero me parece que es la única salida. Hay que encarar un cambio en toda la matriz económica, cultural. Son tantos los flancos que un gobierno tendría que abordar para cambiar de verdad esa matriz… No hemos podido cortar esa matriz económica que el neoliberalismo implantó del 76 para acá.
—¿Se puede señalar alguna consecuencia positiva de la experiencia del 2001?
—Me parece que lo importante que dejó el surgimiento del kirchnerismo luego del 2001 es un volcarse a la militancia y una reconexión con la política de buena parte de la juventud. Eso fue importantísimo. Desde esa base también debemos disputarle el campo político a esta derecha. Las manifestaciones del Día de la Militancia y el 10 de diciembre evidenciaron que hay un sustrato político que religa a la ciudadanía con la política y que está dispuesto a generar, a luchar, a militar por una transformación. El aspecto más positivo que encuentro, además de todas las transformaciones sociales y políticas que produjo Kirchner, es esa capacidad de enamorar nuevamente a la juventud y sumergirla en el campo de las disputas políticas.