EXCLUSIVO

Un testimonio histórico en los juicios por la Memoria, Verdad y Justicia

Rubén Schell brindó una declaración histórica en el juicio Brigadas el pasado martes. El hombre que fue detenido y torturado en el Pozo de Quilmes contó sus días como desaparecido desde el lugar donde estuvo en cautiverio, que ahora es un sitio de la memoria. Diario Hoy dialogó con él sobre ese momento y los días en los que pasó el peor infierno de la Dictadura.

El pasado martes se vivió un hecho histórico en el marco de los juicios por la Memoria, Verdad y Justicia que se

desarrollan en el país. Por primera vez, un sobreviviente del terrorismo de Estado dio testimonio desde un excentro clandestino de detención.

El juicio Brigadas, en el que se juzgan los crímenes cometidos durante la última Dictadura cívico-militar en el Pozo de Quilmes, en el Pozo de Banfield y en el Infierno de Avellaneda, se desarrolla de manera virtual, ya que comenzó en pandemia, ante el Tribunal Oral Federal (TOF) 1 de La Plata. Esto posibilitó que el pasado 17 de mayo un sobreviviente brindara testimonio desde el Pozo de Quilmes (hoy espacio de la memoria), donde hace 45 años fue llevado como detenido desaparecido, condición en la que estuvo durante “102 días y 11 horas”, y donde también fue torturado.

Generalmente, las declaraciones de los testigos y de los sobrevivientes que pasaron por los sitios más oscuros de la Dictadura genocida de Jorge Rafael Videla se realizan desde sus hogares vía Zoom. Sin embargo, Rubén Schell es director general de DD.HH. del Municipio de Quilmes y decidió testificar desde el mismo lugar donde estuvo cautivo desde el 2 de noviembre de 1977 hasta el 21 de febrero de 1978, que es también su oficina y lugar de trabajo.

El “Polaco” Schell cerró con su testimonio el día 66 del juicio, donde más temprano prestaron declaración Rebeca Krasner y Graciela Nordi. Durante algo más de dos horas, sentado en el garaje del lugar, donde también se encuentra el Memorial (inaugurado durante la semana de la memoria) que recuerda a las víctimas, contó que allí se ingresaba generalmente a los secuestrados, se les practicaba un simulacro de fusilamiento contra una de las paredes y se los trasladaba a la sala de tortura (todo localizado en el garaje) o a los calabozos.

Schell narró el terror vivido en primera persona, recordó a su grupo de militancia, mayormente desaparecidos o asesinados, a Omar “el mojarra” Farías y a Pablo Dykyj (su hijo se llama Pablo en homenaje a él). También mencionó a Mirta Gerelli.

El “Polaco” manifestó que, si bien sigue creyendo en la Justicia, duele ver cómo los compañeros y familiares se van sin recibirla y cómo genocidas mueren impunes.

En tanto, destacó la tarea del equipo de investigación en el que participa junto al Colectivo Quilmes Memoria, Verdad y Justicia, que lo acompañó desde el primer piso, siguiendo la transmisión de la audiencia junto a integrantes de la Secretaría de Derechos Humanos.

Schell remarcó el trabajo territorial con la puesta de baldosas homenaje y la coordinación de visitas guiadas al sitio e hizo hincapié en la importancia de la militancia, la familia y la fe: ejes que sostienen su compromiso.

Antes de finalizar con su declaración, mencionó a un compañero que se le acercó recientemente a hablar y que le manifestó que lo hacía porque la llave del sitio estaba en manos de un sobreviviente, de un militante. Para terminar, citó a “Taty” Almeida: “Queremos justicia, no venganza”.

En diálogo con diario Hoy, Schell contó que el momento de la declaración “fue muy intenso” ya que había una carga simbólica porque, además de haber estado en el lugar donde fue secuestrado, tuvo a su alrededor “los cuadros de las fotos de los compas”. “Fue decisión mía declarar con los compañeros de fondo y después me di cuenta de que sería la primera vez que un testigo declarara desde un excentro”, le dijo a Hoy y agregó: “Simbólicamente me dio mucha tristeza que pasaran tantos años, ya que fallecieron varios compañeros sin ver que se hiciera justicia y muchos criminales murieron impunes, ya que ni tenían sentencia firme”.

Su vida y su paso por el Pozo

Rubén nació y se crió en Temperley y aún vive allí. Comparte su vida con la misma compañera de vida (Ana) de aquel entonces, cuando tenía 23 años y trabajaba en una fábrica de baterías y militaba en la Juventud Peronista, con acercamiento a Montoneros, promoviendo las campañas de vacunación en los barrios, organizando torneos con los chicos “como para regalarles juguetes y esas cosas por el estilo”.

También ayudaba a organizar a la gente para las primeras compras comunitarias que se hacían. “Nos peleábamos con los comerciantes porque escondían, por ejemplo, el azúcar y el kerosene”, rememora.

En cuanto a su paso por el Pozo, contó que “es una mala experiencia, pero una enseñanza de vida a la vez, porque me dejó muchas cosas”.

—¿Cómo te secuestraron?

—Fue un sábado al mediodía. Salí de la fábrica y fui hasta mi casa. Mi vieja me estaba esperando con la comida, pero antes me dirigí al almacén de al lado a comprar la bebida. Cuando salí, vi que paraban tres autos; me señalan y me meten en el asiento trasero de uno porque en el baúl llevaban a otro. La última imagen fue ver a mi vieja agarrada de la reja viendo cómo me llevaban.

—¿Cómo fue llegar al Pozo?

—El auto entró por un portón y me sentaron junto a Pablo Dykyj, a quien llevaban en el baúl. Lo primero que nos hicieron fue un simulacro de fusilamiento. Luego, nos sentaron en el piso, lo levantaron a Pablo y lo llevaron a la sala de torturas. Después me llevaron a mí.

—¿Qué torturas te aplicaban?

—La picana eléctrica y golpes. También me rompieron los dientes. Después tuve una tortura moral con (el excapellán de la Policía de la provincia de Buenos Aires, Christian) Von Wenrich. Una vez tuve un interrogatorio con un coronel, así le decían ellos, que calculamos que podía haber sido Ramón Camps.

—¿Y con los imputados del juicio Brigadas?

—Con (Jorge) Bergés. Pero fue un contacto muy por arriba porque fue a ver como estábamos de salud. Después, de los otros personajes que se juzgan, no vi a ninguno. Es lógico que pudieran haber estado, pero no vi a ninguno cara a cara.

—¿Por qué te torturaban?

—Porque querían que diera nombres de compañeros de militancia. La tortura era sistemática para eso.

—En tu testimonio ante la Conadep contaste que, antes de liberarte, te dijeron: “Ojo con lo que hacés, porque te vamos a estar vigilando”

—Fue un oficial. El día que me liberaron me desnudaron en el garaje para ver si me llevaba algo para afuera. Me puso en el bolsillo no sé si $20 o $2 para que me tomara un micro y me dijo: “Fijate cómo caminas en la vida que te vamos a estar vigilando”. Y lo comprobé.

Ya libre, seguí de novio con mi señora y, cuando iba desde la casa de ella hacia la mía, mientras esperaba el colectivo, veía pasar un Falcon u otro coche. Me miraban y seguían.

Más de una vez el colectivo no venía y me volvía caminando a casa. Me metía por calles internas de los barrios y, cuando salía a la avenida, donde viví siempre, volvía a pasar el auto. La vigilancia era constante. Eran unas sensaciones muy feas.

—¿Te secuestraron por ayudar en los barrios?

—Claro. Y por pensar y pretender un mundo mejor.

Noticias Relacionadas