Abelardo Castillo, escritor y maestro de un siglo

Digno heredero de autores como Borges o Cortázar, incursionó en todos los géneros. Su prolífica obra y sus talleres literarios formaron a generaciones de novelistas. Falleció a los 82 años en la ciudad que lo vio nacer

"No anoto más la muerte de nadie”, escribió en uno de sus diarios, el 17 de abril de 2014, al enterarse del fallecimiento de Gabriel García Márquez. Más tarde, al recordar aquella apostilla, confirmó: “Yo odio la muerte, la detesto. Arreció sobre la literatura argentina del siglo XX. La vida es algo que sucede en un sentido. Todo lo que nace debería ser inmortal si aplicamos una lógica abrumadora”.

Los obituarios sobre Abelardo Castillo, que inundarán las páginas de la prensa de hoy, representarán una paradoja algo injusta para el escritor fallecido en la madrugada de ayer a los 82 años, víctima de una infección posoperatoria en un sanatorio de la Ciudad de Buenos Aires (donde había nacido en 1935). No solo por el desdén que en el ocaso de su vida expresó hacia ese tópico recurrente en su literatura, sino también porque menos dirán de él aquellas acotadas biografías que su propia obra: “Si alguien realmente quiere conocer a un escritor, tiene que recurrir a su ficción”, afirmó en una entrevista reciente, y luego, más taxativo: “Los cuentos de Borges nos cuentan mucho más de él que esa especie de autobiografía que escribió en inglés. Hay más verdad en sus cuentos aunque sean fantásticos -y a veces, sobre todo, cuando son fantásticos- que en sus recuerdos personales”.

Precisamente son los cuentos, las novelas -como El que tiene sed o Crónica de un iniciado- y obras de teatro (Israfel, por  ejemplo) las que desnudan las obsesiones de este escritor fundamental de la segunda mitad del siglo XX, en las que el tiempo, el amor y la traición se entrecruzan en arrabales, ciudades o pequeños pueblos con adicciones tan mundanas como el alcoholismo, del que logró recuperarse después de haber tomado “en cantidad suficiente como para ahogar una ciudad más o menos del tamaño de San Pedro”.

En San Pedro, donde vivió su adolescencia, descubrió su vocación y, tan pronto como empezó a escribir, los premios no tardaron en llegar: a los 24 años ganó el concurso de la revista Vea y Lea, cuyos jurados fueron Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Manuel Peyrou. En 2014, la extensa cosecha de galardones culminó con el Konex de Brillante a su trayectoria, un lauro que también recibieron otros grandes autores.

Devoto de la ficción, tampoco faltó en él su compromiso con la realidad y la política, que volcó en revistas literarias como El grillo de papel (1959-1960), El Escarabajo de Oro (1961-1974) y El Ornitorrinco (1977-1986), considerada una de las más importantes de la resistencia cultural contra la última dictadura militar, que publicó junto a Liliana Heker y Sylvia Iparraguirre, quien fue su esposa y fiel acompañante hasta los últimos días.

Digno heredero de Borges, Julio Cortázar, Leopoldo Marechal y Roberto Arlt; admirador profundo de Edgar Allan Poe, Fiodor Dostoievski, León Tolstoi, Henry Miller y Jean Paul-Sartre, en los últimos 40 años el living de su hogar porteño fue una escuela para generaciones de escritores que se formaron en su excelsa pedagogía.

“Gran escritor y formador de escritores”, reconoció ayer la autora Claudia Piñeiro tras lamentar la pérdida de Castillo, cuyos restos, según informaron sus allegados, serán cremados esta mañana en el Cementerio Parque Iraola de Hudson.

El mismo dolor por la muerte de este “inmortal” expresó el periodista Jorge Asís, para quien se fue un “escritor superior. Bastaba con leerlo para que sorprendiera el deseo de escribir”.

“Leerlo, seguir leyéndolo, más que un homenaje es un favor que nos podemos hacer como lectores”, recomendó el novelista Eduardo Sacheri.

La inminente publicación del segundo volumen de sus Diarios, pero, sobre todo, la reciente edición de su selección personal de cuentos, Del mundo que conocimos (2016), es una buena excusa para conocerlo. A través de la ficción, como sugería él.

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