Por Daniel “Profe” Córdoba

Clásicos de diciembre: vísperas de las Fiestas y la canción de Papá Noel...

No es lo mismo un derbi de otoño o a mitad de año que al final de un campeonato, que puede marcar la clasificación o eliminación de uno de los dos equipos de las Copas internacionales. En diciembre los clásicos tienen un sabor especial. La historia de la semana previa de aquella batalla con bombas de estruendo y huevazos de colores en el fin de año de 1995.

Año 1995. Diciembre. Calor insoportable. Si ganábamos el clásico en el Bosque, llegábamos al punto de promedio sacando el 95% de las unidades (teníamos 0.40 y era descenso nuevamente cuando agarramos el equipo a finales de octubre de ese año).

Si hubiera habido la prensa que hay hoy, a mí y a mi cuerpo técnico nos venía a buscar el Real Madrid en 1996. Ese día, lo recuerdo, no había en juego clasificación a Copas. De haber habido en ese momento, hubiéramos entrado a la Libertadores en 1996 y por lo menos a la Sudamericana en 1997.

Un hecho aberrante hacía que Mario Gallina viniera en nuestro micro hasta el Bosque. Era el titular del ente que manejaba la seguridad de todo el fútbol. Recuerdo, y lo admito, que estaba hipernervioso. Había tiros en la previa, humo y huevazos de todos los colores que volaban de tribuna a tribuna. Un hervidero era poco ese día la cancha de Gimnasia.

Yo todavía usaba pelo largo, con algunos reflejos, bien típico de un tipo de los ‘90 que todavía no había cumplido 40 años y ya era DT de Estudiantes de La Plata. Y también usaba tres aros en la oreja. Ya no…

Tuve que darle la 10 al Coio Almandoz que puteando se la puso y le hizo hombre a hombre al Yagui Fernández en la mitad de la cancha.

Con Verón, Cascini y Palermo suspendidos postriunfo con Boca en Avellaneda, logramos rearmar el equipo. La fe de ese grupo en sí mismo, y además su mentalidad ganadora, eran imposible de vencer.

El primer tiempo se fue consumiendo en un cero a cero tan tenso como el clima en la tribuna. Ingresé al campo de juego para el segundo tiempo y terrible bomba de estruendo le estalló en los pies a Chiquito Bossio.

El muy querido doctor Nigro lo atendió. Estaba junto a ellos muy cerca de tribuna de la calle 60, se acercó el juez, Pancho Lamolina, y le dije: “Con Bossio se sigue y si tengo que poner a su suplente (Maguila Noguera), también”. Como Profe o como técnico, nunca se abandona…

Lamolina me miró y no podía creerlo. Si hubiéramos querido suspenderlo y ganar los puntos, lo hacíamos. Pero, jamás lo pensé: tenía fe de triunfar ante un Gimnasia que venía siendo protagonista con Griguol y que seis meses después estuvo a un paso de salir campeón goleando a Boca en la Bombonera y todo eso. El mejor Gimnasia de la historia. Ese equipo que no nos podía ganar a nosotros.

Y así fue. Un lapidario 3 a 0. Caldera, Catán y otra vez Caldera me dieron la razón. Llegamos al 1.000 de promedio y al 95% de los puntos en ese final frenético de 1995 ¿Milagro? ¡No! Trabajo con unidad más sacrificio y humildad. Corriendo, metiendo, pensando y jugando. Hoy todo cambió y no para bien en el futbol argentino. Que este clásico sea una fiesta.

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