Manuel Callau, un animal de teatro
Brilló en Gasoleros, en un rol que le dio un Martín Fierro en 1998. El actor hizo más de 25 películas, pero su amor por las tablas y la docencia puede más
Con 71 años, Manuel Callau es uno de los mejores actores argentinos. Cualquiera que lo haya visto en las decenas de obras que protagonizó puede dar fe de esta sentencia. A temprana edad se formó con Raúl Serrano, con quien fundó la Escuela de Teatro de Buenos Aires. A medida que acumulaba experiencia en las tablas, se seguía formando ya que estudió rítmica, técnica corporal, maquillaje, educación de la voz, Historia del Teatro e Historia del Arte.
Asimismo, Callau se destacó como formador de actores, y hasta fue invitado por la Unión de Actores de Madrid para dar el taller La improvisación como herramienta de conocimiento del actor. En una entrevista con diario Hoy, el artista, recordado por su flamante trabajo en Gasoleros, hizo gala de su enorme sabiduría a la que le suma conciencia social y cultural.
—¿Te resulta difícil vivir de la profesión?
—La profesión de actor no tiene todas a favor, sobre todo en una sociedad que no tiene al ser humano en el centro, sino al dinero y al poder. Si uno la quiere desarrollar en profundidad y de manera coherente con sus valores, se hace muy difícil en este tiempo y en todos los tiempos. De todas maneras, si bien yo hace 50 años que desarrollo mi carrera, también tengo mi escuela y con esto he ganado premios, que me permitieron tener una especie de jubilación. Así, puedo estar cerca de lo que yo creo que tiene que ver con el sentido de la profesión.
—¿Te acordás de la primera y la última vez que te emocionaste en un escenario?
—La primera vez fue en segundo grado. Tenía que repartir empanadas en la fiesta de fin de año, y no alcanzaban para todo el mundo. Yo quería que mis compañeritos tuvieran su empanada y había algunos de otros cursos a los que no les daba. Esa fue mi primera situación de conflicto emotivo sobre el escenario. Estaba absolutamente enfocado en que a algunos les iba a dar y a otros, no (risas). Y una que me marcó fue la última función de Coach con Pablo Alarcón y Coni Marino, que fue muy hermosa y emocionante. El teatro estaba lleno y nos decían que siguiéramos con la obra, y nosotros ya teníamos otros compromisos asumidos. Por eso nos quedó un sabor agridulce, por el afecto de la gente y por lo inexorable del final.
—¿Vos creés que una función no es igual a otra?
—Las funciones no son iguales a las otras porque el público no es el mismo, y aunque uno está haciendo el mismo texto, tampoco es igual a como estaba en la función anterior y el compañero tampoco. Lo más importante es reconocer el juego, reconocer la mirada del otro y la posibilidad de la transformación. Se produce una química única.
—¿Qué te parece que no puede estar ausente en una buena interpretación?
—No me gusta llamarla interpretación porque los actores no interpretamos, sino que construimos conductas. Es algo complejo que tiene que ver con la acción, con la emoción, con la palabra y con el movimiento. No interpretamos algo que es preexistente, lo que hacemos es construir una conducta en la que está incorporada la literatura dramática. Todo eso tiene que aparecer, y lo que no puede faltar es el compromiso con lo que hago, con recibir al compañero o compañera, de estar consciente de que hay un público que comparte esa situación y ese momento, y construir ese instante único. La idea es que a la gente le quede la sensación de que eso pasó ahí en ese momento y no volverá a pasar.
—¿En qué proyecto estás ahora, además de la escuela?
—Empecé a ensayar con Manuel González Gil y su hijo Fernando. Vamos a hacer Yo, Feuerbach, de Tankred Dorst. Es una obra que encontré de casualidad. Se trata de un viejo actor que va a buscar trabajo, a hacer un casting y se encuentra con el asistente joven de un director, con el que tienen códigos y valores distintos. Es muy lindo cómo se enriquecen mutuamente. Es muy rico ver lo que les pasa a estos personajes, tiene mucho humor inteligente que respeta al espectador. Vamos a estrenar en El Tinglado, en abril.
—En este sentido, y teniendo en cuenta la trama de la obra, ¿qué pensás de los castings?
—Yo tengo mi mirada con respecto al casting. Creo que los directores tienen un personaje para cubrir y tienen pensado dos o tres actores, y está bien que elijan. Pero esos grupos que se arman donde hay un señor que toma casting no me parecen para nada sanos. Aunque también reconozco que los actores jóvenes no tienen otra posibilidad de hacerse ver.
—Este año hubo mucho debate en cuanto al conflicto dentro del cine nacional, ¿qué opinás sobre eso?
—En principio, el cine siempre me resultó muy remoto. Mi territorio es el teatro, la dirección y la docencia. Yo creo que el cine, al ser una industria, está profundamente ligado a la identidad cultural de un país. Entonces, un país que no tiene un proyecto identitario fuerte, que no está definido en ese sentido, no puede darle impulso a una industria. De manera que mientras no exista una posibilidad de saber qué rumbo queremos tener, no para que sea todo igual, sino para poder desplegar nuestro potencial, va a ser muy difícil que aparezcan señales positivas para la industria cinematográfica.
—¿Y qué pensás sobre la televisión actual, en la que hay muy poco espacio para la ficción?
—La televisión ha cambiado su rol. Pienso que la TV que yo hice tenía como preocupación fundamental vender jabones y bikinis. La de hoy tiene como preocupación central construir la subjetividad de la comunidad. Darle al pueblo una forma de pensar, una mirada. Primero se construye la realidad, para dirigir la mirada después. No le importa la ficción, porque esta recrea lo identitario. Cuando la gente se ríe en un teatro o en una película está recreando su identidad. Si todos nos reímos de lo mismo, quiere decir que somos parte de lo mismo. La televisión está preocupada por la operatoria. Es muy común en etapas preelectorales que se esté construyendo la opinión de la gente. No nos gusta perder, entonces tratamos de ir recostándonos sobre el que se dice que va a ganar, pero nunca se va a hablar de lo que se va a hacer. De ahí, esa frase que adjudican a algún presidente: “Si hubiese dicho lo que iba a hacer, no me votaba nadie”.
—Es una lástima que se desperdicie como herramienta educativa...
—Lo que pasa es que los contenidos no son para desarrollar y hacer crecer a la comunidad. Todo lo contrario. Es un medio maravilloso la televisión, imaginate que convive con la familia.