CULTURA

Alberto Cortez, el argentino que se adelantó a Serrat

Fue el que primero musicalizó a los grandes clásicos de la poesía española. Gozó de una gran popularidad en toda Latinoamérica. La muerte no consiguió robarle el cariño de su público.

Alberto Cortez empezó a tocar el piano a los 6 años y a componer a los 12. Su verdadero nombre era José Alberto García Gallo, y había nacido el 11 de marzo de 1940 en Rancul –La Pampa–, un pueblo que llevaba consigo dondequiera que fuera. Nunca venció la nostalgia por volver a la sombra del patio de su casa de infancia, o conversar con su madre, o caminar las calles del pueblo charlando con los viejos amigos que lo vieron nacer.

A los 20 años, dejó sus estudios de abogacía y la pensión de Buenos Aires en la que vivía –en calle Libertad 281- y, con el armoniquista Hugo Díaz, decidió ir a probar suerte a Europa. Díaz había sido invitado a participar en la gira de un espectáculo folklórico e invitó a su amigo para que lo acompañara. Este lo consultó con su padre por teléfono: “Él seguía viviendo en La Pampa. Recuerdo muy bien su respuesta: Si no vas ahora que tenés veinte años, no sé cuándo lo vas a hacer en realidad”. Y se fue a Europa. Con muchas ganas de ver cosas y aprender. Conoció el hambre y el malvivir en la búsqueda de hoteles cada vez más baratos. Su primer gran éxito fue en Bélgica, donde adoptó el apodo de “Mr. Sucu Sucu” con el que grabó la canción Las palmeras y el disco Sabor a mí. El disco llegó a vender en Bélgica más de un millón de placas en dos meses. Al poco tiempo conoció en ese país a la que sería la mujer que lo acompañaría durante toda la vida, Renée Govaertz: “una mujer que le robó el color de los ojos al cielo, y el sabor a la miel y todo eso que sentís cuando estás enamorado”.

Cortez sentía todo ese éxito repentino como una piel que le resultaba ajena, y de la que se desprendió definitivamente cuando conoció la poesía de Antonio Machado y toda la riqueza de la poesía clásica española. Obedeciendo a un impulso muy íntimo, decidió musicalizarlos. Así, en el Teatro de la Zarzuela, en Madrid, se convirtió en el primer artista del mundo en interpretar a Antonio Machado, Lope de Vega, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo y el marqués de Santillana, entre otros: “Yo había conocido unos trabajos que se habían hecho en Francia, concretamente Leo Ferré, uno de los grandes intérpretes de la canción tradicional francesa (del poema-canción). Ferré trabajó sobre poemas de Baudelaire, Rimbaud y Verlaine. Y se me ocurrió que había mucha mística, mucho ritmo en la poesía española, especialmente la de los poetas que vivieron en el Siglo de Oro, y mucha sencillez para poder transformarlas en canciones”.

No fue fácil, eran años de apogeo de la dictadura franquista. Joan Manuel Serrat confesó alguna vez que escuchar a Alberto Cortez cantar poemas de Machado lo llevó no sólo a redescubrir la obra de ese poeta que había sido condenado al exilio, sino que fue un estímulo para redoblar la apuesta y dedicarle un disco entero como manera de encender el fuego de la poesía perseguida en tiempos de oscurantismo. Recordaba Cortez: “Cuando Serrat comenzó a trabajar con Antonio Machado, me llamó por teléfono y me pidió una especie de autorización para poder cantar a Machado, incluso algunos de los temas que yo había musicalizado, cosa que hizo con El Retrato y Las Moscas”. Ambos cantores mantuvieron una honda amistad hasta el fin.

Su poeta de cabecera era alguien muy ligado a nuestra ciudad, Almafuerte: “Almafuerte es anterior a Machado. Inclusive dentro de mí también. Murió en el 17, Machado en el 39. Desde chico me gustó mucho la poesía y desde niño lo leí. Recuerdo que en la biblioteca de mi pueblo, una biblioteca pública muy precaria por cierto, había un libro que se llamaba El Parnaso Argentino. Lo leí muchísimas veces. Y lo que me seguía impactando siempre era Almafuerte. Posiblemente porque mi carácter se acercaba mucho más a él que a los demás; ya desde que era niño. Y ahora, al hacer los poemas de Almafuerte, significa para mí volver un poco a esa edad, pura y profunda, que son los años de la infancia.”

Le costó triunfar en su patria: recién a finales en 1978 actuó a sala llena en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, inaugurando un romance con el público argentino que mantuvo su vigencia en cada una de las giras que el cantor hizo en estas tierras, y que incluían, inalterablemente, a la ciudad de La Plata, en la que hizo fuertes amistades y recitales memorables.

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