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Alfred Hitchcock y su fórmula para combatir la pobreza

El director de cine inglés, que fue un genio del suspenso, tenía una receta para eliminar la desigualdad social.

Alfred Hitchcock nació en Londres, estudio en un colegio jesuita, y curso estudios universitarios de ingeniería. Pero desde Number 13, la primera película que dirigió –cuando tenía 23 años–, descubrió que el cine sería del lenguaje, y, particularmente, el cine de suspenso. Las películas de Hitchcock son inevitablemente tramas de suspenso, en la que se pasean personajes extravagantes de humor negro y propensión al crimen. En sus guiones, aparecen observaciones sociales, comentarios políticos, y traslucen un profundo estudio psicológico de sus personajes. Era un gran admirador de Edgar Allan Poe, de cuyas historias dijo: “Son perfectamente increíbles narradas con lógica tan alucinante que se tiene la impresión de que lo mismo puede ocurrirle a uno al día siguiente”.

Para Hitchcock, filmar es juntar las cosas visualmente, encarnar la acción en la yuxtaposición de imágenes que tienen su lenguaje propio y su impacto emocional. Es decir, las técnicas para generar el suspenso debían estar al servicio de un texto muy trabajado. Hasta el aspecto sonoro de la película debía estar subordinado a la historia: “Si por una casualidad el sonido fallara, no se molestarían los espectadores porque seguirían absortos en la acción de las imágenes”. Sus cincuenta películas, incluso todos los proyectos que dejó sin filmar, demostraron que su imaginación era inagotable.

Hizo cine de autor décadas antes de que se acuñara ese concepto: “Para que las películas sean realmente artísticas, una sola persona debería crearlas de cabo a rabo”. Por eso, además de dirigir sus películas, escribía los guiones o, al menos, tenía una injerencia decisiva en ellos. Su fama no era menor a la de las principales figuras de Hollywood de su época. Sus películas tenían éxito, pero no era esa la búsqueda que lo desvelaba: “La voluntad de perseguir la atracción universal ha sido la fuerza más retardataria de la cinematografía como arte”. Tuvo encontronazos con muchos de sus actores, lo que lo llevó a decir “el requisito principal para ser un buen actor de cine es la capacidad de no hacer nada bien”. No era una cuestión de género, con las actrices no fue más diplomático: “No es que las odie exactamente... Nada me causa más placer que aporrear los modales de dama de las coristas”. El público tampoco se salvó: “¿Acaso hay espectadores de cine inteligentes?”. Algunos de sus guionistas se quejaron de Alfred Hitchcock, Evan Hunter –autor del guión de Los pájaros– , denunció el “maltrato y sadismo” que recibió de parte del director. Sobre todo esa compulsión de Hitchock de meter mano en la escritura del libro y el cambio inconsulto de muchas escenas.

Decía que sus películas eran espejos de la realidad, que eso que tanto asombraba en la pantalla estaba presente en la vida cotidiana para quien fuera capaz de verlo, porque se trata de una realidad “que la gente puede ver cuando quiera en las calles de los cines sin pagar entrada”. Tomaba elementos ordinarios y los llevaba a límites intolerables. En Los pájaros, de 1962, las aves se convierten, sin motivo aparente, en bandadas asesinas.

En el prólogo de Hablemos con el diablo, un libro que reúne maravillosos cuentos de misterio, ofrece una fórmula para combatir la pobreza que quizá alguno de los políticos argentinos en campaña estaría dispuesto a incluir en su plataforma: “La solución, creo yo, no consiste en redistribuir la riqueza, tomando del rico para dar al pobre. El rico se molestaría mucho y hemos de intentar por lo menos ser amables. La respuesta está en redistribuir a los pobres, sacándolos de sus barracones y colocándolos con los ricos... No veo ninguna dificultad en convencer a los ricos de que acepten en casa a los menos afortunados, porque, tal como establece mi programa, cada pobre adoptado por la familia rica será deducible de impuestos... Predigo que, cuando eso ocurra, la demanda de pobres producirá una grave escasez. Habrá que importarlos. No obstante, creo que el suministro mundial es lo suficientemente cuantioso como para mantener el funcionamiento del programa durante muchos años”.

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