Arturo Jauretche y los tilingos

El gran sociólogo del medio pelo argentino analizó en profundidad cómo las pretensiones de clase imponen sus pautas y perturban el desarrollo de la inteligencia nacional y sus impulsos creadores.

En el Espasa Calpe se lee en la entrada de “tilingo”: “Argentinismo: insustancial, ligero, que habla muchas tonterías”. Segovia, en su Diccionario de argentinismos, expresa: “Dícese de la persona simple y ligera que suele hablar muchas tonterías”. En ese sentido, los medios argentinos actuales parecen ser el paraíso de la tilinguería. Arturo Jauretche, un adelantado en señalar la necesidad de dar la batalla cultural, desnudó todo lo que hay detrás de esa expresión tradicional.

No tenía nada contra los hombres que usan portafolio. Recordaba la etapa de la posguerra con los “ingenieri” italianos recién llegados que escondían bajo el cuero, con una sugestión de planos y patentes de invención, el sándwich de milanesa del almuerzo. Pero sí estaba alerta contra los hombres que llevan en su portafolio hipotéticas transacciones, proyectos para intermediar en alguna operación cualquiera para ganar una comisión, y muchas veces intermediando entre intermediarios. Claro está, ahora ya no se trata de portafolios, sino de tablets y celulares, pero el asunto es el mismo. Jauretche apuntaba a lo esencial, no a lo accesorio.

Don Arturo daba algunas pistas para detectar a un tilingo de inmediato. Si en una reunión alguien le echa la culpa de la situación social a los que la padecen, ahí está el tilingo. Llevado el tema al campo, decía: “Tenemos muchos productores rurales que creen que la condición de productor la da la propiedad de una estancia, unos breeches y unas botas de polo, y que viven en la ciudad –porque mi señora dice que hay que educar a los chicos– y dan una vuelta por el campo cada 15 días. Productores rurales son los que trabajan y producen en el campo, que pueden ser patrones o peones, pero no los que no intervienen en la producción sino como propietarios, y que son rentistas aunque no arrienden. Estos también son de los que dicen que los obreros no producen. Y ya no desde la posición marginal del tipo del portafolio, sino empinándose como fuerza viva sobre la que descansa la economía del país”.

Señalaba al racismo como una forma de tilinguería: “La tilinguería racista no es de ahora y tiene la tradición histórica de todo el liberalismo. Su padre más conocido es Sarmiento, y ese racismo está contenido implícitamente en el pueril dilema de civilización y barbarie. Todo lo respetable es del norte de Europa, y lo intolerable, español o americano, mayormente si mestizo. De allí la imagen del mundo distribuido por la enseñanza y todos los medios de formación de la inteligencia que han manejado la superestructura cultural del país”.

Tilinguería de la que no se salvan, ni siquiera, algunos de nuestros mayores escritores. Ernesto Sábato, en Sobre héroes y tumbas, escribió: “Más vale descender de un chanchero de Bayona llamado Vignau que de un profesor de ­Filosofía napolitano”. Arturo ­Jauretche, recordaba unas palabras de su amigo Homero Manzi: “Lo que nos ha salvado es la actitud del italiano y el turco, que, en lugar de proponerse como arquetipos, propusieron como tal al gaucho; así, en el ridículo del cocoliche se nacionalizaron, en lugar de ­desnacionalizarnos”.

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