cultura

Cómo nacieron los barriletes

Ya no proliferan tanto como antes, pero aún en algunas plazas o en las playas de verano se los suele ver coleando en el aire, alentando las fantasías de la infancia.

Su origen fue militar. Los registros más antiguos indican que nacieron en China 1.200 años antes de Cristo. Eran utilizados como medio de comunicación transmitiendo mensajes de acuerdo a su color. En el 594, durante el reinado del emperador Won-ti, el ejército sitiado en la ciudad de King-Thai utilizó barriletes para pedir ayuda a sus aliados de extramuros.

El rey de Inglaterra Guillermo el Conquistador se valió de barriletes para comunicar a sus tropas la señal de ataque, en la batalla de Hastings, librada el 14 de octubre de 1066, que dio comienzo a la conquista normanda de la nación británica. Pues la isla unió su suerte a Francia por cuatro siglos a partir de entonces.

Benjamin Franklin los utilizó para sus experimentos científicos. Gracias a los barriletes se pudo conocer más acerca de los rayos y la electricidad. El sabio norteamericano esperaba que se formara una tormenta para remontar un barrilete cerca de las nubes y permitir que la electricidad del aire fuera conducida por la cuerda húmeda del cometa hacia el suelo, de esa manera comprobaba la carga eléctrica de las nubes. Muchos años después, la NASA utilizó barriletes sin armazón de madera, confeccionados con una tela especial, para investigar las corrientes de aire en la altura, con el fin de estudiar las mejores condiciones de lanzamiento de las cápsulas espaciales en la atmósfera.

El muy imaginativo Julio Verne, en su libro Dos años de vacaciones, hizo volar a uno de sus personajes adolescentes en una cometa para explorar la isla Chairman, a la que los jóvenes náufragos bautizan así en recuerdo del colegio al que concurrían.

Un artesano chileno, Guillermo Prado Catalán, perfeccionó el diseño de los barriletes al inventar el carrete que permitía manejar cómodamente el hijo y darle orientación al cometa. No quiso patentar su invento, que fue adoptado de inmediato en el mundo entero. También ideó un disco volador exhibido en una competencia internacional de aeromodelismo, en la década del 50, que provocó el interés de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.

Hacia mediados del siglo XX comenzaron a cobrar una gran popularidad. Llevaban imágenes de las personalidades más famosas de la época referidas al imaginario infantil. En México se lo conoce como pandorga; en Venezuela y Bolivia, volantín; y en Centroamérica, papalote –palabra de origen náhuatl que significa “mariposa”–.

El ingreso de los barriletes en nuestro país se remonta a los tiempos de la colonia. La parroquia de San Nicolás era la sede central de los que habían contraído esa afición. Allí se enseñaba a fabricarlos: elegir las cañas, cortarlas al medio, decidir los colores y los motivos, ajustar tiros, y todos los detalles de una tarea precisa que ponía de fiesta el cielo de la ciudad.

Durante un tiempo los barriletes estuvieron prohibidos en todas las plazas de Nueva York. Thomas Hauling, comisionado de Parques, logró que la medida caducase. Entonces, la industria del barrilete remontó vuelo: se vendía un promedio de 40 millones de barriletes por año.

En México, la práctica de remontar cometas había sido estrictamente prohibida en el siglo XIX con esta norma: “Se recuerda al público, de órdenes del ciudadano gobernador, la disposición vigente que prohíbe se echen papelotes en las azoteas, calles y plazas, si no es en las de los suburbios; bajo el concepto de que se harán efectivas las penas determinadas para los infractores de dichas disposiciones”. No fueron las únicas prohibiciones padecidas por este inocente entretenimiento: entre 1996 y 2001, los talibanes prohibieron los barriletes en Afganistán.

En enero de 1969 llegó a Buenos Aires Will Yolen, un norteamericano de 75 años que fue presentado como el primer campeón mundial de remontar barriletes. La prensa local, que lo trató con honores de primera figura, informaba que el título había sido obtenido en una competencia realizada en los ­jardines del Palacio de Caza del Maharajá de Bharatpur, en la provincia de Uttar Pradesh, India. Nadie se ocupó de corroborar esa curiosa información. Como tantas veces, importaba más la noticia que la ­verdad. Este personaje atrabiliario llegó a publicar un libro, Guía para los jóvenes remontadores de barriletes.

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