cultura
El platense que fue el hombre de confianza de Perón
John William Cooke fue uno de los intelectuales más brillantes que dio el peronismo, pero también era un hombre de acción. Juan Domingo Perón lo designó su delegado.
Autor de una de las frases más célebres de la historia del peronismo, esa definición que devino consigna, “el peronismo, hecho maldito del país burgués”, John William Cooke fue una figura transgresora que se las ingenió para prosperar en condiciones de opresión. Sus convicciones eran tan sólidas que parecían precederlo y que lo harían perdurar mucho más allá de su muerte. Las defendió al punto tal que el 20 de septiembre de 1955 fue arrestado en la casa de su amigo José María Rosa. Pese a estar en prisión hasta marzo de 1957, fue uno de los grandes protagonistas de lo que se llamó la “Resistencia peronista”.
John William Cooke nació en La Plata el 14 de noviembre de 1919; fue el primer hijo del matrimonio del abogado Juan Isaac Cooke y María Elvira Lenci. Tuvo como compañera de juegos de la infancia a quien sería la escritora Aurora Venturini. Fue aquí, en nuestra ciudad, que comenzó su militancia política en los años en que estudió en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales.
Cuando el peronismo fue derrocado por el golpe de 1955, Juan Domingo Perón lo designó a Cooke como apoderado del Movimiento Nacional Justicialista, su delegado en el país y su heredero político en caso de muerte. Por entonces, la militancia peronista se escindía entre los partidarios de la “línea dura” y la “línea blanda”; estos últimos, que aspiraban a un acuerdo con el gobierno de turno, comenzaron a hostilizar a Cooke, tachándolo de comunista. Perseguido, en 1957 tuvo que exiliarse con su familia en Cuba, donde permaneció hasta 1963. No obstante, el exdiputado se entregó con todo el ardor de la ambición doliente a reconstruir la tradición peronista en clave revolucionaria e impulsar a los integrantes del movimiento a seguir el camino iniciado por Fidel Castro. Por esos días fue entrevistado por Che para un semanario dirigido por Pablo Giussani y que incluía entre sus redactores a Francisco Urondo y Julia Constenla. Entonces, Cooke afirmó que la recolonización de la Argentina era doblemente anacrónica: por producirse en la época de los movimientos de liberación a escala planetaria y por serle impuesta a un país que se había liberado de la dominación inglesa y tenía conciencia de lo que significaba el ejercicio de la soberanía.
Con respecto a Cuba, Cooke explicaba que existía una sucesión de trampas: “Todos los datos son falsos, al punto que la mentira de ayer es desmentida por la mentira de hoy”. Con motivo de la invasión a Bahía de los Cochinos en 1961, cuestionaba en tono enfático la legitimidad de los Estados Unidos y sus organismos internacionales de tener jurisdicción para hacer macartismo y determinar cuál régimen tenía derecho a ser respetado y cuál no. En cuanto a los sectores peronistas activamente enemigos de la Revolución Cubana, Cooke afirmaba: “Supongo que, en unos cuantos millones como somos, habrá de todo un poco (...) Eso demuestra que carecen de capacidad para dirigir nada y que invocan el nombre del peronismo en vano”. Decía: “Hay que tener la cabeza bastante hueca para creerse peronista y aceptar a esos teóricos del absurdo, que combinan las añoranzas del imperio de la hispanidad medieval con el apoyo práctico al imperio bárbaro norteamericano, y el culto a gauchos embalsamados con el paternalismo aristócrata frente al cabecita negra para oponerse, nada menos, que a Fidel Castro”.
La fidelidad a sus ideas le valieron años de cárcel. En 1957, exiliado en Chile, organizó los comandos peronistas y comenzó una muy extensa correspondencia con el líder del movimiento que, con el tiempo, sería publicada en varios tomos.
A fines de 1963, regresó a Argentina y organizó “Acción Peronista Revolucionaria”, en donde continuó pregonando la necesidad de un peronismo que retomara las banderas iniciales de transformación profunda de la realidad. Murió en septiembre de 1968. Hacia el final de su vida, escribió: “Yo viviré como recuerdo, durante el tiempo que me tengan en su memoria las personas que de veras me han querido; y en la medida en que he dedicado mi vida a los ideales revolucionarios de la libertad humana, me perpetuaré en la obra de los que continúen esa militancia”.