CULTURA

Augusto Roa Bastos, un escritor perseguido por las dictaduras

Un intelectual que denunció los atropellos del poder con una obra literaria de calidad excepcional. Varios destierros fue el precio que tuvo que pagar.

Que uno de los escritores más queridos por sus colegas. Es que Augusto Roa Bastos además de un gran escritor, era un hombre de una bondad excepcional. Una calidad humana que no agrió el hecho de haber sido un perpetuo exiliado, alguien que debió protagonizar un peregrinaje doloroso iniciado en 1947, cuando debió refugiarse en Buenos Aires por la saña persecutoria de la dictadura paraguaya, y que en 1976 debió ­proseguir hacia Francia, cuando los militares argentinos se apoderaron ilegítimamente del gobierno, porque siempre alguna dictadura iba detrás de sus pasos.

En nuestro país, Roa Bastos escribió varios de sus libros que pusieron el tema del poder en el centro de la escena, ya sea en forma política, religiosa o en un contexto familiar: “El poder constituye un tremendo estigma, una especie de orgullo humano que necesita controlar la personalidad de otros. La represión siempre produce el contragolpe de la rebelión. Desde que era niño sentí la necesidad de oponerme al poder, al bárbaro castigo por cosas sin importancia, cuyas razones nunca se manifiestan”.

Tenía 36 años cuando publicó en Buenos Aires su primer libro de cuentos, El trueno entre las hojas, luego vendría esa trilogía de novelas que se alzan imponentes contra la opresión política y descorren el velo que oculta la profunda oscuridad de la condición humana: Hijo de hombre, Yo, el Supremo y El fiscal. En 1986, cuando se publicó en inglés la obra de Roa Bastos, Carlos Fuentes escribió en el New York Times: “Es una obra brillante, de rica textura, un extraordinario retrato, no solamente del Supremo, sino de toda una sociedad colonial a punto de aprender a nadar o de cómo ahogarse en el mar de la independencia nacional”. Por su parte, José Pablo Feinmann estaba convencido de que: “Augusto Roa Bastos escribió la mejor novela sobre dictadores. Es un género en el que podríamos incluir la novela de Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca, la de Miguel Angel Asturias, el guatemalteco, la de Tomás Eloy Martínez sobre Perón, entre algunas otras. Y creo que el modelo de todas esas buenas novelas es Yo, el supremo: todas son un poco deudoras de Augusto Roa Bastos. Es la más destacada ­porque tiene un estilo que, siendo barroco, no llega a tener el preciosismo de realismo mágico, ese que Europa espera del escritor latinoamericano. De eso, Roa Bastos se salvó”.

Augusto Roa Bastos nació en Asunción el 13 de junio de 1917, su padre, Lucio Roa, había sido seminarista y escritor frustrado; su madre, Lucía Bastos, le leía la Biblia en guaraní. Alguna vez dijo: “Escribía por la madre y en contra del padre”. A los 13 años, escribió una pieza teatral, La carcajada, inspirado en un libro de Shakespeare regalado por su madre. Luego comenzó a escribir poemas y cuentos.

Conoció a Jorge Luis Borges en los años 50. El escritor argentino estaba tratando de cruzar la calle, su vista ya le estaba fallando. Escuchó una frenada y quedó paralizado. Roa Bastos lo tomó del brazo y lo ayudó a cruzar. A partir de allí se encontraron con frecuencia. Roa Bastos siempre lo admiró: “En todos los pueblos existe un hombre excepcional que compensa las deficiencias del resto. En esos momentos, cuando la humanidad se halla colectivamente en un estado de decadencia, siempre quedan esos seres excepcionales como punto de referencia. Borges era uno de ellos”.

Participó como enfermero en la Guerra del Chaco, un conflicto bélico entre Paraguay y Bolivia, por el control del Chaco boreal, que como toda guerra fue un delirio de poder: “El poder corrompe por naturaleza. Cambia a la gente y no en el mejor sentido, porque anula toda la energía de la conciencia colectiva de un pueblo”. Esa certeza amarga impregnara su escritura, dando carnadura a la rara alquimia de una obra que sería traducida a veinticinco idiomas, que forzó al extremo las posibilidades literarias de expresión y movilizando el interés de lectores del mundo entero.

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