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Cuando las mujeres eran condenadas a la hoguera

La discriminación de género tomó muchas formas a lo largo de la historia, una de las más aberrantes fue la llamada “caza de brujas”.

El proceso fundante de la modernidad que intentó someter a las mujeres para que aceptaran su lugar en la pujante sociedad capitalista llevó el nombre de “caza de brujas”. Bajo el signo de la violencia, esta persecución sistemática puso al Estado y las iglesias en el control de la población, la sexualidad y la procreación. Como afirma la investigadora Natalia Ortiz Maldonado, no solo se trató de la marca iniciática de la expulsión de las mujeres de los altares religiosos y de la vida política, sino que en la dimensión de las representaciones colectivas las brujas aparecieron como la incorporación del diablo, como los cuerpos habitados por el mal.

En Estados Unidos, la primera cacería de brujas se produjo entre mayo y octubre de 1692 y se concentró en la aldea de Salem, Massachusetts. La aldea había sido fundada 70 años antes por puritanos llegados de Inglaterra y Países Bajos, y el nombre Salem derivó aparentemente de su mención en el Antiguo Testamento (salom significa “paz”), lo que explica que existan otras siete ciudades del mismo nombre en diversos puntos dentro del territorio norteamericano. Allí adquirieron bastante difusión algunas prácticas y leyendas de magia negra y acontecimientos sobrenaturales, que no se ajustaban a la ortodoxia religiosa de aquel momento.

Durante el siglo XVII, especialmente en Europa, miles de mujeres ardieron en la hoguera acusadas de brujería tras ser sometidas a torturas indecibles. La filósofa Silvia Federici asegura en Calibán y la bruja que las acusadas de brujería eran desnudadas y afeitadas por completo (pues se decía que el demonio se escondía entre sus cabellos), eran pinchadas con agujas largas en todo el cuerpo en busca de algún rastro o marca diabólica y eran frecuentemente violadas para investigar su virginidad.

Tras el antecedente de la Inquisición, durante los cuatro siglos anteriores, los clérigos de Salem decidieron acabar con las tendencias malignas que mostraban algunos de sus ciudadanos y que les empujaban a ritos tan paganos como beber sangre, pronunciar maleficios y cometer adulterio. De modo que se nombró una corte especial, integrada por Samuel Sewall, John Hawthorne y William Stoughton. Estos “jueces” llegaron a ordenar la detención de 150 personas y procesaron a 31 de ellas como brujos irredentos que no podían tener lugar en la tierra. En febrero de 1692, se inició el juicio a cargo de dichos magistrados, quienes debieron dictaminar el origen de las posesiones diabólicas. En total, 19 personas fueron condenadas a la horca.

“No hay ningún problema físico que cause ese comportamiento. No hay dudas de que se trata de la influencia directa del demonio”, así diagnosticaba William Griggs, el médico de Salem, a las niñas afectadas de tan extrañas “dolencias”. Toda la población de la aldea no solo creían en las brujas, sino también que ellas eran las causantes de todas las enfermedades y/o extrañas actitudes de las jóvenes. En cuanto a las conjeturas sobre las circunstancias que pudieron desencadenar los juicios de Salem, algunos autores citaron a la epilepsia y otros han encontrado un origen tóxico en estas manifestaciones colectivas. Sin embargo, la causa más probable se remite de forma indisimulable al asfixiante clima de puritanismo y a la educación represiva y conservadora que imperaba en aquella aldea.

No obstante, cuatro años más tarde, los actos emprendidos por la corte motivaron un arrepentimiento colectivo. En 1697, el juez Sewall admitió la feroz injusticia de los procesos judiciales en los que había colaborado. En 1711, las autoridades locales finalmente declararon nulas las actuaciones contra 22 de las procesadas, cuyos familiares se habían interesado para recuperar su buen nombre. Otras 9 procesadas quedaron sin familiares protectores y absueltas por resolución expresa del tribunal de Massachusetts muchísimo tiempo después.

En 1770, una ley inglesa homologaba como brujas a las mujeres que engañaban a los maridos llevándolos al matrimonio utilizando ardides como “perfumes, pinturas, baños cosméticos, dentaduras postizas, pelucas, rellenos de lana, corsés, armazones, aros y zapatos de tacones altos”. Si el marido descubría que su mujer cambiaba radicalmente al privarse de esos afeites, podía exigir la inmediata disolución del vínculo matrimonial.

La intención de borrar la mancha histórica podría remontarse a un relato titulado Alice Dean’s appeal, publicado por el novelista estadounidense Nathaniel Hawthorne (que también nació en Salem y era descendiente de uno de los jueces) en 1835. Allí señaló que en el sitio de las ejecuciones, conocido como Gallows Hill (“colina de las horcas”), ya no había ninguna pista ni recordatorio sobre aquellos sucesos.

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