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Cuando Rubén Darío estuvo en La Plata

Fue uno de los mayores poetas en lengua española. Vivió un tiempo en Argentina y conoció nuestra ciudad, donde dijo algunas palabras imperecederas.

Félix Rubén García Sarmiento nació el 18 de enero de 1867 en Metapa –hoy Ciudad Darío–, en Nicaragua. Él mismo hizo un recuento de los lugares en dónde transcurrió su vida: “Viví en Chile combatiente y práctico; viví en República Argentina, tierra que fue para mí maternal y que renovaba por su bandera blanca y azul una nostálgica ilusión patriótica; viví en España, la patria madre; viví en Francia, la patria universal”. Fue un niño prodigio que a los 3 años ya sabía leer, y antes de los 7 ya estaba escribiendo sus primeros versos.

En 1914, al comenzar la Primera Guerra Mundial, dejó Europa y se radicó en Estados Unidos. Ve en ese país una forma de la barbarie, “un búfalo con dientes de plata”, una amenaza para América Latina. Desde chico y hasta el final de sus días, Rubén Darío mostró un fuerte compromiso social. A los 13 años escribió sus primeros versos políticos. Hasta poco antes de su muerte, denunció las injusticias del capitalismo: “Yo no sé cómo ya no ha reventado la mina que amenaza al mundo, porque ya debía haber reventado. El espíritu de las clases bajas se encarnará en un implacable y futuro vengador. La onda de abajo derrocará la masa de arriba. Habrá que cantar una nueva Marsellesa que, como los clarines de Jericó, destruya la morada de los infames. Se romperán las estatuas de los bandidos que oprimieron a los humildes”. Profetizaba que todas las tiranías se vendrían al suelo: la tiranía política, la tiranía económica y la tiranía religiosa.

A los 26 años, el 13 de agosto de 1893, Rubén Darío llega a Buenos Aires en el vapor francés Diolibah. La ciudad hervía por entonces de criollos e inmigrantes, escuelas y talleres, tranvías y volantas, telégrafos y ferrocarriles, bohemios y mercaderes, palacios y conventillos. Escribe Darío en su Autobiografía: “Y heme aquí, por fin , en la ansiada ciudad de Buenos Aires, adonde tanto había soñado llegar desde mi permanencia en Chile”. Llegaba con el carácter de cónsul general de Colombia. Una de las primeras cosas que hizo fue fundar la Revista de América, una publicación que se presentaba como: “El órgano de la generación nueva que en América profesa el culto del arte puro y busca la perfección ideal”. Además de presentar autores hasta entonces desconocidos, en esa revista, Rubén Darío es el primero en escribir sobre Nietzsche en español, y cultiva el ensayo político. Durante esos cinco años que estuvo en nuestro país, Darío publicó dos libros fundamentales: Los raros –que reúne semblanzas de algunos de sus escritores admirados: Edgar Allan Poe, Henrik Ibsen y José Martí, entre otros–, y Prosas profanas, uno de los mayores libros que dio el modernismo.

Tanto se identificó Rubén Darío con nuestro país que lo llamó “su patria intelectual”, y en otra ocasión “su segunda patria de encanto”. Ese amor a nuestra tierra quedó reflejado en el Canto a la Argentina, escrito en París en 1909 y que fuera su libro más vendido. Según Jorge Luis Borges, Rubén Darío refundó nuestra lengua: “Todo lo renovó Darío… Quienes alguna vez lo combatimos, comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar libertador”.

Durante ese lustro que Rubén Darío vivió en nuestro país, hubo por lo menos un par de ocasiones en que fue invitado a nuestra ciudad. En una de ellas, fue convocado por una asociación literaria local para que leyera algunos fragmentos de su por entonces más famosa obra: Azul. En su segunda visita dio una conferencia titulada En vísperas de un nuevo siglo, en la que, adelantándose a Enrique Santos Discépolo, calificaba al siglo veinte de “problemático y febril”.

El 3 de diciembre de 1898, Rubén Darío se embarcó rumbo a España, donde tuvo numerosos discípulos, entre otros, Juan Ramón Jiménez y Ramón María del Valle Inclán. En ese país conoció a Francisca Sánchez del Pozo, una campesina analfabeta que sería su compañera hasta el final de sus días. Gravemente enfermo, Rubén Darío regresó a su tierra, donde dos meses después murió en la ciudad de León, el 6 de febrero de 1916, a los 49 años de edad.

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