cultura
Edgar Degas, pintar mirando por el ojo de una cerradura
Es considerado uno de los padres del impresionismo, sus complejos y sutiles desnudos femeninos lo volvieron un artísta único del siglo diecinueve.
Su intención no era suscitar fantasías sexuales o alentar el morbo de sus contemporáneos, las mujeres que se bañan desnudas en los cuadros de Edgar Degas –muchas veces de espaldas o apenas insinuándose– transmiten al observador la levedad de un milagro. En ocasiones, parecen mujeres vistas por el ojo de una cerradura prodigando las pinceladas con el pulso cuidadoso de quien quiere reconstruir el placer de lo visto. Son cuerpos que cuentan historias, que narran a través de algunos gestos exactos. El poeta Paul Valéry dijo de Degas: “Tenía un sentido casi trágico de la dificultad y del rigor de su propio arte”.
Edgar Degas nació en París el 19 de julio de 1834, siendo el mayor de cinco hijos de un prestigioso banquero francés. Una vez egresado de la escuela secundaria, se dedicó de lleno a la pintura, se hizo copista en el Museo del Louvre, reproduciendo línea por línea las obras de los grandes maestros y tomando como principal modelo al pintor francés Jean Auguste Dominique Ingres.
La gran obsesión de Degas fue atrapar el movimiento en la quietud del dibujo. Cuando su amigo Valéry le preguntó ¿qué es el dibujo?, Degas le contestó: “El dibujo no es lo mismo que la forma, es una manera de ver la forma”. La forma en movimiento. Para lograr ese efecto, es necesario establecer rigurosamente el diseño y apegarse a él minuciosamente “como se sigue a una mosca caminando por una hoja de papel”. Volvía una y otra vez a los mismos temas, ya fuera en óleo, dibujo, pastel o grabado, las versiones se repetían incesantemente desde lugares diferentes, dando cuenta de la insatisfacción del artista, demostrando que el intento no había acabado.
Las carreras de caballos gozaban de gran popularidad en la Europa de mediados del siglo diecinueve. En 1857 se abrió en París el hipódromo de Longchamp. Era inevitable que ese espectáculo bullente y colorido atrajera la atención de Degas.
El desfile, es una de las primeras pinturas que dedicó al tema. Asombra la vividez de la inquietud del caballo que huele en el aire la proximidad de la carrera. Jean-Louis Meissonier, el pintor y escultor que se había abocado a reproducir en su obra escenas de las batallas napoleónicas, al asomarse al mundo de las carreras de caballos lo consideró uno de los pocos asuntos en que los artistas del XIX podían superar a los del Renacimiento, y dejó atrás, de ese modo, sus obsesiones militares. Las líneas con las que Degas dan cuenta de la sinergia del jinete y su montura son de una precisión milimétrica. Pareciera que el movimiento de esas criaturas naciera de las manos del artista. Cuesta compararlo en ese aspecto con otro artista. En las carreras de Degas, no aparece el público –los “burreros” parecían no llamarle la atención–, sino solo la vertiginosa unidad del caballo con su jinete.
Muchos comparan la perfección de los dibujos de Degas con fotografías. Por aquella época, Louis Daguerre era un pintor de segunda fila que pasaría a la historia por inventar el diorama, un curioso cajoncito mediante el cual se daba profundidad a las imágenes y que terminó llamándose daguerrotipo, antecedente de la fotografía. Sin duda esa invención tuvo gravitación en la resolución que Degas daba a sus cuadros. Fue además el primer gran pintor que manejó una cámara fotográfica, que compró cuando tenía los 61 años de edad. Pero fustigaba al inmediatismo fotográfico calificándolo de “instantaneísmo vulgar”. Pintura y fotografía eran para él formas diferentes de abordar la realidad material, que no podrían jamás reemplazarse unas a otras. El tiempo le dio la razón.
Todo su dinero lo invertía en comprar obras de arte. Llegó a tener una colección portentosa de pinturas europeas de su época que incluía unos 500 óleos y cerca de 5.000 dibujos y bocetos de Gauguin, Corot y Van Gogh, entre otros. Contrastaba la riqueza de su pinacoteca con la austeridad –lindante con la pobreza– de sus costumbres. Toda plata era poca si de destinaba a comprar arte. En una carta en la que pedía dinero a un galerista para comprar un cuadro de Ingres, escribió: “No me prive de él, no me agravie, no me hiera de ese modo, realmente lo necesito”. Entre todas esas pinturas, murió ciego, el 27 de septiembre de 1917.