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El banquete: la canción de Virus sobre la Guerra de Malvinas

En medio del conflicto bélico con el Reino Unido, el grupo musical tachado de frívolo escribió una vigorosa respuesta satírica.

El 21 de septiembre de 1981, durante su presentación en el festival Prima Rock, la banda de los hermanos Moura se entrenó para tocar todo su repertorio en apenas veinte minutos. “Los ametrallamos”, dice Julio, en el libro Virus: una generación. “Veníamos de ensayar cinco horas al día durante un año y fuimos los que mejor sonaron, lejos”.

Los Virus no solo habían salido a matar al toro, sino que, en el reinado de Spinetta Jade y las guitarras Ovation, canciones como Soy moderno, no fumo sonaban directamente como una provocación. El rechazo, sin embargo, fue menos resultado de la música que de un gran malentendido. Aunque para entonces la new wave era la sintonía planetaria, en la Argentina no representaba un cambio, sino una regresión. Además, ¿quién tenía licencia para ponerse a bailar el wadu wadu en plena Dictadura? Por empezar, los hermanos de un desaparecido.

La música de Virus era un ensayo: una ética del hermano menor. Aunque entonces casi nadie lo sabía, Jorge Moura —el mayor de la familia— era uno de los militantes del ERP secuestrados y asesinados por el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Julio, Federico y Marcelo metabolizaron la experiencia tocando una música directo a los pies. Cínica, bailable, sensual. Inmediata. En lugar de caminar rumbo a la utopía social salieron disparados a recuperar la potestad sobre su propio cuerpo. Influidos por bandas como Devo y el pop art del Instituto Di Tella, escribieron ese primer puñado de canciones hablados por una lengua nueva: un slang donde se mezclaba la mano rockera con el lenguaje publicitario, el posmodernismo y el murmullo del levante.

Y entonces Malvinas. Además del engaño estratégico y la tragedia social, la guerra revolvió aún más el agua del río. A partir del 2 de abril de 1982, la Cúpula Militar hizo un llamado a los jóvenes y extendió un comunicado para cada uno de sus interventores en las señales de radio: nada de música cantada en inglés. Encendido por un chispazo auténtico de solidaridad, algunos músicos del rock comenzaron a entrever el Festival de la Solidaridad Latinoamericana: un recital transmitido por televisión donde, mientras se reunían vituallas para las tropas, tocaron desde León Gieco a Spinetta, pasando por Nebbia, Pappo, Raúl Porchetto, Edelmiro Molinari, Ricardo Soulé y Miguel Cantilo. El rock, uno de los movimientos culturales reprimidos y perseguidos del período, parecía recibir la bendición de la Dictadura. ¿Ingenuidad, estrategia o mero Síndrome de Estocolmo? Como diría Pappo: nunca lo sabrán.

Solo dos artistas convocados se abstuvieron de participar: Virus y MIA. El colectivo de la familia Vitale, que tenía su propio background de militancia de izquierda, tenía una postura política bien trazada. La declinación de Virus era más íntima y espontánea. “Creo que fue una propuesta a todos los grupos en general, que nosotros sentimos como muy desagradable”, dice Julio Moura, en aquella biografía firmada por los periodistas Daniel Riera y Fernando Sánchez.

La banda ofreció su respuesta. Sobre un riff que pendulaba entre el punk y la música a-gogo, el letrista Roberto Jacoby escribió una alegoría swifteana: “Nos han invitado / a un gran banquete / habrá postre helado / nos darán sorbetes. / Han sacrificado jóvenes terneros / para preparar una cena oficial / se ha autorizado un montón de dinero / pero prometen un menú magistral”. Federico cantó con una mueca de distancia. Yo no quiero estar aquí, parecía decir. Pero ahí estaba: en el corazón de la pista de baile, observando la repartija mientras apilaba la bronca como si fuera leña.

“El banquete habla de lo que pasaba en ese momento, cuando estaban llamando a toda la gente a apoyar la guerra de las Malvinas”, dice Jacoby. “Virus fue el único grupo que no participó... La historia después se inventa, pero esto era lo que pasaba de verdad: la juventud estaba apaleada”.

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