cultura

El cementerio indio de La Plata

Se trata de una historia que perdura bajo los cimientos de nuestra ciudad, tras el hallazgo de “esqueletos de antigua data” cuando comenzaban a construir la Casa de Gobierno.

La Plata tiene una historia subterránea. Debajo de los cimientos sobre los que se levantó nuestra ciudad yace una trágica evidencia: el testimonio de una cultura arrasada. Allí permanece sepultada y silenciada la historia de un cementerio indio, cuyo recuerdo aún perdura en el imaginario platense.

A veces la realidad parece es­crita en clave de ficción. Cuando, a un mes de la fundación de La Plata, se comenzaron a excavar los ci­mien­tos de la Casa de Gobierno de la Provincia, aparecieron “fragmentos esqueletarios de antigua data”, los cuales fueron analizados en el Museo de Ciencias Naturales y resultaron ser de aborígenes querandies o pampas. El edificio, que se levantó sobre calle 6 entre 51 y 53, fue el primer palacio público que comenzó a construirse en la ciudad, pocos días después de colocada la piedra fundamental en la actual Plaza Moreno, en noviembre de 1882. La aparición de más restos en las cercanías –siete indios en­con­trados en la posición de senta­do–, hizo suponer que se estaba ex­ca­vando en lo que antiguamente había sido un cementerio indígena de una dimensión cercana a la de los 240 metros cuadrados. El hallaz­go de restos de un caballo permitió presu­mir que se trataba de un cementerio perteneciente a un período posterior a la llegada de los españoles.

Luego, sobrevino el silencio. El largo y opaco silencio que inevitablemente lleva al olvido. Sería ingenuo considerar que el temor atávico a la muerte es la única causa del rechazo a investigar hasta dónde llegan la realidad de esos hechos; aunque sin duda sobrevuela el temor supersticioso de hablar sobre aquello insondable donde se mueven las fuerzas de lo desconocido.

El mentado progreso de aquella época fue impulsado por la necesidad de extirpar el “Mal”, que dejó de habitar en la extensión para circular por la sangre. Lo cierto es que esos huesos fueron analizados por Francisco Pascasio Moreno, director vitalicio del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, en cumplimiento de una orden judicial.

Aquí entra en escena un curioso personaje: Karl Hermann Burmeister. Este fue un naturalista alemán nacionalizado argentino que hizo estudios geológicos y paleontológicos en nuestro país, por lo cual fue reconocido nombrándolo director del Museo Argentina de Ciencias Naturales de Buenos Aires. El científico alemán fue designado por el Ministro de Gobierno de Buenos Aires, Carlos D’Amico, para que estudiara el misterioso hallazgo óseo. Burmeister observó minuciosamente los cráneos y huesos desenterrados, que se encontraban en buen estado de conservación; y, por la disposición en que se encontraban los esqueletos,infirió: “Corresponden a las costumbres de los indios antiguos del pays” y, agregó: “Sin duda ese lugar ha sido un cementerio indio del tiempo anterior a la conquista española”.  Además, por no haberse hallado alfarería ni puntas de flechas en las excavaciones, concluyó: “Dicho cementerio es de otra tribu de indios muy salvajes y de otra raza de las del territorio vecino”.

Se desconoce el paradero de los restos hallados, pero existiría una posibilidad de que los mismos estén hoy depositados en la colección del “Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti” de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Pocos investigadores –Nicolás Colombo, entre ellos–, porfían en mantener vivos esos episodios. En diciembre de 2001, un grupo de indios, perteneciente al movimiento Mink´akuy Tawantinsuyupaq, hicieron una carrera de postas, tradición heredada de la cultura inca. Recorrieron los 87 kilómetros que separan la Casa de Gobierno del monumento al Malón de la Paz, en Chacarita. No hubo nuevos intentos de reflotar esas memorias que hoy a nadie parecen inquietar.

“Nada importa que no le oigan y solamente yo le sienta”, escribió Gabriela Mistral, la Premio Nobel chilena que se sentía orgullosa de sus ancestros aborígenes. Sentir que esas historias forman parte de nuestra identidad platense es atreverse a mirarse en el espejo, sin trampas, sin filtros, con todos nuestros enigmas y fragilidades a cuestas. Ver no sólo la imagen que tenemos, sino también la que tememos.

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