El complot que pudo haber cambiado la historia del siglo veinte

Un año antes de su caída, hubo un atentado contra la vida de Hitler que estuvo muy cerca de concretarse: el autor de ese intento es considerado en la actualidad un héroe.

El 20 de julio de 1944, el coronel Claus Graf von Stauffenberg colocó un portafolio con una bomba adentro bajo la mesa en la cual estaba sentado Adolf Hitler y su Estado Mayor en el cuartel general en Prusia oriental. La bomba detonó, pero Hitler solo sufrió heridas superficiales. Stauffenberg fue fusilado esa misma noche junto a los otros 200 militares complotados. Gunther von Kluger –mariscal de campo de la Wehrmacht– y el muy condecorado Erwin Rommel –que había llevado adelante la Campaña en Africa del Norte–, se suicidaron por haber participado de la conspiración.

Luego de la derrota en Stalingrado, se vislumbraba claramente la derrota de Alemania. El ejército ruso estaba en plena ofensiva, los aliados habían invadido Italia y el territorio alemán era bombardeado incesantemente. Encerrado en su cuartel general, Hitler solo aceptaba que se le leyera las cada vez más escasas buenas noticias. Algunos jefes de la Wehrmacht habían comenzado a planear la rendición en los términos menos humillantes posibles. Fue en ese marco que se concibió la conjura. Fue una acción coordinada en varios centros y tenía como epicentro el Estado Mayor del ejército de reserva, del que Stauffenberg era jefe. Se trataba de un mutilado de guerra –había perdido un ojo, la mano derecha y dos falanges de la mano izquierda–, pero que aún seguía en actividad. Él fue quien concibió el plan y no quiso sacrificar a nadie: se propuso insólitamente a sí mismo como ejecutor del atentado.

El conde von Stauffenberg había nacido en un lujoso castillo el 15 de noviembre de 1907, en junio de 1941 había participado en la guerra contra la Unión Soviética, pero aun antes de la derrota en Stalingrado había comenzado a dudar de las dotes de Hitler como comandante supremo. En enero de 1943 fue ascendido a teniente coronel y pasó a revistar en la campaña del Norte de Africa, adscripto a la 10º División Panzer. Ya entonces tenía una obsesión. A finales de 1942, cuando ya había comenzado la debacle del Tercer Reich, alguien le preguntó qué hacer con Hitler. Su respuesta fue definitiva: “matarlo”. Allí comenzó a gestarse la Operación Valquiria.

El plan implicaba movilizar numerosos soldados del ejército de reserva y aproximadamente 300.000 soldados de licencia. A una señal, las tropas debían ocupar centros neurálgicos de Berlín. Para crear confusión y desánimo entre los fieles al Fuhrer, se haría circular antes del atentado la siguiente declaración: “¡El Führer Adolf Hitler está muerto! Una camarilla sin escrúpulos de líderes de partidos extranjeros en el frente ha intentado, utilizando esta situación, traicionar al frente que lucha duramente y tomar el poder para sus propios propósitos egoístas”. Se trataba, en primer lugar, de convencer a la población de la muerte de Hitler, para luego verdaderamente ultimarlo.

Se habían perpetrado dos atentados anteriores. El primero de ellos en 1938, cuando un grupo de jefes y oficiales planeó el derrocamiento de Hitler para impedir la guerra con Gran Bretaña. Pero en 1944 la conspiración abarcaba a más protagonistas. El historiador alemán Joachim Fest señaló que el complot fracasó por carecer de apoyo civil: “La jerarquía militar superior estaba sobre todo integrada por hombres de las clases altas que poco contacto tenían con la gente común”. Los conspiradores cometieron graves errores. Por ejemplo, no cortaron las comunicaciones por radio del cuartel general del Fuhrer, por lo que el ministro Goebbels –quien terminó suicidándose en un bunker, en Berlin, tras finalizar la guerra– pudo hacer escuchar el discurso que Hitler dirigió a la nación pocos minutos después del atentado, demostrando que seguía vivo y echando por tierra las versiones contrarias. Los militares de más alta graduación que participaron de la asonada estaban convencidos de la ciega obediencia de sus subordinados, pasando por alto que muchos de ellos sentían devoción por el Fuhrer. Una de las medidas que Hitler tomó después del atentado fue someter definitivamente a la Wehrmacht a las órdenes de las tropas SS. Que el atentado se frustrara no impidió que Alemania se rindiera incondicionalmente el 7 de mayo de 1945.

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