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El diablo en el cine

Las películas de terror se remontan a los inicios de la industria cinematográfica, tomando muchas veces como inspiración el miedo al príncipe de los ángeles rebelados.

Cada quien guarda en su memoria la escena diabólica de su predilección. En ese podio podría estar cualquier escena de El exorcista, en la que Linda Blair hace torsiones imposibles con su cuerpo en una muy verosímil interpretación de posesión satánica. Pero también podría recurrirse a Carrie, esa película de Brian de Palma basada en una novela del minuciosamente terrorífico Stephen King: el Damien de La profecía o esa ciudad mefistofélica imaginada por Roman Polanski en El bebé de Rosemary.

El listado de películas que infundieron un terror sobrenatural es inacabable e, inevitablemente, arbitrario.

Sin embargo, hay títulos que quedaron para siempre en la memoria. Uno de ellos, El abogado del diablo, en la que Al Pacino —el titular de un bufete jurídico— termina mostrando que no es quien dice ser, o La novena puerta, una película de 1999, basada en un libro del español Arturo Perez Reverte, en la que Johnny Depp hace de un vendedor de libros raros en la ciudad de Nueva York, que da con una obra que reúne todas las fórmulas para invocar al diablo.

Es sabido que el número de la bestia es el 666, así se indica en el Apocalipsis bíblico. Por eso, no fue extraño que el día 6, del mes 6, del 2006, Hollywood decidiera estrenar el remake de La profecía. En la película original, el hijo del diablo nació el sexto día del sexto mes a las seis de la mañana. La película clonada treinta años después, siguió explotando esa misma superstición, esta vez producida y dirigida por el británico John Moore y siguiendo escena por escena la versión original en la que un hombre se entera de que su hijo ha nacido muerto y para evitar que su mujer se desbarranque en una depresión sin remedio, con la complicidad de un sacerdote del hospital, hace pasar por suyo un niño nacido a la misma hora. En este remake de La profecía se lució Mia Farrow, quien hace de una demoníaca institutriz. “Desde hace casi cuarenta años vengo criando niños”, dice con cara angelical, pero ardiendo entre las llamas del infierno.

El cine nos ha enseñado que el diablo puede estar en cualquier parte, incluso en un árbol. En Evil dead: diabólico, un árbol viola entre sus ramas a una víctima extraviada en un bosque. Según Stephen King, es “el filme más feroz del género de terror”. La película es de 1981 y se ha convertido en un ícono del cine de terror de clase B.

Mariano Cohn, el director de películas como El hombre de al lado o El ciudadano ilustre, dijo alguna vez: “La profecía del hombre polilla, de Mark Pellington, con Richard Gere, no se estrenó en cine, pero tiene una gran escena: un hombre acude a la llamada del teléfono de una habitación de hotel; se producen corrimientos de tiempo... Inconscientemente hace cosas sin saber por qué. Hasta que atiende y es el diablo, que sabe todo lo que le va a decir el mortal antes de que este lo diga. En su momento me pareció novedosa: me interesa esa figura del diablo-psicópata, y produce una extraña sinergia con Richard Gere, que es de madera...”. En tanto, el escritor Alberto Laiseca, quien supo tener momentos escalofriantes en la televisión argentina con su micro Cuentos de terror, confesó: “Yo creo muchísimo en la existencia del demonio. Pero le tengo un poco de rechazo a la idea del demonio aplicada al arte. El demonio que suele aparecer me aburre. En cambio, me entusiasma mucho cuando lo satánico está encarnado en monstruos. Ahí está Drácula, por ejemplo, un tipo que tiene siglos y le chupa la sangre a la gente. Por eso mi escena preferida es una que pertenece al filme Los ritos satánicos de Drácula, de Alan Gibson. Ahí aparece una mujer que acaba de ser convertida en vampiro. Encadenada. Se le abre la blusita y muestra sus dos tetas maravillosas. Y les juro —he pasado cuadro por cuadro el filme para sacarme la duda— que la estaca se le clava en la teta. Hay algo muy erótico, satánico y morboso ahí”.

Las películas de terror diabólica están poseídas —pocas veces mejor dicho— por escenas que funcionan como mazazos que hacen saltar al espectador o cerrando los ojos —porque, como dice un personaje al final de Cita con el demonio: “A veces es mejor no saber”—, lo que exige una construcción detallada de la trama y un ritmo pausado en su relato, como la que permite desembocar, por ejemplo, en la escena de la bañera de Psicosis, película que ha servido de modelo a todo el género de terror, huela o no a azufre. Por fuera de la pantalla, no cabe duda que este mundo se esmera en parecerse cada día más al tan temido reino de Satán.

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