cultura

El encuentro entre Joan Manuel Serrat y una colaboradora de Rodolfo Walsh

Ella era Enriqueta Muñiz, quien había colaborado en la investigación de Operación Masacre. Sin cita previa, fue a ver al hotel al cantante español, con el fin de entrevistarlo para un semanario argentino.

En la recepción del Hotel Alvear Palace le dijeron en qué habitación se hospedaba. Logrando evadir la vigilancia de los porteros, tomó el ascensor. Golpeó la puerta y el propio Joan Manuel Serrat la abrió. Estaba somnoliento, despeinado, descalzo y malhumorado. Le preguntó que quería. “Una entrevista”, contestó ella. Él negó con la cabeza. Para que no quedaran dudas, agregó: “Tengo una agenda tan tapada que apenas si me permite respirar un par de veces al día”. Enriqueta Muñiz recordó una frase que Serrat había dicho en una conferencia de prensa: “La imagen que usted tenga de mí me importa muy poco”. Como un último recurso ella le preguntó: “¿Puedo regalarle un libro?”. Serrat dijo sí, con una sonrisa sorprendida. Ella sacó del bolso Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, y se lo extendió. Cuando él abrió el libro vio que el autor se lo había dedicado. “¿Conoces a Rodolfo Walsh?”, preguntó el cantor. Ella, con alivio en los ojos y una sonrisa tímida, respondió: “Claro que lo conozco. Yo lo ayudé en la investigación de este libro”.

Enriqueta Muñiz había nacido en Madrid, pero a los 16 años se exilió con sus padres en Buenos Aires. Hacía traducciones para la editorial Hachette. Allí conoció a Rodolfo Walsh, quien también trabajaba en esa editorial, como corrector. Cuando Walsh se enteró, en La Plata, de la historia del “fusilado que vive”, le pidió a Enriqueta que lo ayudara con la investigación. Ella trabajó a la par, tenía veintidós años y sentía por Walsh una mezcla de admiración y enamoramiento.

Esa mañana de 1972, viendo la devoción con la que Joan Manuel Serrat tenía en sus manos aquel libro, sintió el orgullo y la gratitud de haber participado en esa aventura dolorosa y llena de riesgos que fue reconstruir la historia de los fusilados de José León Suarez. Desde Los Beatles, el sello grabador —Odeón— no había tenido en la Argentina un “boom” semejante al provocado por Joan Manuel Serrat. Sin embargo, ese ídolo estaba como hipnotizado por ese libro en el que ella, de alguna manera, había sido parte. Esa misma mañana, en la cafetería del hotel, hicieron la entrevista. Enriqueta Muñiz describió la manera de hablar de Serrat: “No padece inhibiciones verbales y habla a menudo con cierta brutalidad, aunque su estilo es culto, con frases largas y referencias que revelan una buena información en todos los órdenes”. En ese reportaje confesó que su psicoanalista es el mar —así como para un labriego lo es su huerta—; que le gustaba beber de todo, menos champán: “Me parece una bebida ridícula, con sus burbujitas y todo eso. Es una bebida de alternadoras viejas”. La entrevistadora le pidió contara cómo es un día de su vida: “Me levanto tarde porque me acuesto tarde. Desayuno cualquier cosa, lo que haya en el frigidaire. Sé que te estoy complicando la vida, que tendría que decir

desayuno dos huevos fritos y hago esto o aquello, pero no es así. Hago lo que me place en ese momento, y eso es imprevisible. Hojeo los diarios por avidez de información tan solo. Si hay algún programa especial que me interese en la televisión, lo miro. Como cualquier cosa, no sigo ningún régimen. Si voy al cine, voy a ver lo que sea, sin prejuicios... Si tengo ganas de bailar, bailo hasta con las manos. Si me tengo que cortar el pelo, voy a que me lo haga Pascual, un amigo mío. Toco mi guitarra, la misma que saco al escenario, para no interrumpir el contacto. Escribo mucho sin rumbo fijo: lo que me interesa es emborronar papel y lo que sale me da igual...”

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