Es uno de los escritores más célebres de la literatura universal, pero hasta el día de hoy
se sigue debatiendo si fue el autor
de las obras que se le adjudican.
Hacia el final de su vida, William Shakespeare solo veía fantasmas en cualquier recodo de su habitación. Lo curioso es que tiempo después algunos comenzaron a preguntarse si el fantasma no era él. Muchas dudas se siguen levantando alrededor de este escritor del que, su contemporáneo Ben Jonson, dijo: “No pertenece a una sola época sino a la eternidad”.
Tercero de los ocho hijos de John Shakespeare, un acaudalado comerciante, y de Mary Arden, cuya familia había sufrido persecuciones religiosas, poco se sabe de la niñez y adolescencia de William Shakespeare. No obstante, en Londres encontró a su nueva familia, una pandilla de cómicos creada por Henry Carey, más conocido como el barón de Hunsdon, y dirigida por Richard Burbage, el actor más popular de su época, el mejor amigo de Shakespeare. Juntos lideraron la compañía más longeva de la historia teatral británica.
En sus 52 años de vida, este actor poeta escribió 36 obras de teatro y 154 sonetos. Hasta el día de hoy, nadie igualó en el teatro su ambición narrativa ni la amplitud de su mirada. Como sucede con las grandes personalidades de la Historia, cuando abandonan el mundo dejan detrás lo único en lo que fueron capaces de creer: su propia leyenda.
¿Cómo pudo disponer sin estudios del vocabulario más hermoso y variado de todos los tiempos? ¿Cómo pudo hablar, por ejemplo, de Venecia, Dinamarca o Navarra sin haber estado jamás allí? ¿O redactar en francés sin conocer el idioma?. Ninguna de las posibles respuestas convenció a Delia Bacon. Esta escritora estadounidense introdujo un debate que aún permanece vigente: la autoría de las obras de Shakespeare.
Según Bacon, Shakespeare fue una máscara, un testaferro, tras el cual se habría ocultado por razones desconocidas el verdadero autor. Quien escribió ese conjunto de obras que siguen admirando al mundo entero debió haber nacido entre 1560 y 1615; ser un letrado de mucha alcurnia, conocedor de Plutarco y Ovidio, del francés, el latín y el italiano, y lector en idioma original de Voltaire y Montagne. Tuvo que haber tenido informaciones precisas sobre la guerra de Troya, historia romana o estrategia militar, tal como se demuestra en Enrique V; nociones de derecho claramente evidenciadas en El mercader de Venecia, o de las patologías mentales como las descriptas en Macbeth.
Bacon aseguraba que de la producción literaria de Shakespeare se desprendían auténticas lecciones de filosofía, que habían sido concebidas para las clases con mayor nivel de formación intelectual, algo que se mezclaba raramente con el fervor popular que despertaba el teatro shakesperiano.
Por todo esto, la escritora concluyó que aquel actor de escasa formación devenido dramaturgo solo había puesto su nombre a lo que en realidad escribieron un grupo de genios que prefirieron permanecer en el anonimato.
La otra campana
Alguna vez, el escritor argentino Juan José Saer escribió: “Lo desconocido es una abstracción; lo conocido, un desierto; pero lo conocido a medias, lo vislumbrado, es el lugar perfecto para hacer ondular deseo y alucinación”. Así fue como de la vereda contraria y con un argumento más intuitivo que el de Bacon, nació una reversión más sólida de Peter Ackroyd, quien escribió la biografía más voluminosa que se dedicara a Shakespeare, esgrimiendo una tesis diferente.
El novelista británico describe al autor de La tempestad como una esponja que absorbía todo lo que estaba a su alcance, que aprendió de las reacciones del público y de los actores, de las historias escritas hacía muchos siglos como las crónicas de viajes pero, sobre todo, de las maravillosas tragedias escritas por el poeta Christopher Marlowe, su ídolo de la niñez. Y, aunque es cierto que no pisó la universidad, T. W. Baldwin explicó: “Se proporcionó a sí mismo un formidable saber lingüístico y literario: estudió retórica y elocuencia, interpretó obras clásicas y era capaz de improvisar extraordinarios discursos y exposiciones orales. Shakespeare, casi con toda seguridad, sabía leer latín, francés e italiano”.
Se ha dicho que William Shakespeare, el solo, es un género literario, que afecta invariablemente a quienes deciden escribir sobre él. Por lo tanto, el paso del tiempo sólo conseguirá que su historia avance y se profundice a escalas cada vez más inciertas. Probablemente, porque el propio Shakespeare decidió guardar para sí una última certidumbre: la literatura es una forma privada de la utopía.