Cultura

Tita de Buenos Aires

Fue una de las figuras más completas que surgió del teatro de revistas -o del género chico, como se lo llamaba-. No solo era actriz, sino que también cantaba, bailaba y, sobre todo, mantenía una incomparable comunicación con el público.

Su ondulante caminar, su voz grávida y el desparpajo de su personalidad permitían distinguirla fácilmente. Laura Ana Merello nació en un conventillo en San Telmo el 11 de octubre de 1904 y a los pocos meses murió su padre. A los 5 años fue internada en un asilo porque su madre no pudo hacerse cargo de ella. Pasó buena parte de su infancia en Montevideo, haciendo las tareas domésticas de una casa a cambio de techo y comida. Por un diagnóstico erróneo de tuberculosis fue llevada a vivir al campo, a la casa de una tía que vivía en Bartolomé Bavio. Allí se hizo diestra en todos los oficios rurales: boyera, ordeñadora de vacas, limpiaba el chiquero y adquirió una gran habilidad para hacer asados: “Trabajaba como un hombrecito, entre los hombres. Pasaban los días, las noches. Nunca un gesto de ternura”. Pero a los 14 años se puso tacos altos y anchos para andar cómoda por las calles de la ciudad de Buenos Aires, esa ciudad que con los años se pondría en el bolsillo.

En 1924 la descubrió Gloria Guzmán, “relojeando” su talento desde un palco del Maipo. Tita era bataclana, que así se llamaba a las cantoras de cabaret de baja categoría y le había surgido la posibilidad de hacer en ese teatro de la calle Corrientes la obra Las modernas Scherezadas. Su primera actuación sobre un escenario había sido cinco años antes, cuando Tita apenas había cumplido los 15: fue en el Teatro Avenida, con la zarzuela Las Vírgenes, de Terés. “No empecé por vocación, sino por hambre... Me costó trabajo aprender a vivir, pero aprendí a vivir, a leer, a pensar por mi cuenta. Si fuera verdad que la inteligencia se desarrolla mejor cuando encuentra resistencia, yo tendría que ser la mujer más inteligente del mundo. Fui resistida y resistente”, contaba Tita.

Su primera grabación fonográfica fue para el sello Victor, en 1929, con el tema ¡Qué careta!. Su debut cinematográfico se produjo con Tango, de 1933, una película que protagonizó junto a Luis Sandrini y Azucena Maizani. Su éxito fue inmediato, a los pocos días ya tenía firmado contratos con Argentina Sono Film y con Artistas Argentinos Asociados. Tenía libertad absoluta de acción, daba el visto bueno a los argumentos y elegía al director.

La radio también quiso beneficiarse de su éxito y la contrató para hacer Mademoiselle Elise. Miles de cartas llegaban a Radio el Mundo todos los días y recibía tantos premios que ya no sabía dónde ponerlos.

Fiel a sus orígenes, esta mujer de agallas, con el ascenso del peronismo vio la vindicación social de los postergados y abrazó esa causa sin medir costos. Su prolongada popularidad se mantuvo indemne a través de los años y no pudo ser amenguada ni aún en los años en que gobernó el antiperonismo más cerril.

Esa mujer

Esa mujer que pasaba tardes enteras frente a la ventana de su casa, viendo alejarse los tranvías, viajando con ellos sin moverse, recorrió buena parte del mundo llevando sus tangos o convocada para participar en distintos Festivales de Cine.

Fue apoteósico su triunfo en México, donde se la celebró como si fuera un ídolo azteca. Se transformó en una “chaparrita” hecha y derecha: “Estos mexicanos son gente maravillosa. Tienen un concepto cabal de la amistad y del compañerismo. No sé si soy exageradamente sentimental, pese a que mi personalidad artística no descubra a primera vista este detalle, o será que me estoy poniendo vieja... Pero he llorado de emoción al verme, lejos de Buenos Aires, rodeada de tantas atenciones y con un sincera cariño a cada paso y en cada encuentro”, declaró. Allí editó su libro Gorriona, que serviría de base para episodios radiales que hizo en nuestro país.

Su sueño era hacer La voz humana, de Jean Cocteau, como su muy admirada Anna Magnani. No pudo. Pero sí hizo Filomena Marturano, Arrabalera, Hombres en mi vida, Los isleños. Todas estas obras harían un largo camino en la memoria de su público y que la establecería, a Tita Merello, como uno de los símbolos más entrañables de nuestro arte popular.

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