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El secreto aún no develado de Tutankamón

En su tumba se halló el más fabuloso tesoro funerario. La historia de este joven faraón sigue envuelta. en el más espeso misterio

El 4 de noviembre de 1922, después de va­rios años de trabajo, los obreros de la expedición arqueológica dirigida por el inglés Howard Carter encontraron, a cuatro metros de profundidad, un escalón de piedra. Arrebatado por el entusiasmo, Carter cablegra­fió a su amigo Lord Carnarvon, que abandonó precipitadamente sus partidas de caza en Inglaterra para llegar al Valle de los Reyes, en Egipto. Lord Carnarvon había vuelto decepcionado a su país, tras cuatro años acompañando a Carter.

Juntos se internaron por un corredor que los llevó a una puerta sellada. Sobre ella figuraba una inscripción con un nombre casi desconocido: Tutankamón. Carter abrió un boquete en el muro, pasó una vela encendida para estimar si el aire estaba viciado y miró hacia adentro. En medio de un gran desorden se amontonaban utensilios, muebles de ébano, lechos con incrustaciones, estatuas pintadas, vasos y urnas de oro. En pocos días dieron con la verdad: se trataba de la tumba de Tutankamón, que contenía el más prodigioso tesoro funerario que registra la historia de la arqueología. Era la primera vez que se encontraba una tumba faraónica intacta.

Los faraones eran enterrados con sus joyas, trofeos, armas, escudos y utensilios domésticos, porque el ritual funerario así lo exigía para un buen viaje a la muerte. Se supone que alguno de ellos, como Ramsés II o Amenofis IV, famosos en la historia de Egipto, debieron poseer tumbas con tesoros incalculables. Todas fueron violadas y saqueadas en el curso de los siglos. Apenas se mantuvieron las pinturas murales que las adornan. Pero en la de Tutankamón se halló casi íntegramente lo que había sido incluido a la muerte del soberano.

Tutankamón fue ungido faraón a los nueve años de edad. Se casó con una de las hijas de Nefertiti, cuya cabeza se encuentra en el Museo Dahlen de Berlín, y murió a los 18. No parece haber tenido tiempo de realizar grandes hazañas; en la larga cronología de las dinastías egipcias, ocupa un lugar modesto, y hasta el momento de descubrir su tumba, ignorado. Se sabe que fue el último monarca de la dinastía XVIII y que reinstaló el politeísmo en el Alto Egipto, luego de que su padre, Akenatón, impusiera el monoteísmo. Tuvo dos hijas que murieron, una a los seis meses y la otra apenas naci­da. No se sabe el porqué de la muerte temprana del faraón, aunque un estudio realizado en 1968 sugirió que pudo haberse tratado de un asesinato, ya que un análisis con rayos X mostró dos fragmentos de hueso dentro de su cráneo.

El recinto fúnebre consta de cuatro salas orientadas según los puntos cardinales. En ellas se encontraron más de 2.000 objetos. Los ebanistas de París quedaron boquiabiertos cuando vieron lo que sus colegas egipcios lograban con la madera, más de tres milenios antes de nuestra época. Los expertos de Carter no pudieron dar crédito a sus ojos cuando observaron el trabajo de montaje de las joyas y el pulido de las piedras preciosas.

La excavación total insumió casi diez años. Al poco tiempo de ser descubierto, comenzó la leyenda de la maldición de Tutankamón. Lord Carnarvon murió por causas misteriosas cinco meses después del hallazgo. Pero no hubo mu­chos casos más que abonaran esa leyenda. Pare­ce que la llamada “maldición” no fue sino un invento de Hollywood y de autores de best- sellers. Lo cierto es que, como dijo el escritor Jon Manchip White en 1977: “El faraón que en vida fue uno de los menos estimados de Egipto se ha convertido en el más famoso en la muerte”. Fama que en buena parte se debe a que haya logrado que su nombre sea recordado 3.300 años después de su muerte, sin que se sepa bien por qué.

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