cultura

El ser humano y los eclipses

El fenómeno de un planeta o la luna interponiéndose en la luz del sol fue interpretado de diferentes maneras a lo largo de la historia por las distintas culturas.

Hace más de cinco mil años, los sacerdotes caldeos aprendieron cómo predecir eclipses: descifraban la trayectoria de los astros al punto de calcular su fecha. Eran acontecimientos a los cuales aquellas comunidades de contempladores de estrellas daban una significación supersticiosa de gravedad y mal agüero y abusaban de su ascendiente para dominar en lugar de servir. Finalmente, la ciencia secreta del templo se convirtió en tiranía como ha sucedido siempre que los conocimientos científicos dejan de ser propiedad común de la humanidad.

Uno de los eclipses más importantes del siglo pasado tuvo lugar en España. Con este motivo, llegaron al país científicos de todo el mundo. Los mejores puntos de observación eran Burgos, Aragón, Daroca y Tortosa; los apuros del gobierno fueron gigantes para que aquellas personalidades pudiesen encontrar alojamiento decoroso en dichas localidades. Desde mediados del siglo XIX, la astronomía había tenido un enorme desarrollo. Los tres primeros eclipses totales de sol del siglo XX son conocidos internacionalmente como los eclipses españoles. El 21 de enero de 2019 ocurrió un eclipse lunar visible en toda la extensión del territorio argentino, las fases del mismo también pudieron ser observadas en toda América, Europa, Africa y oeste de Asia.

Durante un eclipse total de Sol, la luna se encuentra en la posición justa para proyectar brevemente una sombra sobre nuestro planeta. A medida que la Luna se mueve y la Tierra gira, esta sombra recorre la superficie del planeta a unos 2.253 kilómetros por hora, creando una línea relativamente estrecha llamada camino de la totalidad. Solo los observadores del cielo que se encuentran dentro de esta línea (normalmente de 25.749 kilómetros de largo y solo 160 kilómetros de ancho) experimentan un eclipse solar total. La única parte visible del Sol durante la totalidad es su corona, que brilla en la oscuridad como un anillo de fuego.

En La Odisea, el poema épico que narra las aventuras de Ulises, uno de los versos del vigésimo canto describe un eclipse solar ocurrido el 16 de abril del año 1178 a. C., el día en que el protagonista regresó a su casa para matar a los múltiples pretendientes de su esposa Penélope, a quien había dejado abandonada al partir en su viaje. Ulises tardó diez años en regresar a Ítaca tras la guerra de Troya. Es durante esta última fase del poema que Homero alude a un eclipse total de sol: “El sol se ha borrado del cielo, y una oscuridad invade la mala suerte del mundo”.

Un pellizco imperceptible del Sol desencadena el eclipse. Durante los sesenta minutos posteriores, la oscuridad comienza a extenderse y acaba consumiendo el disco solar, convirtiendo el día en noche. Este estado, llamado totalidad, puede durar hasta siete minutos y medio, aunque suele ser menos. Durante la totalidad, algunas estrellas y planetas se hacen visibles, la temperatura del aire desciende y los animales, desde los insectos hasta las vacas, pueden cambiar su comportamiento. Esta breve fase es el único momento en que es seguro mirar un eclipse a simple vista, ya que mirar al sol directamente —aun por un lapso breve— puede dañar la retina de forma permanente.

En las leyendas hindúes, la Luna representaba la copa en la que los dioses bebían el amrita, el elixir de la inmortalidad. Y los eclipses se producían cada vez que el monstruo Rahó lograba atraparla para beberse el brebaje mágico; pero como Rahó no tenía vientre, la Luna podía escapar de nuevo y seguir su curso. Asimismo, según la cultura Inca, los eclipses totales de Sol tenían lugar cada vez que nuestro satélite y el Sol hacían el amor. Por ello, este acontecimiento era motivo de celebración para los indígenas.

Para los habitantes de la Grecia antigua, los eclipses de sol eran un signo de la ira de los dioses y una manifestación de su descontento con el hombre; aunque también se pensaba que eran el presagio del desastre y la calamidad. Por su parte, los chinos creían que la vista parcial del sol se debía a que un dragón celestial desataba su furia arrancándole un pedazo al astro rey. Para asustar a dicha bestia, los chinos procuraban hacer un ruido estruendoso que lo ahuyentara.

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