Tras la publicación de diario Hoy, arreglaron el semáforo de 122 y 40
Tras permanecer varios meses atado a un árbol de la avenida 122, desde el Municipio pusieron en funcionamiento el semáforo en el cruce con la calle 40.
Fue uno de los romances más famosos de la historia del rock nacional. Bucear en esa historia es conocer las claves de algunas de las más famosas canciones del músico rosarino.
26/05/2021 - 00:00hs
Hija de Abrasha Rotenberg, cofundador de Primera Plana y el diario La Opinión, y de la cantora Dina Rot, Cecilia Roth fue una de las actrices que mejor encarnaron el espíritu de los 80. Desde 1976 estaba exiliada en España.
Antes de los 20 ya había hecho en nuestro país dos películas que tuvieron muy buena repercusión: No toquen a la nena y Crecer de golpe. Pero fue en España donde su nombre y prestigio actoral se expandió inusitadamente. Una musa rubia, bella y misteriosa que se hizo definitivamente célebre cuando Pedro Almodóvar la convocó para protagonizar sus películas.
Laberinto de pasiones se estrenó a finales de 1982 y fue la segunda película dirigida por el director manchego. Imanol Arias interpreta a Riza Niro, el hijo del derrocado emperador de Tirán, que aterriza en Madrid y se enamora profundamente de Sexilia (que es Cecilia Roth), una joven ninfómana que forma parte de un grupo de rock. A partir de ahí se transformaría en una actriz fetiche de Almodóvar, con quien trabajaría en ocho películas.
Pero aquel filme inaugural recibió críticas demoledoras y una melancólica cosecha en taquilla, pero sí hubo un espectador que quedó fascinado, si no con la película, con aquella mujer de penetrantes ojos claros: Fito Páez.
“¿Nena, me servís vino?”, le pidió, más que preguntarle. Ella llenó ambas copas. Y así siguieron toda la noche. Cada vez que la pregunta se repetía, el resultado era el mismo. Fue una noche de verano de 1991, en una fiesta en Punta del Este. Ella ya era una actriz consagrada y Fito, siete años menor que ella, ya tenía cinco discos grabados como solista, era un cantante solicitado en la mayoría de los círculos artísticos.
Ella estaba casada con Gonzalo Gil, un fotógrafo vasco, al que dejaría a carcajada limpia para ir a brazos de Fito, quien había dejado a su pareja de entonces, Fabiana Cantilo. No había sido fácil aceptar que estaba enamorada. Pero, como heraldo de acontecimientos imborrables, en julio de 1992 aparecería un álbum completamente dedicado a la musa que cambió la vida y la carrera del cantautor: El amor después del amor.
Una consagración inmediata
El amor después del amor se transformó en un éxito instantáneo de ventas, alcanzando cifras astronómicas para el mercado local. Cada una de sus canciones se instaló en las radios y en los walkmans, convirtiéndose en hits.
Fito llenó diez veces el teatro Gran Rex y, a fin de año, llevaba vendidas 175.000 copias. Hoy sería imposible, incluso para las estadísticas de YouTube o Spotify, dimensionar la repercusión que tuvo, pero lo cierto es que se convirtió en el álbum argentino más vendido de la historia.
El primer tema que Fito le dedicó a Cecilia, de los 14 que contiene el disco, fue Un vestido y un amor, canción que fue grabada por numerosos intérpretes: “Esta canción surgió una noche, yo no tenía ni 30 años. Estaba desdentado y terminé en la casa de una mujer que nunca pensé que me fuera a dar bola. Era la mañana y ella quería que me fuera”.
Él no quería irse; encendió un cigarrillo, se sentó en el piano del hermano de Cecilia y la compuso con la facilidad de los que son angelados por la inspiración.
Todos los titulares la llamaban musa, pero, como en el poema de Mario Benedetti, ella fue su amor, su cómplice y todo. Brillante, hermosa, hipnótica e inquietante, así veía Fito a la diosa a cuyos pies creaba. Cuando se juntaron con Sabina para hacer el disco Enemigos íntimos, incluyó un tema dedicado a ella, en una de cuyas estrofas dice: “Tengo en mi cama una Venus en llamas, una duda desnuda, una mina de seda. Pupele mía, rayito de sombra, gatito de alfombra, Palermo y Gran Vía. Mi sueño, mi vigilia, mi adicción... Cecilia”.
En 1999 se casaron y decidieron adoptar a Martín, su único hijo. Fue una borrachera de amor que duró diez años. Al cabo de los cuales quedó la resaca de todo lo vivido, y un puñado de hermosas canciones.