cultura

Genios tardíamente reconocidos

Muchas grandes personalidades del arte sufrieron la incomprensión de sus contemporáneos, y recién después de muertos su genio fue reconocido.

Al día siguiente de morir Orson Welles, muchos escribieron que había desaparecido “un genio del cine” y pocos se preguntaron los motivos de que ese genio haya dirigido tan pocas obras, a pesar de sus incontables proyectos. Fuera de su debut en Citizen Kane (1941), considerada a través de las décadas como la mejor película de todos los tiempos, toda otra película de Welles sufrió alguna suerte de restricción mayor, desde los cortes en el montaje a la simple cancelación de los planes de grabación por falta de financiamiento. Una parte de las razones debe ser atribuido al propio Welles, tildado de “hombre difícil” y con fuerte carácter, como también lo fueron Charles Chaplin, Robert Bresson o Carl Dreyer, entre otros. Una segunda fuente de incomprensiones deriva de la necesidad del éxito, que afecta por igual a todo artista en cualquier ramo de la actividad; así comenzó a señalarse que un director era tan bueno como su última obra.

Por otro lado, los partidarios del arte protegido por el Estado tampoco debieron de hacerse ilusiones. Con ese otro régimen, el patrón cambió de nombre pero no de sistema. Así ocurrió con Andréi Tarkovsky, considerado el poeta por excelencia no solo del cine ruso, sino del cine en su conjunto, cuya obra sigue estudiándose en las escuelas de arte. El director de La infancia de Iván tuvo que exiliarse de la Unión Soviética en medio de un clima de creciente control y rigidez en el campo cultural. En ese sentido, el mismo Tarkovsky afirmó: “En cuanto cedes en algo que no crees, luego sucumbes y te conviertes en un conformista”. En China, Checoslovaquia y Hungría se hicieron libros y películas que el Estado quiso financiar; pero de los otros proyectos artísticos el público jamás se enteró. Otro célebre caso fue el de Serguei Eisestein, cuyo talento lo convirtió en el gran propagandista cinematográfico de la revolución soviética, aunque ello no impidiera que años después cayera en desgracia a ojos de Joseph Stalin.

Cuando Igor Stravinsky estrenó en Paris La consagración de la primavera, sus disonancias provocaron los insultos de una parte del público, con lo que al compositor le quedó el consuelo de que era mejor el escándalo que la oscuridad. La Primera Guerra Mundial trastrocó la vida del compositor: tuvo que abandonar su tierra natal, radicándose primero en Suiza y luego en Francia. En la misma línea, después del film Amadeus, casi todo espectador supo que Mozart había muerto endeudado, en el olvido más crudo, y su cadáver arrojado en una tumba sin nombre.

Una desventura más costosa fue sufrida por Pierre Charles L´Enfant, un ingeniero y arquitecto francés a quien se debe nada menos que la ciudad de Washington. Poco después de que los Estados Unidos existieran como tal, el presidente George Washington y su secretario de Estado, Thomas Jefferson, se propusieron diseñar la capital del país sobre un centenar de millas cuadradas que previamente correspondían a Maryland y a Virginia. Aunque los planes de Jefferson eran muy modestos, se impuso a ellos la visión grandiosa de L´Enfant, quien había militado en el ejército revolucionario y después reformado algunos grandes edificios en Nueva York y Filadelfia. Sus planes fueron majestuosos, con dos focos en los asientos de poder (el Ejecutivo y las cámaras legislativas) y una vasta red de avenidas, círculos, plazas y triángulos donde se combinaban sus propias ideas y otras que se desprendían de los planos de Londres y Versalles. En lo esencial, su diseño se correspondió con la actual capital estadounidense. Sin embargo, L´Enfant padecía del autoritarismo del genio. No se entendió debidamente con las autoridades locales y cometió el error de derivar, sin consulta previa, la mansión de un prominente ciudadano llamado Daniel Carrol. En 1792, George Washington dio por terminados los servicios de L´Enfant y, aunque éste quiso conseguir una indemnización de 95.000 dólares por los servicios prestados, el Congreso le otorgó solamente 3 mil, garantizándole al mismo tiempo la pobreza y la humillación.

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