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Increíbles historias de algunas islas

Hay cerca de dos millones de islas en el planeta, la mitad de las cuales está deshabitada. Algunas de ellas tienen historias insólitas.

Entre las islas de Sicilia y Pantelaria, se creó, en julio de 1831, la isla llamada por algunos Julia y por otros Fernandina. Los fenómenos premonitorios fueron terremotos que se sintieron durante los últimos días de junio en las costas inmediatas, cuyas aguas manifestaban una constante agitación. Los primeros días de julio, se empezaron a producir surtidores de agua fangosa y a emerger del mar nubarrones de humo negro y denso. La primera tierra, de unos doce pies de altura, formó una isla de un circuito de cuatro kilómetros.

Desde esa fecha, la actividad explosiva fue decreciendo rápidamente y, como estaba conformada por materiales sueltos muy menudos, las olas empezaron a batirla en brecha y a diseminar sus materiales. En diciembre de 1831, estaba reducida a escollo que el mar se iría tragando lentamente. Dos años más tarde, la isla Julia había desaparecido y, en su lugar, yacía un peligroso banco de roca negra recubierta de algunos metros de agua.

Lo cierto es que diversos navegantes, en nombre de sus respectivos países, habían tomado posesión de la nueva tierra por tan insólito procedimiento de formación. Cuando apenas se había enfriado la isla surgida del mar, el profesor en geología de la Universidad de Berlín, Karl Hoffman, quien se encontraba de visita en Sicilia, fue el primer ser humano en desembarcar en la recién aparecida ínsula. Sin embargo, Gran Bretaña, que en aquel momento controlaba la isla de Malta, fue la primera nación que reivindicó su fuerza colonizadora sobre la isla. Cuando los gobiernos correspondientes empezaban a discutir la legitimidad de sus derechos sobre la isla, el mar zanjaba la cuestión volviendo a su seno lo que de él se había desprendido. De la isla Julia no quedaba más que el recuerdo y, sin algún dibujo tomado por los viajantes, no podría tenerse una idea de cómo fue aquella pequeña tierra de vida tan breve.

En la bellísima isla de Cerdeña, los verdaderos sardos no son ni marineros ni pescadores. Refugiados desde la más remota antigüedad en los macizos montañosos, para huir tanto de los invasores como de la malaria, dejan aquellas actividades para los foráneos: a los genoveses, el cuidado de pescar el atún, y a los napolitanos, la sardina. A caballo entre Europa y África, su estratégica posición y ricas reservas de minerales han atraído hasta sus costas a oleadas de pueblos, y sus accidentadas e impenetrables montañas han dado abrigo tanto a hombres de la Edad de Piedra como a los más célebres bandoleros del siglo XIX. En Cerdeña nació, en 1891, Antonio Gramsci, el fundador del partido comunista italiano.

De los doscientos islotes que forman el archipiélago de Scilly, frente a las costas del sudoeste de Cornualles, solamente están habitados cinco. El más importante, Saint Mary, no mide más que dos millas y media de largo. No obstante, en estas islas llenas de sol, cada pulgada disponible es un jardín donde florecen los junquillos, los narcisos de dulce aroma o, más prosaicamente, las patatas. En Tresco se ven no solamente las palmeras y otros árboles exóticos como la yuca mexicana, sino también los flamencos, las grullas, los codornices y los faisanes dorados. Y la superficie del agua está cubierta de somormujos, pingüinos y cuervos marinos.

La isla de Lundy, frente a las costas del condado de Devon, en Gran Bretaña, goza de cierta autonomía y es conocida como el “Paraíso del silencio”. Su nombre significa “la isla del frailecito” en nórdico. Tiene sellos y moneda propia, sin curso en el resto de Inglaterra, que llevan impreso la imagen de un somormujo marino. En 1160, Enrique II concedió la isla a los Caballeros Templarios. Solo hay una pequeña comunidad en la isla, pero aun así, acogen a los visitantes con inusitada hospitalidad y amabilidad. La isla tiene una tienda, una iglesia, un castillo y tres faros de la época victoriana, de los cuales, dos de ellos aún están en servicio. Marisco Inn es un agradable lugar en el que podremos descansar, ser uno de los 20.000 turistas que la visitan por año y tomar un buen vaso de vino oyendo a los vecinos de Lundy cómo nos relatan historias de su insólita isla.

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