CULTURA

Joan Baez, la musa de la paz

A lo largo de seis décadas, la artista hizo gala de una coherencia que la convirtió en un emblema de la lucha contra el racismo, la guerra y la injusticia social.

"Cantar es penetrar en los corazones de la gente para decirles que el amor está aquí, que la belleza existe, y que debemos buscarla y encontrarla”, dice esta cantora, que el 9 de enero pasado cumplió 81 años. Ella fue, además, la pareja de Bob Dylan en los años en que ambos eran emblemas de la música folk de protesta.

Joan Baez comenzó a protestar cuando iba a la escuela, siempre tenía un “¿por qué?”para los profesores. La acusaban de interrumpir mucho las clases. En plena guerra de Vietnam, cuando la euforia patriotera había llegado al paroxismo, ella cantaba Stop in te name of love (Deténganse en nombre del amor), canción que se hizo muy popular entre los estudiantes de las universidades norteamericanas, quienes la tomaron como ícono de un vasto desaliento juvenil que comenzaba a trocarse en rebeldía.

Empezó a cantar a los quince años, por bromear, para vencer el aburrimiento en la escuela. Comenzó imitando a Elvis Presley, aunque su ideal, por entonces, era Harry Belafonte. Para lograr hacer el vibrato se golpeaba la garganta con los dedos. De a poco aprendió a acompañarse con la guitarra.De adolescente era una chica nerviosa. Los nervios la llevaban a vomitar antes de ir a la escuela. Cuando empezó a cantar, en ocasiones tenía que abandonar el escenario debido a ataques de pánico.

En 1959 vivía con su familia en Boston. Una noche comenzó a cantar algunas canciones folk en el Club 47, un local frecuentado por estudiantes. Cualquiera podía llegar allí con una guitarra y subirse al escenario. Cuando actuó Joan su éxito fue inmediato.

Era muy severa con el público, pero también bromeaba. “Era como una domadora de leones. En el Club 47, donde cantaba, si alguien estaba leyendo un libro y daba vuelta una página, yo dejaba de cantar y guardaba silencio hasta que se daba cuenta para qué estaba ahí. Para escuchar a la reina, por supuesto.”

Se convirtió en una suerte de predicadora de guitarra al hombro, de sacerdotisa de los beatniks, ese movimiento literario, uno de cuyos líderes, Allen Ginsberg, se la presentó a Bob Dylan en el Gerde's Folk City de Nueva York, en 1961.

Bob era juglar cuyo talento había comenzado a despuntar dos años antes, y quedó de inmediato subyugado cuando escuchó aquel tono soprano de Joan Baez. Joan –que ya era una estrella- le permitió a él, que era muy poco conocido, compartir el escenario con ella. Cuando las cosas se invirtieron y Bob Dylan se disponía a realizar una gira por Gran Bretaña, Joan le preguntó si podía compartir el escenario con él. Dylan se negó. Cuando Martin Scorsese hizo una película sobre Bob Dylan, le preguntó al cantor si quería pedirle disculpas a Baez. Dylan dijo: “Bueno, ella ya superó eso. Supongo que las personas no toman las mejores decisiones cuando están despechadas”.

En 1968, Joan Baez se casó con David Harris, un periodista que en repudio a la guerra de Vietnam organizó el movimiento de desobediencia civil contra el servicio militar obligatorio. Se divorciaron en 1973. Vivieron solo ocho meses juntos, el resto del tiempo él estuvo en la cárcel.

No fumaba, no bebía, no consumía ningún tipo de drogas y era reacia a la minifalda. Era un bicho raro entre los rockeros y la bohemia literaria de los 60. Era una muchacha apacible, hija de una escocesa y un científico mexicano emigrado a los Estados Unidos. Al poco tiempo de empezar a pisar los escenarios era tapa de la revista Time, vendía millones de discos en todo el mundo, con canciones que alzaban la utopía con una voz que esplendía de dulzura.

Actualmente vive en las afueras de San Francisco, rodeada de árboles. Su auto tiene un autoadhesivo que dice “Irak es Vietnam en árabe”. Ha cambiado algunos hábitos: pasó de la leche a la soja, hace terapia, ya no es tan ansiosa. Pero algo permanece incólume: su convicción de que el mundo necesita ser transformado de raíz. Cree que esa batalla debe darse cada día. Antes era más optimista acerca de su resultado; los años la han hecho más cauta pero no consiguieron empujarla a la resignación. “El mundo no sólo no avanza sino que está en una pendiente hacia el apocalipsis. Por eso hay que gritar cada vez más fuerte”, sostiene.

Desde hace más de sesenta años encontró una manera hermosa de gritar: sus canciones.

Noticias Relacionadas