Jorge Goyeneche, un inventor de historias

Novelista, traductor y periodista, este escritor platense de amplio espectro creó un territorio propio donde conviven la historia y la literatura.

Nacido en nuestra ciudad en 1952, Jorge Goyeneche durante varios años escribió a cuatro manos, junto a su esposa Genoveva Arcaute, columnas en la revista Humor. Además, condujo programas radiales de literatura y es autor de las novelas Toda la delantera en orsái, Semblantes de bestias, Almirante de sal y Mapa físico, entre otras. Recibió el premio provincial Almafuerte por su trayectoria como escritor en 2015.

En diálogo con diario Hoy, habló de su recorrido literario, su vida y su carrera de narrador.

—¿En qué cosas te sentís en “orsái”?
—Siempre estuve en “orsái” frente a las reglas arbitrarias y los mandatos ridículos. En un colegio donde daba clases de Literatura, prohibieron a los varones usar arito. Al día siguiente aparecí con uno bastante visible en mi oreja izquierda. Las princesas podían tener el pelo largo hasta la cintura, los machos, solo corte policial. Nuestra ciudad, además, te condiciona con su estructura cuadriculada como reja. Todo es paralelo, numerado, enjaulado.

—¿Cuáles son los mayores desafíos que entraña el cruce entre historia y ficción?
—El mayor desafío es la verosimilitud, meter a cada lector en ese mundo inventado y sostenerlo allí adentro. Lograr que suspenda la incredulidad durante cientos de páginas. Para eso hay que sostener el relato con datos tomados de la realidad y combinarlos adecuada y dosificadamente. Como una comida con sus condimentos y su química. Esos datos a los que me refiero pueden provenir de hechos ocurridos en otro tiempo o de pulsiones y sentimientos humanos profundos. No importa que sucedan hace mil años mientras hablen de lo que me pasa hoy.

—Vivimos tiempos en que el ser humano está destruyendo la única casa que tiene. Esa es una de las preocupaciones centrales de tu novela Mala praxis.
—Mala praxis es también una novela histórica, pero pasa en un futuro más o menos cercano. En este caso, el trabajo de creación consiste en proyectar lo que está ocurriendo. Tomar datos de la realidad actual y suponer cómo se combinarán si siguen esa dirección. ¿Qué ocurrirá si la contaminación del planeta no se detiene o disminuye? Somos más de siete mil millones de habitantes, ¿habrá agua, alimentos, vivienda, en veinte años para todos? ¿Involucionará nuestra civilización? Porque nosotros no somos espectadores de la vida en la Tierra, somos parte de la vida en la Tierra, somos seres vivos también sujetos a la corrosión, el deterioro físico y psicológico. Me preocupa el control que se ejerce sobre la población; algo que en la literatura del siglo pasado era ciencia ficción ahora es realidad.

—¿Cuál fue el último libro que te mordió con más fuerza y por qué?
—La novela Casandra, de la alemana Christa Wolf. Es la historia conocida de la Guerra de Troya, la La Ilíada, La Odisea, el teatro clásico, pero contada por una mujer prisionera. Te da vuelta la cabeza, te hace mirar desde otro lado. No es fácil sacarse todo el machismo residual que nos han dejado miles de años de patriarcado en nuestra formación. Una cosa es la postura racional que adopto, y otra, la experiencia de ser oprimida. Hay que leer y escuchar mucho a las mujeres, especialmente a las artistas. Va a llevar bastante tiempo equilibrar la balanza.

—¿Cuáles son los lugares de La Plata más significativos en tu vida?
—El parque Saavedra, porque vivo a una cuadra, voy a hacer caminata todos los días y ­desarrollo las ideas para lo que escribo, aparece en mi novela Que algo quedará. Un camino: desde 123 y 43, del Dique, hasta 3 y 528, pasando por el costado del hipódromo, porque hacíamos ese recorrido con mi amigo Luchi, yendo y viniendo, arreglando y volviendo a arreglar el mundo, viendo fantasmas, hablando de poesía durante toda la secundaria. Por supuesto, la plaza Moreno, especialmente la Fuente del Otoño, donde me senté tantas veces, y el extraño arquero sin flecha que siempre me sorprende.

La Facultad de Humanidades, en su viejo edificio de calle 6 donde conocí a mi esposa. El parque, ahora enrejado, de la Dirección de Escuelas, donde jugaban mis hi­jos todo el día a la pelota. La canchita del Nacional, donde se armaban unos partidazos y casi siempre terminaba a las puteadas rojo de calentura. Y allá lejos, desde la infancia hasta los 13, 14, en Berisso, con mis primos, tíos y abuelos. Lo más parecido a la felicidad.

Noticias Relacionadas