cultura

Julio de Caro: el músico que cambió la historia del tango

Renovó el género explorando todas sus posibilidades. Su vida está llena de aristas poco conocidas.

Julio de Caro nació el 11 de diciembre de 1901 en una casona del barrio de Balvanera. Tuvo una vida larga e intensa, llena de éxitos profesionales. En 1924, constituyó su sexteto e inició una profunda renovación del tango. Hasta entonces, el género -surgido en el seno de las clases populares rioplatenses- había consistido en una melodía sencilla, instrumental o vocal, y un acompañamiento rudimentario. La creación musical tomó para él la densidad de las cosas profundas. A pesar de que, durante los años 20 y 30, el tango tuvo un desarrollo espectacular con Anselmo Aieta, Osvaldo Fresedo y Juan D´Arienzo; fue De Caro el primero en presentar una novedosa formación instrumental, compuesta por dos violines, dos bandoneones, piano y contrabajo.

No obstante, fue capaz de conservar la esencia del tango arrabalero y lúdico de los pioneros, y elevarlo con una expresividad melancólica ignorada hasta entonces. Sobre todo, transformó la concepción musical a través de la incorporación de recursos armónicos y el contrapunto: acordes, contracantos, variaciones. Acaso uno de sus mayores aportes fue haber desarrollado el “arreglo”, fijado por escrito en la partitura, que aplicó tanto a sus propias obras como a los tangos clásicos de su repertorio; de modo que cada instrumento resignificara su base rítmica.

Los méritos renovadores de Julio de Caro se compartieron con su hermano Francisco, excelso pianista, y los bandoneonistas Pedro Maffia y Pedro Laurenz. Su impronta fue tan original que luego se habló de “decarismo” o “guardia nueva”, una corriente que heredaron músicos de la talla de Aníbal Troilo, Osvaldo Pugliese y Horacio Salgán, entre otros. Julio fue el segundo de 12 hermanos; y fue su padre, don José de Caro, quien lo introdujo en la música, iniciándolo en los estudios a los ocho años: “Nunca tuve otra profesión que la de músico —afirmó De Caro, en una entrevista—, y ya es tarde para cambiar de oficio, suponiendo que yo sirviera para otra cosa. Y aunque sirviera, no es fácil que llegue a manejar otras herramientas que mi violín y mi batuta”.

No perdía ocasión de insistir en que para hacer bien alguna actividad, había que dedicarse exclusivamente a ella. Precisamente todos sus esfuerzos tendieron a evidenciar las posibilidades musicales del tango. Su padre era profesor de música y había sido director del conservatorio de Milán. Cuando regresó a Buenos Aires, instaló un conservatorio que llevó su nombre y por allí pasaron varias generaciones de músicos argentinos. Julio fue alumno de su padre, pero no de su conservatorio: recibía lecciones particulares. Su padre fue su primer maestro, pero no el único. Aunque su familia hubiera querido hacer de él un doctor, Julio prefirió concretarse en ser músico: “Cada cual debe dedicarse a lo suyo, y no se puede dar el paso más largo que la pierna”. Lo curioso es que su formación musical se ajustó estrictamente a los cánones, pero Julio no se limitaba a repetir las notas que había aprendido, sino que al reproducirlas trataba de ajustarlas a su estilo y a su técnica personal de instrumentista. En ese sentido, reconoció que su deseo era que los conocimientos que adquiría en el conservatorio se amoldaran a las emociones que había recibido en la calle a través del tango.

Después de haber tocado durante mucho tiempo en privado -sobre todo, porque tenía que esconderse de su padre, que no quería saber nada con los tangos ni los milongueros-, tocó para sus amigos del barrio. Entre ellos, había uno que se llamaba Ferrari, y que fue su “primer hincha”. El día que estrenó sus primeros pantalones largos, sus amigos resolvieron agasajarlo y lo llevaron al Palais de Glace. Allí tocaba la orquesta de Roberto Firpo. Su amigos, que con toda premeditación eligieron una mesa próxima a la orquesta, empezaron a gritar, con Ferrari a la cabeza: “¡Que toque el pibe! ¡Que toque el pibe!”, señalando a Julio de Caro. Firpo le ofreció entonces un violín al “pibe” y le preguntó qué tango quería tocar. De Caro eligió La cumparsita. Sólo tenía 16 años, pero todos sus miedos estaban definitivamente vencidos.

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